lunes, enero 07, 2008

¿Qué hay debajo del Ecuador? (parte 3)

(Tercera entrega de mi reseña del viaje a Argentina, más abajo están las otras dos y se sugiere leerlas en orden cronológico)

Una vez agotada la primera parte de mi estancia en Bs.As. me tomé mi taxi a la estación de trenes/autobuses el Retiro. Una vez ahí abordé el camión - coche cama - que muy cómodamente me transportó en brazos de Morfeo - o sea, dormido - hasta Mar del Plata. Esta ciudad es al parecer el balneario principal de Argentina. Sería como el Acapulco argentino, porque es visitada sobre todo por los numerosísimos residentes de la capital que se van a relajar a la costa - llevando siempre consigo sus hábitos junglaurbanos -. - Los porteños, al parecer, aman Mar del Plata - le comenté a mi amiga marplatense. - "Sí y nosotros odiamos a los porteños" - me reviró, ooops.

Pero el principal propósito de ir a Mardel era visitar a unos amigos entrañables que habían tenido la agridulce suerte de vivir en Hermosillo. Hacía cuatro años ya que no nos veíamos, pero la amistad la habíamos construido de tal manera que ese lapso en nada había mermado el cariño que se genera cuando las vidas se comparten auténticamente. Y al lazo de por sí estrecho que nos unía se había añadido la presencia de Demetrio que nació hace dos años y que es, por mi tenaz insistencia, mi ahijado de cariño (en cualquier momento oficializamos el padrinazgo).

Es una ciudad muy linda y tranquila, serena como se es sereno cuando se vive a expensas del mar. Es un punto muy al sur del planeta por lo que el clima no es ni de cerca guapachoso/tropical, pero los días en los que estuve fui bendecido por los dioses del sol y del viento que me dejaron disfrutar la playa a mis anchas (mis angostas debería decir, si la referencia es a las dimensiones corporales). Aunque fue una lindura disfrutar de la playa y la tibia y tersa arena, en donde hasta jugué volley ball playero no sólo por el cliché sino también por gusto, no había que acercarse mucho al agua porque, como ya lo había comentado, era gélida como que la corriente acababa de regresar de una larga estancia en la Antártica. Con todo y eso había muchísima gente dentro del mar, lo cual me hizo dudar de su salud mental, o bien, de mi capacidad de adaptación a lugares más fríos. Mar del Plata fue el lugar más al sur que visité y, además, el punto más meridional en el que he estado en el planeta Tierra (claro, porque como he estado en muchos otros planetas, es mejor aclarar).

Mi primera impresión (que de tanta sorpresa terminó dándome miedo) es lo plano del terreno. Prácticamente desde que salí de Bs.As. hasta que llegué a Mar del Plata (que son como cinco horas) eran sembradíos que pareciera que los habían aplanado con regla y no se alcanzaba a divisar hacia el horizonte ninguna colina. De tan plano el terreno podía apreciarse la redondez de la Tierra que yo pensé sólo se notaba al contemplar la inmensidad del océano.

Lo que más me gustó de Mar del Plata, fueron un par de villas (casas/mansiones) que están en la colonia súper-chubi-dubi que se llama Los Troncos. Una de ellas es la Villa Mitre que es el museo de historia de la ciudad. Cuando me preguntaron qué me había parecido, después de pensarlo un buen rato dije: "es un museo triste". Y, en verdad, es un museo muy triste, sin usar el término en el sentido injustamente peyorativo que solemos atribuir a la tristeza. Sólo para darles una idea, yo era el único visitante del museo durante todo el recorrido y me abrumaba una paz sepulcral con recuerdos del pasado. Además, una de las piezas célebres del museo es el manuscrito del último poema de Alfonsina Storni que se llama Voy a dormir y que es una tristísima nota de suicidio literaria. Esta poetisa argentina de origen suizo inspiró la hermosa canción Alfonsina y el mar (Ramírez y Luna), después de que al final de una vida ensombrecida por el dolor se quitó la vida internándose en la playa de Mar del Plata (lo cual me hace preguntarme si murió de pulmonía por lo frío del agua o si fue ahogamiento la verdadera causa de su muerte). Una vez que estaba lo suficientemente triste como para repetir la acción de Alfonsina, decidí que era hora de salir, sobre todo porque si no me componían Rafael y el mar iba a estar muy decepcionado.

La siguiente villa que conocí se llama villa Victoria, puesto que era de la escritora Victoria Ocampo que entre sus méritos tuvo ser de una familia aristocrática y a pesar de eso no abandonarse a la vida más ociosa y parasitaria de la sociedad que suelen darse los que cotidianamente llenan las revistas Holas, Caras, Gente, Sociales del Imparcial y puras de ésas que ustedes ya conocen. Victoria Ocampo, por su parte, se dedicó a patrocinar el mundo de las letras, y a escribir ella misma. Así, daba hospedaje en esa mansión traída pedazo por pedazo de Inglaterra, a escritores que buscaban un remanso de paz (y libre del pago de alquiler). Lo más lindo de la casa es el jardín que tiene árboles enormes traídos de los rincones más lejanos del mundo y que se aclimataron bien en el templado clima marplatense. Yo es que soy muy fans de los árboles gigantes y en ese jardín (en el que también estaba yo solo con robles, cedros, olmos, platanos y álamos) me sentía como en consejo de sabios verdes que susurraban en un idioma que no entendí al ser atravezados por el viento (bueno, así de ridículo me pongo yo cuando tengo mucho tiempo para pensar).

Otra de las atracciones de la ciudad es el Casino Provincial en el que tuve la suerte (la primer noche) de no perder ni un peso argentino en toda la velada y hasta de ganar veinte pesos (como siete dólares) en la segunda oportunidad (la noche siguiente, porque el vicio es canijo...). También tuve la oportunidad de comerme un auténtico y delicioso asado argentino con los papás de Pablo, en el que comí hasta que mi estómago pudo soportarlo.

Y volando se fueron los días en Mar del Plata como se va siempre la vida cuando la está uno pasando a gusto. Afortunadamente, todavía quedaban muchos lugares que iba a conocer, así que la ilusión compensaba ese incómodo vacío que causa el desprendimiento de los amigos, sobre todo cuando no se sabe cuánto tiempo va a durar.

4 comentarios:

CRISTINA dijo...

¡¡Bien!!
Pues ahora, después de la tercera parte, ¡¡la cuarta!!

Me tienes muy mal acostumbrada y me pongo exigente.

Un beso.

Paco Bernal dijo...

Qué agradable de leer. Da gusto. Ameno, informativo, gracioso...No sabía yo lo de la muerte de Alfonsina Storni, aunque sí que conocía la canción (cómo no). Hace poco también murió la niña Margarita, la del poema de Darío "Margarita, está linda la mar", centenaria y eso...Me uno a la petición anterior, aunque no seré tan exigente porque estas cosas llevan tiempo. La cuarta, cuando se pueda.
Un abrazo desde Austria

RBD dijo...

Cristina,
Ya ves qué pronto cumplí con la siguiente entrega. El viaje todavía me trae inspirado y si no escribo ahora después todo se va haciendo más borroso.

Paco,
También leerte a ti es súper agradable. Lo dijiste bien: eres obsesivo con las palabras, lo cual provoca excelentes escritos. Me encantó tu entrada "El hombre es tierra que anda".

Saludos a ambos,

Rafael Barceló Durazo

Aydee dijo...

Hola Rafa,

Nunca eh dejado un mensaje, pero por fin esta vez me anime. Tus comentarios son chistosisimos. Yo naci en el estado de Michoacan, en Mexico por supuesto!

Yo vivo desde 1997 en Billings, Montana (USA). Anyways, I just wanted to say hello and tell you to keep up the good work.