Hoy murió Carlos Fuentes, uno de los escritores mexicanos más prolíficos desde que México es México, o tal vez desde antes. Se murió así nomás, sin avisar con mucha antelación, dejándonos con cara de sorpresa a los que su vida (o su muerte) nos interesa. A sus 83 años, claro, ya estaba muy por encima del promedio, de lo que a cada quien le toca según el dato conocido como esperanza de vida (que para un hombre en México es de 73 años, según el INEGI, lo que quiere decir que ya llevaba 10 años de superávit estadístico). Pero esa vida que con toda seguridad podemos afirmar que fue larga no hizo más que mantener su coherencia: lo de él, lo de él no era ser breve.
Varias de las noticias periodísticas que informaron de su muerte, se refirieron a que Fuentes usó Twitter un solo día de su vida, hace ya más de un año. No volvió a hacerlo. Insisto, lo de él nunca fue la brevedad y, como toda persona medianamente informada sabe, ese popular medio de comunicación masiva no permite más que 140 caracteres por "tuit". ¿A quién se le podría ocurrir que Fuentes iba a empezar, a sus ochenta y tantos, a tratar de escribir en esas estrecheces literarias? Me alegra que lo haya intentado, al final de cuentas era un hombre de su tiempo y en 2011 parecía muy difícil ser un hombre de su tiempo y no usar Twitter. Pero también me alegra que lo dejara y que lo hiciera tan pronto. Por qué iba a limitarse a escribir en tan poco espacio si tenía una mente lúcida, muchas ideas, buena pluma y muchas ganas de escribir, cosa que no dejó de hacer nunca y de hacerlo de manera abundantísima.
Twitter y la brevedad, en general, tienen grandes ventajas: la rapidez, la inmediatez, la facilidad para retransmitir una idea. Pero no son para todo ni para todos. Yo mismo me he excluido de usar Twitter para escribir, únicamente lo uso para leer lo que otros escriben. Si tengo ganas de escribir, uso el blog y me extiendo si quiero y cuanto quiero, agrego disquisiciones (innecesarias, como son la mayoría), circunloquios (para qué decir algo directamente si le podemos sacar la vuelta) y no me preocupo nunca por expresar en breve mis desordenadas ideas (que el desparpajo ocupa mucho espacio).
Carlos Fuentes escribió una lista interminable de libros y ensayos, lo que le valió la crítica de que su obra no tenía ningún filtro de calidad. Medida por la cantidad de páginas que publicó, su obra fue magna (también por su contenido). A mí, humilde lector suyo y eventual escritor mío, sólo me queda esperar que al compartir con Fuentes su aversión por la brevedad, me espere también una vida larga. Tal vez 83 años ya sea exagerar, retar a la estadística, pero una cosa discretamente longeva sí que se me antoja.
¡Que en paz descanse Carlos Fuentes, pero que sus ideas no lo hagan, que sigan revoloteando por larga data en el mundo de las ideas latinoamericanas!
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