jueves, enero 28, 2010

Recuerdos de invierno

Apenas va clareando la mañana. Empieza a oler a hierba mojada, huele a mucho frío. Sobre los bordos de la tierra volteada de las milpas se divisa la blanca escarcha que a los primeros rayos de sol se convertirá en finas gotas de agua un momento después de destellar su último brillo. Mi nariz empieza a escurrir un líquido muy parecido a lágrimas provocado por el viento helado. Me refugio en mi bufanda y el vapor de mi respiración sube a mis lentes y los empaña. Hay que acelerar el paso para no llegar a la puerta de la escuela después de las siete. Escucho en la distancia los ruidos indistintos de los compañeros jugando voleibol en las canchas. Pienso en apurarme un poco para poder jugar un rato antes de que suene el timbre, pero me desalienta acordarme lo mucho que duelen los antebrazos cuando golpeas la pelota a esas gélidas temperaturas y lo mucho que estorba el suéter para controlar bien el golpe. Mejor vuelvo a mi ritmo normal y pateo una piedra, sólo para darme cuenta que traía sucios los zapatos. Me acomodo la mochila para agacharme a tratar de limpiar el zoquete - el lodo - y no lo logro muy bien, pero aprovecho para amarrarme mejor las agujetas. Me alcanza la Flor en el camino y empezamos a caminar juntos. Ya están la Helda y la Santa platicando en una banqueta, enfrente del salón de clases. Ellas ya calentaron su pedacito. Yo prefiero quedarme parado, con los brazos cruzados muy apretados sobre el pecho tratando de darme calor.

- ¿Qué hicieron ayer, chamacas?
- Nada, dice la Santa, vi Beverly Hills 90210. Es que está bien guapo el Brandon.
- Yo soñé algo súper chistoso, agrega Helda, que siempre tenía sueños geniales que yo creo que inventaba porque eran demasiado buenos.
- ¿Salíamos nosotros? Pregunta Flor.
- Sí, hagan de cuenta que íbamos los cuatro caminando por el callejón del Molino y, de repente, nos alcanza corriendo el maestro Martín con unos pants de colores, súper feos...

En eso suena el timbre y hay que irnos corriendo a la formación porque toca lunes cívico y hay que saludar a la bandera, cantar el himno y escuchar algún discurso moralizante del maestro Juan.

- Luego nos cuentas qué pasó.
- Ok, ahorita en la clase de Química.

jueves, enero 14, 2010

De la fría ociosidad constructiva

Sentir de vez en cuando las temperaturas invernales en esta ciudad de clima casi perfecto tiene algunas ventajas. No quiero mencionar las más superficiales como lo lucidores que son los abrigos y las bufandas o lo delicioso que sabe una taza de chocolate Abuelita, pero sí lo benéfico que resulta que a uno le apetezca más quedarse en casa que andar rolando la inquieta existencia por las frías calles de la ciudad. No es que esto sea bueno per se, al menos no para mí que nunca he sido fanático de lo doméstico, pero sí es una belleza que esta fría ociosidad me permite hacer algunas cosas que yo suelo ir posponiendo a una posteridad que termina por nunca llegar. Escribir en el blog, leer por placer u ordenar la ropa, los discos, las pertenencias - en el sentido más amplio posible -.

La actividad más particular que esta fría ociosidad me ha provocado es pensar qué bien me cae la gente arrogante. No, no nada más así. La gente mediocre que es soberbia y que se esconde en su arrogancia para ocultar todas sus falencias me da más bien mucha pereza, lo patético de sus performances de actitud mal ejecutados me hace querer voltear a otro lado. A mí la gente que me gusta es la que sabe ser arrogante, que lo es porque sabe que puede serlo, que decide poder serlo y lo logra.

Me puse a pensar en esto cuando capté cuán paradójico es seguir creyendo que la humildad es una virtud fundamental y procurarla, incluso, como uno de mis propósitos para este año, pero a la vez admirar tanto a personajes (no es trivial que personajes en vez de personas) que considero muy arrogantes. Y, claro, como hoy hacía frío me puse a buscar la causa de mi admiración. Una parte la encontré en sus trayectorias, sus amplios conocimientos, su culta personalidad. Sin embargo, noté que mi simpatía hacia ellos no la causaba nada de esto, sino que se trataba de la manera en la que se pavonean por la vida luciendo sus conocimientos, su estilo, su sofisticación. Este pavoneo obviamente no va exento de una sutil humillación a los que no son como ellos, a los que su subconsciente sabe que no les llegan ni a los talones, a aquéllos cuya simpleza ofende implícitamente su complejidad moral, estética y, en no pocas veces, psiquiátrica.

No sé si este tipo de arrogancia permita la felicidad más plena, que creo está reservada únicamente para los cándidos. Pero estos simpáticos arrogantes no la necesitan. Se tienen a sí mismos, tienen el gozo constante de contemplarse vanidosamente, nos tienen a sus fans para alimentar su ego y tienen su soberbia para refugiarse en ella a lamerse las heridas que se causan en el riesgoso mundo donde viven las divas.

Estas y otras cosas pensé en la fría ociosidad de esta noche invernal.

sábado, enero 09, 2010

Lírica vaquera

Este fin de año y principios de 2010 estuve en Huásabas, la sucursal del paraíso. La pasé muy bien como siempre que voy, encantado con esa serenidad depurada de la Sierra Madre Occidental y muy en especial con las pláticas recurrentes sobre los personajes preferidos de las familias, entre ellos, los llamados "inocentes" del pueblo (eufemismo para no decir locos), los muy viejos, los ocurrentes. Entre los códigos compartidos de mi familia están precisamente las anécdotas o historias sobre estas personas, conocidas o fallecidas antes de que cobráramos razón, que por su especial personalidad o manera de responder ante la vida nos resultan muy graciosas.

No voy a compartir estas anécdotas porque, como lo dije, son un código compartido familiar y me queda muy claro que no deben de ser nada graciosas cuando se les escucha (o lee) en abstracto, sin el correspondiente contexto histórico de años sobre la persona cuyas frases o situaciones hacen soltar la carcajada a los Barceló Durazo. Sin embargo, no me puedo aguantar las ganas de transcribir una carta que en 1952 (circa) le envió un vaquero de nombre Pancracio Durazo a su patrón, Don Venancio, dándole el reporte de lo que pasaba en el rancho del que estaba encargado.

Ya había oído en varias ocasiones extractos de esta célebre misiva, pero hace unos meses mi cuñado tuvo el cuidado de pedirle a su autor - que aún vive - que se la dictara. Así es que ahora esta famosa carta está guardada en las notas de mi celular para releerla de vez en vez y se las transcribo aquí como muestra de lo que puede llegar a ser lo que yo llamo la lírica vaquera, género sin duda no estudiado con el detenimiento que se merece.


Rancho Capadéhuachi, municipalidad de Huásabas.

La presente, patrón, es con el fin de saludarte y ponerte en conocimiento de la situación por la cual atravesamos. Los pastos muy resecos, las aguas muy recortadas. En la árida barranca ya no canta el ruiseñor, ni tunas pizca tu pastor. Sólo se ven en el atardecer parvadas de negras auras que cruzan el espacio, incitadas por las brisas pestilentes de tanto cadáver de res que ha muerto.

Así es que para mediados de mayo vengas por mí porque si no a tus ganados y a mí nos llevará la chingada.

Pancracio Durazo.

: )