La verdad, la verdad, ya me dio vergüencita andar tan desaparecido y no pasar a publicar en este inasible blog ninguna de las cosas superfluas que abundan en mi cabeza. Entonces, para poner fin a la dolorosa ausencia (not) pasaré a contar que estuve de vacaciones ("pasar a hacer algo" es sintácticamente incorrecto y estéticamente injurioso, pero es para darle enjundia a la debilidad de mi palabra escrita, un recurso literario vil y despreciable). Volviendo al punto, es un hecho conocido que las vacaciones son una cosa linda. Son tan bonitas que si no existieran yo me las inventara (para decirlo con el nefasto romanticismo de Ricardo Arjona). Y, ojo, no es que uno desprecie su vida normal o su trabajo (¡Dios guarde tal despropósito!) es solo que romper la rutina es uno de esos derechos conquistados con sangre de por medio y no se trata de andar desperdiciando las conquistas laborales, que tanto engordamiento de líderes sindicales nos han costado.
El problema que ahora yo tengo cuando tomo vacaciones es que mi corazón debe escoger entre dos opciones que resultan casi mutuamente excluyentes. La primera opción es ir a conocer mundo (que le dicen) porque es muy feíto eso de estar en esas conversaciones en las que todos dicen lo encantador que es un lugar y uno no tener más referencias que las de un documental del National Geographic. Claro, por hacerse el interesante uno pone cara de aquiescencia, pero por dentro se cuestiona si será muy naco reconocer que no se conoce el predio. Que si viajar ilustra y todas esas cosas alimentan el impulso de recorrer lo desconocido, para hacerlo medianamente conocido (y la cuenta de ahorros más flaca). Pero, por otro lado, para los que vivimos lejos de las más importantes querencias está el otro impulso: regresar al terruño, dejarse apapachar por la familia, conversar con los amigos con énfasis en la nostalgia del pasado, que siempre fue un tiempo mejor. En esta ocasión, en mi caso, ganó este segundo ímpetu y me dirigí a las sonorenses tierras, con breve pero sustanciosa visita a la antigua capital azteca, a México Tenochtitlan, que luego fue ciudad de México, y después D.F., y luego simplemente Chilangolandia.
Con la intención de alargar el efecto vacacional me daré a la tarea de informar a los potenciales lectores de este blog (que son más metafísicos que físicos) de lo que hice durante las mismas. Recordar es volver a vivir, dicen las viejitas (y también algunos viejitos). Pero no lo haré de corridito, sino en fascículos (unos cuantos, que mis vacaciones tampoco fueron las 400 leguas de viaje submarino), así que al peor estilo de telenovela mexicana, esta breve entrada termina con un espantoso "Continuará..." (que espero cumplir mañana mismo).
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1 comentario:
Rafa, que opinas de la gente,incluido yo,que te deja mensajes con remitente de "anonimo"?
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