Yo tenía toda la intención de llegar desde el lunes y plasmar mis patoaventuras de fin de semana en Guadalajara. Pero no. Este lunes fue uno de esos que se ganó a pulso la expresión "ni las gallinas ponen". Estaba cansadísimo porque las horas de sueño no fueron, ni de cerca, las adecuadas para mi condición de metódico soñador. Cada vez estoy más seguro de que los fines de semana deberían ser más largos. O mejor aún, debería haber un fin de fin de semana (un día sería suficiente, para empezar). Y es que, a quién queremos engañar, dos días no son para nada una cantidad de tiempo satisfactoria para 1) descansar de los días de trabajo, 2) festejar que se acabaron los días de trabajo y 3) descansar de los festejos de que se acabaron los días de trabajo. Pues bien, este fin de semana únicamente me alcanzó para el inciso 2 y cuatro horas de sueño después ya era hora de levantarse para dar clases, como si en esas condiciones tuviera algo qué enseñar, además de las ojeras.
El viaje a Guadalajara fue divertidísimo, excepto en su inicio. Me explico: para irnos había quedado de ver a mi primo, en cuyo carro viajaríamos, a la salida poniente de la ciudad, muy cerca de su trabajo. Siendo viernes por la tarde, ya podría preverse que el tráfico se encontraría en la categoría "infernal". Para ir a Santa Fe, desafortunadamente, no hay metro aunque siempre es opción tomarlo hasta una estación relativamente cercana y después de ahí tomar un taxi. Pero por alguna extraña razón, me pareció más conveniente tomarme un taxi desde mi trabajo hasta mi destino. Error. El tráfico era, efectivamente, muy pesado, sobre todo porque teníamos que pasar a un lado de donde había caído el avión con Secretario de Gobernación incluido, y las investigaciones continuaban y había unas zonas acordonadas y... un desastre. Pero, bueno, el tráfico en la ciudad de México es una constante, más que una variable, así que de eso no me tendría que quejar. Lo realmente traumático fue el taxista. En esta ocasión, no me tocó que quisiera ir al baño y me lo hiciera saber de manera escatológica. No, en esta ocasión me tocó un EMO-taxista. Sí, un verdadero y deprimente depresivo. Un tipo con más mala onda que Margaret Thatcher recién levantada (supongo que a esa hora tendrá muy mala onda, aunque no me consta).
El trayecto fue horrible, no sólo porque duró más de una hora, sino por el nivel de amargura que alcanzaba la conversación del conductor. Además, yo no había tenido tiempo de comer, por lo que me llevé una torta cubana para manducármela en el camino. Antes no se me agrió la mayonesa en el estómago, por los sinceros deseos del tipo de que también el Presidente de la República hubiera ido en el avión que se desplomó, y que si nos robaron la elección del 2006, y que si los ricos y los pobres, y que si la privatización de Petróleos Mexicanos (¡que nadie propuso, por vida de Dios!), que si Carlos Slim y lo maravilloso que era Teléfonos de México cuando era una empresa pública, que por él que se cayeran todos los rascacielos que están construyendo en Reforma, en fin... al tipo no había manera de darle gusto. Ni siquiera cuando pasábamos por Paseo de la Reforma a la altura de Lomas de Chapultepec y podríamos distendernos con la agradable vista de los camellones arbolados y las casonas estilo California el tipo era feliz, porque los carriles eran demasiado pequeños, y los ricos y los pobres, y la privatización de Petróleos Mexicanos y la privatización de TELMEX y la fortuna de Carlos Slim. ¡Oh my goodness! - pensé - (porque me pongo bilingue cuando me agobian los taxistas depresivos) ¡que ya se calle! Pero no había manera, el mundo y el calentamiento global, los ricos y los pobres, Slim, Telmex, Pemex, hasta se quejó de lo malo que era el clima (porque claro que en su depresión no se da cuenta de que el clima en la ciudad de México es cercano a perfecto). Después de una hora de eso, y ya muy cerca del suicidio colectivo de todos los que íbamos en el taxi, o sea, él y yo, llegamos a nuestro destino.
La carretera a mí cada vez me gusta más. Desde el momento que sales de la ciudad de México el bosque de la Marquesa es un regocijo particular, de un verde intenso causado por los pinos y la niebla que se mezcla entre ellos, a una altura mayor a los 3 mil metros sobre el nivel del mar. Por su parte, los paisajes del occidente del país tienen un encanto provincial y sereno. Con sus montañas suaves, sus eventuales plantaciones, la laguna de Cuitzeo en Michoacán (en Sonora, ya le llamaríamos océano) y las terrazas de agave azul (cactus del que se destila el tequila) entre pueblos de los que se alcanza a distinguir siempre el alto campanario de sus antiguas iglesias. Y luego, llegar a Guadalajara no sin antes tener mi experiencia chusca del día al llegar a una tiendita de una gasolinera en la cual la computadora no servía y le pareció a la que atendía que yo podría solucionar el problema, con lo cual me apersoné detrás del mostrador para tratar de arreglar el problema técnico y ponerme a cobrar algunos productos. Me basta contarles que me sentía yo la imagen de OXXO al cumplir mi sueño truncado de ser cajero en algún supermercado.
Guadalajara es una ciudad muy linda. La segunda más grande del pais y con una población de casi 5 millones en su zona metropolitana. Con un clima también muy agradable, aunque menos fresco por las noches que en la ciudad de México. Capital del estado de Jalisco, del cual salieron muchos de los aspectos distintivos para la construcción de la identidad de "lo mexicano": el tequila, el mariachi, el traje de charro, etc. Tiene Guadalajara, como dice la canción, "el alma de provinciana". Pero a la vez es una ciudad moderna, con altos edificios, mucha vida cultural, vías y túneles muy modernos y rápidos para atravezarla y algunos monumentos muy representativos: como la Glorieta de la Minerva o unos tales "Arcos del Milenio" que hicieron escándalo no sólo por su enorme tamaño, sino por lo carísimos que estaban saliendo, en un país con mucha tela de dónde cortar para reordenar las prioridades del gasto público.
Hubo oportunidad de visitar algunos de los puntos representativos, como el maravilloso centro colonial de la ciudad, con su Templo Expiatorio de estilo neogótico (muy poco común en México, donde dominó el barroco y el neoclásico), el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara, y la Avenida Vallarta, flanqueada de hermosas mansiones afrancesadas unas y otras con el estilo de las casonas de las plantaciones sureñas de Estados Unidos. En fin, Guadalajara es sin duda una capital cultural latinoamericana, pues ahí se celebran eventos de la talla de la Feria Internacional del Libro, considerada la más importante de Iberoamérica, o su festival de cine que es también uno de los más importantes de Latinoamérica. Entre lo que más me gustó está, sin duda, el pueblo de Tlaquepaque el cual, a pesar de estar dentro de la zona metropolitana, conserva un ambiente pueblerino muy lindo. Cuenta con muchísimas galerías de fina artesanía mexicana, además de joyerías y muy lindos restaurantes, especialmente en una calle peatonal que es la mar de linda (un poco Disneylandia mexicano, para algunos, pero con un ambiente muy agradable y súper nice).
El trayecto de regreso tuvo la agridulce sensación que tienen siempre los viajes que son tan lindos, cuando una parte de uno mismo se niega volver a la cotidianidad y sabe que extrañará con cierta melancolía las mejores experiencias. Además, aunque la entrada a la capital estuvo despejada, el Paseo de la Reforma seguía con mucho tráfico, a pesar de ser domingo y ya muy entrada la noche, constatando que el tráfico es parte consustancial de nuestras vidas. Tal vez tanto como el constante deseo de salir a recorrer los distintos puntos de este país maravilloso. Sí, maravilloso a pesar de sus narcos, sus surrealistas caídas de aviones o la construcción de polémicos y carísimos Arcos del Milenio.
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1 comentario:
Miiijo!!! que maravillaaaa! Hasta ganas me dieron de ir a Guadalajara!!
A la proxima que te toque un taxista nefasto, pues tu sacales comentarios mas raros, no se, diles que eres el verdadero asesino de Cumbres y veras si no se callan jajajaja
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