Hay acontecimientos que me resulta muy difícil procesar. El fallecimiento súbito de 44 niños en el incendio en una guardería de mi ciudad me tiene inquieto desde que ocurrió. Casualmente, este fin de semana estuve en Sonora para celebrar con mucha alegría la graduación de mi hermano, culmen de una carrera realizada con un número honroso de sacrificios. La alegría de estar con mi familia y con mis amigos se vio, sin embargo, afectada por el pensamiento recurrente en el dolor que padecieron los fallecidos y el que seguirán soportando los que están recuperándose de las quemaduras. Y, de manera muy especial, el dolor impotente de las familias que han perdido a sus hijos, y con ellos todas las ilusiones de una vida truncada desde el inicio. La ausencia de los seres que amamos es uno de los sentimientos que más profundamente nos calan y ahí radica, junto con el dolor físico de la recuperación, la intensidad de la tragedia humana que conlleva el incendio de la guardería ABC.
Un evento de esta naturaleza hace colapsar a las familias de los afectados pero, además, desmoraliza a toda la sociedad. En nuestra indignación queremos buscar culpables y para sentir que algo se ha hecho, queremos verlos en la cárcel. Sin embargo, la asignación de culpas es muy complicada en este caso, tanto desde el punto de vista legal como desde el político. Además de los dueños del establecimiento, hay autoridades de los tres gobiernos a los que podemos voltear y exigirles cuentas, pero en los tres casos son culpas por omisión, por lo que debieron haber hecho y que no hicieron.
Las guarderías del Seguro Social que son concesionadas a particulares y que no cumplen con estándares estrictos de seguridad (lo cual parece un mal juego de palabras) es imputable a la autoridad federal. La protección civil preventiva, que debe garantizar que en todos los lugares de amplio acceso y uso público existan las condiciones mínimas de seguridad en instalaciones, sistemas de alarma, capacitación y rutas de evacuación apropiadas, etcétera, son cuestiones que atienden tanto la autoridad estatal como la municipal. Las inspecciones que dicta la normativa habían sido hechas con toda oportunidad, por lo que debemos preguntarnos si no hace falta ser más estrictos, tomarse más en serio la prevención, especialmente en lugares en los que se atienden a niños muy pequeños, muchos de ellos bebés, que no tuvieron la posibilidad de responder por sí mismos para salvarse del accidente.
Si seguimos buscando culpas, las podemos encontrar hasta en ese rasgo cultural de nuestra sociedad llamado "mexicanada", que refiere a arreglar las cosas de manera provisional y sin muchos requisitos mientras "saque del apuro". Porque muchos accidentes ocurren justamente porque estamos acostumbrados a "salir del paso" sin preocuparnos mucho por las posibles consecuencias de nuestro "valemadrismo". Tantas palabras entrecomilladas que dan cuenta de una falta de formalidad en nuestras acciones y que terminan desencadenando problemas que podrían haber sido evitados si todos fuéramos más cuidadosos.
Lo mejor que podría salir de este desafortunado accidente es una reflexión social sobre la importancia de la prevención y una respuesta gubernamental seria para elevar las normas de calidad y seguridad no sólo de las guarderías, sino también de las escuelas y lugares de esparcimiento (en los que ya ha habido accidentes fatídicos). Es también el momento para revisar con un ojo estricto la laxitud con la que el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) ha subrogado guarderías para que sean manejadas por particulares, pero que tienen instalaciones completamente inapropiadas para ese uso, como la bodega (una bodega compartida, ¡por Dios!)en la que se encuentra la guardería ABC, crítica que ya se había hecho desde 2005 al IMSS. Y, aún más, la Secretaría de Desarrollo Social implementó recientemente un programa parecido para ayudar a las mamás que trabajan provenientes de sectores marginales de la sociedad, pero que ha generado guarderías aún más deficientes que las del IMSS. Se trata de la vida, salud e integridad de los hijos de los que tienen o quieren trabajar, por lo que no es un asunto menor.
La red de influencias que se ha puesto de manifiesto entre los dueños de la guardería en cuestión y las autoridades locales y municipales, así como con el PRI - partido que gobierna Sonora - y, de manera más indirecta, con la esposa del Presidente de la República no es algo que nos extrañe. No he escuchado de ninguna conexión directa entre esa red de influencias y las causas del accidente; sin embargo, preocupa la posibilidad de una asignación justa de las responsabilidades cuando los actores del Estado están involucrados con los que podrían ser juzgados responsables. Pero, sobre todo, molesta que la laxitud en las normas de seguridad podría haberse debido a no molestar al cuñado, al hermano, a la esposa, o a la tía de no sé quién con apellido que suena a poder. Ese es el México del que queremos deshacernos; no queremos un Sonora en el que el apodo -bastante justificado por la acumulación de poder que ha logrado- del Gobernador es "el Rey"; ni un Hermosillo en el que haya niños quemándose por otra cosa que no sea el sol ardiente que nos hace quejarnos cada verano, pero del que, en el fondo, estamos muy orgullosos porque nos ayuda a definir nuestra identidad.
Hagamos todos lo que podamos para cambiar esas realidades inconcebibles, pensando en todos esos niños que fallecieron por esa larga y compleja red de omisiones y de culpas. Para que no se repita, en cada uno de nuestros actos responsables desde la trinchera en la que nos encontremos escuchemos calladamente la voz de nuestra conciencia diciendo "para que no se repita". Actuando así podremos finalmente lograr una sociedad mejor construida, sobre la base de nuestros pequeños actos, de nuestros pequeños actos bien hechos, para que nunca se repita una causa de dolor tan grande.
In memoriam.
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3 comentarios:
Descansen en paz!!! :(
¡¡Qué tristeza!! ¡¡Qué pena!!
Descansen en paz.
Un saludo, Rafael.
Hola Rafael!
En España se llama "chapuza" a eso que describes. Consiste en dejar para mañana lo que se puede hacer hoy perfectamente, y en llorar cuando la leche se derrama. O sea, cuando ya no tiene remedio. Es escalofriante siempre, pero mucho más cuando las víctimas son niños. En España, tuvo que haber una tremenda catástrofe (la de la discoteca "Alcalá 20") para que se tomaran en serio los estándares de seguridad en los locales públicos. Casi siempre, por desgracia, es así. Esperemos que, como tú dices, no se vuelva a repetir la desgracia.
Un abrazo
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