Este martes 1 de agosto pese a los campamentos del Peje en Reforma pude llegar sin problema al aeropuerto para tomar mi avión directo a casa. Todo perfecto en el vuelo, aunque con menos turbulencias de las que hubiera querido, porque soy turbulentofílico. El avión hizo escala en Monterrey y ahí se subieron dos conocidos de la Universidad en la que estuve así que el último trayecto estuvo de lo más divertido, por lo menos eso sugiere el comentario de "¿Se pueden callar?" de la sutil aeromoza que se vio interrumpida mientras hacía su mímica de Marcel Marceau pirata de la aeronáutica con la fregada mascarilla que siempre he tenido dudas de que caerá cuando se presente la urgencia. Anyway... Me bajé del avión y de inmediato sentí el calor hermosillense que para nada estaba en su punto más alto, pero revuelto con algo de humedad que en nada contribuyó a hacer la sensación de mi llegada más agradable. Pero las sensaciones subsecuentes si fueron agradables: primero, saludar a mi familia o abusando del pronombre posesivo, los míos; segundo, llegar a la casa y encontrarlo todo en orden; tercero, la casa refrigerada (en Hermosillo uno nunca deja de agradecer ese fantástico invento, jaja); luego, ver a los amigos y divertirte como si nunca te hubieras ido. En fin, y antes de darte cuenta de que la respuesta es obvia, empiezas a preguntarte porqué te fuiste de casa a buscar nuevos mundos. Insisto, la respuesta vuelve enseguida y sabes perfecto que hay algo dentro de ti que te impulsa a moverte a nuevos munditos y que la fobia a la estabilidad es otra de las tantas que debe unirse a la larga lista. Pero es un lujo poder sentirse en casa de vez en cuando y dejarte consentir por los tuyos y sentirte, a la vez, suyo cuando, por lo menos yo, normalmente, me siento mío: eso fue abusar de los pronombres posesivos, pero en fin, el desgaste lingüístico es lo mío...
Nos fuimos el fin de semana a la playa y, por supuesto, insistí en broncearme pues en mi familia son los únicos que notan cuando me "bronceo", pues saben los que me han visto asolearme que no es fácil deshacerme de este color sin carisma que tengo, por más que me quede por horas en el sol como lagartija en invierno. Y la playa y la carne asada me volvieron a despertar la duda de si las razones para dejar Hermosillo eran lo suficientemente poderosas. Gracias a Dios, la respuesta volvió a ser contundente. Espero no perder la contundencia en las siguientes semanas... Por lo pronto seguiré pensando en todas las satisfacciones que me produce andar del tingo al tango y lo aburrido que sería este blog si me quedara mucho tiempo estable para seguir fortaleciendo mi decisión (soñé que me negaban la visa de estudiante, jeje, eso, sin duda, no contribuye...)
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
4 comentarios:
No se cuantas veces hemos estado en los mismos lugares y nos ignoramos
tal vez en Paris, o comprando machaca en Sonora, estoy sorprendida de tantas coincidencias
no se si hacer click, no se mal interptrete el comentario
No entiendo como te pueden gustar las turbulencias, hubieras disfrutado como un loco entonces de mis últimos vuelos que yo hubiera intercambiado por el tuyo si de hay conseguía un vuelo más plácido.
Aprovecha en plenitud estos días antes de volver a tu dura vida de estudiante, que luego ni vives, ni respiras. Todo sea por la recompensa final, de aquí al infinito.
Un abrazo
Viajar, conocer nuevos lugares y nueva gente es siempre gratificante, aunque a veces el viaje en sí sea incómodo. A mí me sucede como a ti, después de un largo vaje. Llegas a casa, te rodeas de tus cosas y piensas: "Como en casa..., en ningún sitio". Pero al cabo de algún tiempo, el gusanillo viajero comienza a roer de nuevo tu interior. Y te sorprendes aceptando una invitación a un país lejano, bastante traída por los pelos.
Un saludo.
feliz de ke estes akii hermano! siempre traes felicidad cuando vienes! =** y cuando no estas aqui se siente ese vacío!...
Publicar un comentario