Hace meses que no escribo un capítulo de la serie que llamé "mi vida en Huásabas". Tal vez sólo sea por cuestionarme si el paso del tiempo y la distancia hacen mis recuerdos infantiles cada vez menos confiables, tanto que me hacen preguntarme si alguna vez tendré que cambiar el nombre de la serie a "mis idealizaciones en Huásabas" por haber perdido todo sentido de la historicidad, de la realidad, de lo que tan pomposamente llamamos "objetividad". Para no complicarme con esos razonamientos, hoy decidí escribir de un recuerdo que no tengo, que no forma parte de mi memoria sino que llegó a ella por mera tradición oral. En ese recuerdo yo soy el protagonista, pero mi cortísima edad no registró la anécdota. Tan es así que la mayor parte de los detalles los tendré que inventar con todo e incomodidad que me causa andar por la vida diciendo mentiras. Pero no me juzguen mal los eventuales lectores, la intención es lo que vale, dice el dicho, y mi intención es pasar un buen rato inventando recuerdos que no le hacen daño a nadie.
Sin embargo, no todo está inventado en esta historia. Tengo testigos. Yo de niño fui una persona particularmente espiritual y religiosa. Hago la distinción entre los dos términos porque aunque están profundamente ligados no significan lo mismo. La espiritualidad se refiere a la relación del individuo con la divinidad y lo trascendente (lo inmaterial, digamos, para darle un toquesito), mientras que la religiosidad es, además, la adherencia a liturgias, ritos, creencias específicas, dogmas y normas que están sancionadas (autorizadas) por una institución religiosa. Pues yo creo haber sido un niño que era tanto espiritual como religioso desde una edad que podríamos decir precoz. Mis diálogos con Dios (hasta ahora más bien monólogos, porque Dios no es tan verbal como yo) eran constantes y si veía una araña le hacía una oración por intercesión de San Jorge bendito (que según la oración amarraba a los animalitos para que no nos picaran ni a mí ni a mis hermanitos), si iba a hacer alguna actividad de riesgo invocaba al ángel de la guarda (que, la verdad, era mi dulce compañía y no me desamparaba ni de noche ni día) y antes de acostarme siempre me recordaba a mí mismo que con Dios me acuesto, con Dios me levanto, con la gracia de Dios y del Espíritu Santo (la repetición cacofónica en ese tiempo me resultaba una estética rima, además de que es por todos sabido que el Espíritu Santo viene en la forma de palomita buena onda y es muy tranquilizante para dormir sin preocupaciones.
Pero, insisto, también era una persona (personita, persona en ciernes) muy religiosa, profundamente adherido a la fe católica, apostólica y romana (aunque, debo confesar, sí me daba como envidia infantil que el papa hubiera escogido Roma como residencia, en vez de alguna ciudad de Sonora, digo, ¿qué le pide el desierto al Mediterráneo? Claro, cuando pasó el tiempo las razones históricas me parecieron una razón muy poderosa para la elección romana). Los ritos y celebraciones religiosas no sólo no me daban pereza, como les suele ocurrir a niños y adultos, sino que los gozaba ampliamente. Tan era así que cuando oía sonar esas campanas de la iglesia de Huásabas me emocionaba y quería salir corriendo a no importa qué rezo.
Mi mamá contaba, con cierto orgullo me parece, que una vez recalé (un huasabeño que se precie de serlo no puede prescindir jamás de este jocoso verbo) a la reunión de las celadoras. Sobra decir que no tenía yo, a mi brevísima edad, vela en ese entierro. Las celadoras eran señoras, adultas, serias, responsables, que estaban comprometidas con velar al Santísimo una vez por mes y tenían un calendario bien definido para saber qué día le tocaba a cada una. Yo era un mocoso (literalmente) de cuatro años de edad o menos (y del sexo masculino) que sólo tenía un celo fuertísimo por las actividades religiosas de mi comunidad, pero que por más voluntarioso (metiche) que fuera no podía participar en todas. Es decir, las celadoras tenían su reunión para discutir temas relativos a su oficio y yo no era celadora (ni tenía la edad ni el sexo requeridos para serlo). No importaba, me quedé durante toda la reunión sentado en esas largas bancas de madera, a la sombra de aquellos cipreses que estaban al lado de la vieja casa cural hasta que una celadora caritativa me llevó de regreso a mi casa.
Ese es uno de los recuerdos que no tengo completos, pero que fui construyendo cuando mi mamá me lo platicaba (ella tampoco era celadora, sino legionaria, cantora y madre de siete hijos, por lo que seguramente a ella también se lo platicó quien me fue a llevar de regreso a mi hogar). Tampoco recuerdo cuando otra vez me salí de la casa y me estuvieron buscando un buen rato. Seguramente habrán temido mis padres que me hubiera ido rumbo al río o las milpas, donde los peligros no eran pocos y el ángel de la guarda tampoco hace milagros, su oficio tiene los límites que el sentido común impone. Pues no, no me fui a las milpas ni al río, sino a la iglesia. porque escuché las campanadas con la que en Huásabas se marcaban algunas horas del día y pensé que era hora de ir a misa. Y ahí, recostado en una banca, ante la ausencia de gente y de liturgia alguna, me dormí una buena siesta eclesiástica. En algún momento la celadora, que era la única habitante de la iglesia en las horas de tedio en las que a mí me daba por dormir siestas eclesiásticas, me encontró y dio aviso a mis padres. El otro día me recordaron que por ese episodio mi tía Lola le dijo a mi mamá: - "Ya ve, comadre, es como el niño perdido y hallado en el templo". Rafaelito se sintó especial, no a cualquiera lo comparaban con Chísus Craist.
En otro tiempo y en otro contexto, Ernest Hemingway se preguntó ¿Por quién doblan las campanas? Yo a los cuatro años ni me lo cuestionaba, si las campanas de Huásabas doblaban era porque reclamaban mi presencia en la iglesia, sea para asuntos celatorios que no entendía o para dormirme una jetita.
viernes, febrero 25, 2011
martes, febrero 22, 2011
Sobre los disturbios de medio oriente y los míos propios
En el último comentario que recibí en la pasada entrada de este blog me sugirieron que escribiera sobre las manifestaciones sociales y cambios políticos súbitos que han ocurrido en Medio Oriente y el norte de África. Aceptar la propuesta, debo admitir, me resulta complicado porque soy neófito en el tema, me falta mucha información y no ando muy solvente en claridad mental. Sin embargo, como prácticamente todos los temas sobre los que escribo reúnen las tres condiciones recién citadas, me atreveré a emitir algunas opiniones, en fin que, arropados en la bandera de la libertad de expresión, se pueden cometer toda clase de excesos.
Pero antes debo contestar de manera muy firme al comentarista que me sugirió el tema (cuya no-mexicanidad asumo por la des-cacahuatización de la palabra 'maní'), que yo podré dejar a López-Dóriga sin el menor problema, en fin que juay de rito, pero abandonar el maní, eso sí jamás. Junto con la coca-cola es uno de mis vicios admitidos y es convenientente solapado por mi ya-de-por-sí laxo super ego, sobre todo ahora que mi proveedor de cacahuates me inspira abundantes (y frugales, como me gustan) reflexiones.
Llegando al punto que nos ocupa, hay algo en los últimos eventos de esa región del mundo que huele a cambio profundo. Me da la impresión, tal vez por primera vez, de que estoy viviendo dentro del libro de Historia. No digo que en mi lapso de vida no hayan pasado ya acontecimientos que serán hitos que otros pupilos con la cara desencajada y los ojos somnolientos tendrán que aprenderse para pasar sus exámenes correspondientes. Claro que han pasado en estos últimos treinta años cambios de rumbo que afectan buena parte de las vidas ajenas y, para no excluirme, de la mía propia. Sólo por citar ejemplos: la desaparición de la Unión Soviética, la caída del muro de Berlín, el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, la segunda guerra en Iraq (segunda, por así decirlo), el ascenso de China como potencia económica, etcétera, cambiaron lo que de manera poco precisa se conoce como el "rumbo" de la humanidad. En esos eventos, de cualquier manera, o yo estaba demasiado chico o traía la cabeza puesta en otras cavilaciones.
Sin embargo, esta serie de eventos que han desestabilizado en unas cuantas semanas a toda una región mundial pareciera que traen sus propios vientos de cambio (winds of change, para citar a Scorpions en esa canción sobre el fin de la guerra fría y la unificación de las Alemanias). ¿Qué los hace especiales? Me aventuraría a decir que a diferencia de otras desestabilizaciones sociales del siglo XX, éstas no han estado tanto influidas por ideologías definidas patrocinadas por potencias específicas, cuanto por dinámicas propias que emergen de los propios países por el descontento de poblaciones más educadas por sus condiciones de vida. Algo parecido a lo que ocurrió en la Revolución Francesa, si se me permite la analogía. Las estructuras de poder en estos países del mundo no están funcionando para redistribuir la satisfacción social (o la insatisfacción social, claro). Ok, tampoco en Europa, América del Norte, Latinoamérica o el resto de África, los gobiernos están distribuyendo nada bien, pero al menos en estas regiones los períodos de caducidad de sus líderes son menores. Es decir, ya uno se cansa con los personajes de un sexenio, no me puedo imaginar la fatiga que deben causar los mismos líderes por 30 o 40 años. Si no hay muerte más segura (y lenta) que la que causa el aburrimiento.
Antes de continuar, quisera hablar de la denominación de esta región como el Medio Oriente. ¿Qué hace de estos países una unidad regional? Porque partiendo de los eurocéntricos conceptos de Medio o Lejano Oriente, el norte de África vendría a ser otra cosa y es ahí donde se han dado los eventos y cambios más intensos, específicamente en Túnez, Egipto y Libia. Sin embargo, el término Medio Oriente es muy elástico y, en sus formas más amplias, incluye además de lo que específicamente es el Medio Oriente, el norte de África, Irán y hasta los países del Indostán. Para efectos didácticos, el Medio Oriente ampliado es la región en la que (exceptuando a Israel) se comparten en mayor o menor medida rasgos como los siguientes: la fuerte presencia de grupos étnicamente árabes, se habla árabe (esto tampoco es el caso de Irán o de los países del Indostán), el Islam es una forma de vida que trasciende lo religioso para imponerse también en lo civil y lo político; hay desiertos, camellos, petróleo, gente excesivamente rica, los hombres suelen usan prendas de vestir que se parecen más a las que en Occidente usaban las mujeres, en fin, hay algunas características que las hacen sociedades más o menos similares.
Sus estructuras de poder político son otra cosa similar entre las naciones de este Medio Oriente ampliado y que ahora justamente tienen a todo el mundo (por así decirlo) en la zozobra. Se trata de jerarquías que se sostienen en el poder por períodos muy prolongados, donde no es poco común que el traspaso de poder sea de manera dinástica, el control político suele ser bastante férreo y la separación Iglesia-Estado no es un tema de la agenda. Socialmente también hay varias coincidencias, porque muchos de los países de la región han experimentado una prosperidad económica que ha creado fortunas indecibles y que, en mayor o menor medida, ha incidido para que los niveles de salud y escolaridad de la población general hayan mejorado radicalmente.
[Si buscan en este párrafo y el anterior excepciones a mis sobresimplificadas generalizaciones, las encontrarán por montones, pero estoy tratando de construir las similitudes entre los países de dicho Medio Oriente ampliado, con el anticipado reconocimiento de mi ignorancia sobre la región y usando como fuente lo poco que he leído al respecto.]
Tratando de entender la rapidez con la que las protestas iniciadas en Túnez, se contagiaron a Egipto, Yemen, Jordania, Siria, Bahréin, Libia, Marruecos, Iraq, Irán (más o menos en ese orden) pondría los siguientes elementos en la fórmula del modelo explicativo: gobiernos dictatoriales cerrados + población más educada y saludable que antaño + injusticias sociales y restricción de libertades = polvorín. Ahora bien, ni las reivindicaciones ni los resultados han sido los mismos en todos estos países, pero tal vez el denominador común sea la petición de condiciones más justas de vida y la abominación por las injusticias de los regímenes que estos pueblos han padecido (tenido, si buscamos la palabra más neutra).
Lo que sí parece haber cambiado de manera más o menos general es, por un lado, el valor que la justicia social tiene ahora entre esos pueblos y, por otra parte, el rol que las personas consideran que juegan para exigir cambios e incidir en su autodeterminación. En los países de Europa la concepción del individuo como sujeto de derechos en la conducción de su gobierno también fue un concepto nuevo en su tiempo. Que los monarcas fueran elegidos por orden divina significaba, en otros términos, que el individuo (lo que ahora es el ciudadano) no tenía la menor vela en ese entierro. Misma historia en América en el siglo XIX (en EE.UU. antes), las personas que habitaban en las colonias empiezan a pensar en que ellas pueden ser quienes decidan lo que pase en sus territorios, después de siglos de aceptar la idea de que las órdenes se tomaban en la metrópolis.
No quiero asumir con lo que acabo de decir que la historia es lineal y que la democracia y la economía de mercado son el fin de la historia (Fukuyama dixit... y se equivocó), a donde todos los pueblos tienen que llegar. Tal vez el mundo árabe llegue a otra forma de administración de su poder político que no coincida con la mentalidad occidental (y occidentalizadora). Quizás formas democratizantes súbitas en sociedades que no las han tenido puedan llevar al caos social casi de inmediato (e Iraq vuelve a mi memoria). La importancia de los cambios actuales es la conciencia asumida del poder del individuo, de las colectividades, de los marginales (o los que no son tanto) para cambiar algunos aspectos de sus gobiernos, de sus sociedades.
Si me conceden un dejo de optimismo súbito, la lección que deben aprenderse los líderes del mundo por los recientes acontecimientos es que en ningún lugar del mundo las dictaduras están escritas en piedra. Ninguna estructura dictatorial puede resistir el ímpetu de la libertad o del sentido de justicia que las sociedades dinámicamente construyen y reconstruyen. Los seres humanos asumen cíclicamente que son individuos y que también son parte de una colectividad. Si a eso le agregamos tecnologías que nos permiten comunicarnos masivamente de manera casi inmediata, podemos decir que en el futuro nadie estará a salvo de las ideas de otros. Y las ideas son muy poderosas, no sólo porque alientan nuestros valores sino, incluso, porque a veces tienen el poder de cambiarlos o de generarlos.
Queda esperar que pronto se recupere la estabilidad de los pueblos ahora incendiados por sus muchas pasiones, porque en río revuelto sólo algunos pescadores (los más listillos) tienen ganancias. Queda esperar con mucho ahínco que una vez pasado el torbellino esas naciones tengan la oportunidad y los sabios liderazgos para reconducirlos a formas organizativas que convengan más a todos. Queda desear que no mueran más personas, que la represión como forma de actuación pública empiece de una vez por todas a formar parte del cementerio de los conceptos humanos que cayeron en desuso porque así lo quisieron las voluntades colectivas.
Pero antes debo contestar de manera muy firme al comentarista que me sugirió el tema (cuya no-mexicanidad asumo por la des-cacahuatización de la palabra 'maní'), que yo podré dejar a López-Dóriga sin el menor problema, en fin que juay de rito, pero abandonar el maní, eso sí jamás. Junto con la coca-cola es uno de mis vicios admitidos y es convenientente solapado por mi ya-de-por-sí laxo super ego, sobre todo ahora que mi proveedor de cacahuates me inspira abundantes (y frugales, como me gustan) reflexiones.
Llegando al punto que nos ocupa, hay algo en los últimos eventos de esa región del mundo que huele a cambio profundo. Me da la impresión, tal vez por primera vez, de que estoy viviendo dentro del libro de Historia. No digo que en mi lapso de vida no hayan pasado ya acontecimientos que serán hitos que otros pupilos con la cara desencajada y los ojos somnolientos tendrán que aprenderse para pasar sus exámenes correspondientes. Claro que han pasado en estos últimos treinta años cambios de rumbo que afectan buena parte de las vidas ajenas y, para no excluirme, de la mía propia. Sólo por citar ejemplos: la desaparición de la Unión Soviética, la caída del muro de Berlín, el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, la segunda guerra en Iraq (segunda, por así decirlo), el ascenso de China como potencia económica, etcétera, cambiaron lo que de manera poco precisa se conoce como el "rumbo" de la humanidad. En esos eventos, de cualquier manera, o yo estaba demasiado chico o traía la cabeza puesta en otras cavilaciones.
Sin embargo, esta serie de eventos que han desestabilizado en unas cuantas semanas a toda una región mundial pareciera que traen sus propios vientos de cambio (winds of change, para citar a Scorpions en esa canción sobre el fin de la guerra fría y la unificación de las Alemanias). ¿Qué los hace especiales? Me aventuraría a decir que a diferencia de otras desestabilizaciones sociales del siglo XX, éstas no han estado tanto influidas por ideologías definidas patrocinadas por potencias específicas, cuanto por dinámicas propias que emergen de los propios países por el descontento de poblaciones más educadas por sus condiciones de vida. Algo parecido a lo que ocurrió en la Revolución Francesa, si se me permite la analogía. Las estructuras de poder en estos países del mundo no están funcionando para redistribuir la satisfacción social (o la insatisfacción social, claro). Ok, tampoco en Europa, América del Norte, Latinoamérica o el resto de África, los gobiernos están distribuyendo nada bien, pero al menos en estas regiones los períodos de caducidad de sus líderes son menores. Es decir, ya uno se cansa con los personajes de un sexenio, no me puedo imaginar la fatiga que deben causar los mismos líderes por 30 o 40 años. Si no hay muerte más segura (y lenta) que la que causa el aburrimiento.
Antes de continuar, quisera hablar de la denominación de esta región como el Medio Oriente. ¿Qué hace de estos países una unidad regional? Porque partiendo de los eurocéntricos conceptos de Medio o Lejano Oriente, el norte de África vendría a ser otra cosa y es ahí donde se han dado los eventos y cambios más intensos, específicamente en Túnez, Egipto y Libia. Sin embargo, el término Medio Oriente es muy elástico y, en sus formas más amplias, incluye además de lo que específicamente es el Medio Oriente, el norte de África, Irán y hasta los países del Indostán. Para efectos didácticos, el Medio Oriente ampliado es la región en la que (exceptuando a Israel) se comparten en mayor o menor medida rasgos como los siguientes: la fuerte presencia de grupos étnicamente árabes, se habla árabe (esto tampoco es el caso de Irán o de los países del Indostán), el Islam es una forma de vida que trasciende lo religioso para imponerse también en lo civil y lo político; hay desiertos, camellos, petróleo, gente excesivamente rica, los hombres suelen usan prendas de vestir que se parecen más a las que en Occidente usaban las mujeres, en fin, hay algunas características que las hacen sociedades más o menos similares.
Sus estructuras de poder político son otra cosa similar entre las naciones de este Medio Oriente ampliado y que ahora justamente tienen a todo el mundo (por así decirlo) en la zozobra. Se trata de jerarquías que se sostienen en el poder por períodos muy prolongados, donde no es poco común que el traspaso de poder sea de manera dinástica, el control político suele ser bastante férreo y la separación Iglesia-Estado no es un tema de la agenda. Socialmente también hay varias coincidencias, porque muchos de los países de la región han experimentado una prosperidad económica que ha creado fortunas indecibles y que, en mayor o menor medida, ha incidido para que los niveles de salud y escolaridad de la población general hayan mejorado radicalmente.
[Si buscan en este párrafo y el anterior excepciones a mis sobresimplificadas generalizaciones, las encontrarán por montones, pero estoy tratando de construir las similitudes entre los países de dicho Medio Oriente ampliado, con el anticipado reconocimiento de mi ignorancia sobre la región y usando como fuente lo poco que he leído al respecto.]
Tratando de entender la rapidez con la que las protestas iniciadas en Túnez, se contagiaron a Egipto, Yemen, Jordania, Siria, Bahréin, Libia, Marruecos, Iraq, Irán (más o menos en ese orden) pondría los siguientes elementos en la fórmula del modelo explicativo: gobiernos dictatoriales cerrados + población más educada y saludable que antaño + injusticias sociales y restricción de libertades = polvorín. Ahora bien, ni las reivindicaciones ni los resultados han sido los mismos en todos estos países, pero tal vez el denominador común sea la petición de condiciones más justas de vida y la abominación por las injusticias de los regímenes que estos pueblos han padecido (tenido, si buscamos la palabra más neutra).
Lo que sí parece haber cambiado de manera más o menos general es, por un lado, el valor que la justicia social tiene ahora entre esos pueblos y, por otra parte, el rol que las personas consideran que juegan para exigir cambios e incidir en su autodeterminación. En los países de Europa la concepción del individuo como sujeto de derechos en la conducción de su gobierno también fue un concepto nuevo en su tiempo. Que los monarcas fueran elegidos por orden divina significaba, en otros términos, que el individuo (lo que ahora es el ciudadano) no tenía la menor vela en ese entierro. Misma historia en América en el siglo XIX (en EE.UU. antes), las personas que habitaban en las colonias empiezan a pensar en que ellas pueden ser quienes decidan lo que pase en sus territorios, después de siglos de aceptar la idea de que las órdenes se tomaban en la metrópolis.
No quiero asumir con lo que acabo de decir que la historia es lineal y que la democracia y la economía de mercado son el fin de la historia (Fukuyama dixit... y se equivocó), a donde todos los pueblos tienen que llegar. Tal vez el mundo árabe llegue a otra forma de administración de su poder político que no coincida con la mentalidad occidental (y occidentalizadora). Quizás formas democratizantes súbitas en sociedades que no las han tenido puedan llevar al caos social casi de inmediato (e Iraq vuelve a mi memoria). La importancia de los cambios actuales es la conciencia asumida del poder del individuo, de las colectividades, de los marginales (o los que no son tanto) para cambiar algunos aspectos de sus gobiernos, de sus sociedades.
Si me conceden un dejo de optimismo súbito, la lección que deben aprenderse los líderes del mundo por los recientes acontecimientos es que en ningún lugar del mundo las dictaduras están escritas en piedra. Ninguna estructura dictatorial puede resistir el ímpetu de la libertad o del sentido de justicia que las sociedades dinámicamente construyen y reconstruyen. Los seres humanos asumen cíclicamente que son individuos y que también son parte de una colectividad. Si a eso le agregamos tecnologías que nos permiten comunicarnos masivamente de manera casi inmediata, podemos decir que en el futuro nadie estará a salvo de las ideas de otros. Y las ideas son muy poderosas, no sólo porque alientan nuestros valores sino, incluso, porque a veces tienen el poder de cambiarlos o de generarlos.
Queda esperar que pronto se recupere la estabilidad de los pueblos ahora incendiados por sus muchas pasiones, porque en río revuelto sólo algunos pescadores (los más listillos) tienen ganancias. Queda esperar con mucho ahínco que una vez pasado el torbellino esas naciones tengan la oportunidad y los sabios liderazgos para reconducirlos a formas organizativas que convengan más a todos. Queda desear que no mueran más personas, que la represión como forma de actuación pública empiece de una vez por todas a formar parte del cementerio de los conceptos humanos que cayeron en desuso porque así lo quisieron las voluntades colectivas.
viernes, febrero 18, 2011
¿Juay, juay de risa?
No sé qué tiene el ridículo ajeno que causa morbo. ¿Morbo? Sí, morbo entendido como interés malsano por personas o cosas (la RAE dixit). Porque la llamada pena ajena no es más que comedia con un dejo de remordimiento, por la incomodidad que nos causan los pocos escrúpulos que nos quedan y que nos hacen sentir mal por burlarnos malsanamente del otro. Pero-mas-sin-en-cambio, el ridículo ajeno nos da mucha risa. No vayamos muy lejos, no hay nada para soltar una carcajada destornilladora como ver caerse (físicamente) a una persona. Si el lugar está lleno de gente que atestigua el vergonzoso evento, aún más. Ahora mismo me estoy carcajeando frente a la computadora, por acordarme de la vez que una de mis amigas (cuyo nombre evitaré mencionar por fingir que todavía me queda algo de decencia) se cayó frente a toda la comunidad estudiantil el primer día de clases en la escuela secundaria. El día en que todos empezábamos a hacernos un nombre en la jungla despiadada de adolescentes hormonales y pubertos que sin la más mínima misericordia aprenden a usar con maestría la poderosa arma social de la burla. Fue justo al tocar el timbre para la formación inicial. Todo el universo (es decir, el conjunto significativo para la estadística) estaba ahí y fue ahí en ese espacio crítico donde se deslizó como jugador de beisbol urgido por anotar una carrera. Para colmo de males, alguien le gritó "safe" (como si, en efecto, hubiera podido anotar la carrera con la barrida) mientras se sacudía el polvo del uniforme, se revisaba las manos para hacer un recuento de las heridas y abstraía su mente para tratar de olvidar que todo mundo estaba viendo y, no pocos, riendo.
Si uno lo mira fríamente, reírse de la caída ajena parece producto de la maldad humana más depurada. Pero, podríamos aventurar, es la propia naturaleza humana la que hace un lado el sentimiento de la compasión, en parte porque la compasión hace sentir más vergüenza. La risa depura el ridículo pero, al final, reírnos del ridículo ajeno no es más que un interés malsano, aunque socialmente legitimado. Una vez habiendo reconocido mis culpas, procederé a explicar el título de la entrada, que es uno de los últimos escarnios que tiene a un país (por lo menos a una de sus generaciones) riéndose de un pobre hombre que está en la antesala de la senilidad pero que sigue instalado al frente de los micrófonos del noticiero más visto en México. El nombre, Joaquín López Dóriga. Los méritos, haber entrevistado a Santa María de Todo el Mundo. La última entrevista, Anthony Hopkins, sir Anthony Hopkins. El entuerto, que no se oyera el micrófono del traductor simultáneo que tenía que interpretarle la entrevista a Hopkins. La mala idea, que a López Dóriga se le ocurriera que podía improvisar con su inglés de Harmon Hall (o de escuela rural, vaya usté a saber). El resultado, ¿juay, juay de Rito? en sustitución de Why the film's name is The Rite? o algo parecido.
Ver al principal presentador de noticias haciendo el ridículo en televisión nacional y convirtiéndose en el centro de las burlas de las redes sociales ipso factamente, no deja de dar un poco de penita. Y mucha risa. Es que ya nadie respeta las canas ni tiene consideración de que en su juventud no era el inglés sino el latín la lingua franca. Teniendo en cuenta esos elementos, todavía cabe preguntarnos, ¿entonces, juay? ¿juay da risa? :P
Si uno lo mira fríamente, reírse de la caída ajena parece producto de la maldad humana más depurada. Pero, podríamos aventurar, es la propia naturaleza humana la que hace un lado el sentimiento de la compasión, en parte porque la compasión hace sentir más vergüenza. La risa depura el ridículo pero, al final, reírnos del ridículo ajeno no es más que un interés malsano, aunque socialmente legitimado. Una vez habiendo reconocido mis culpas, procederé a explicar el título de la entrada, que es uno de los últimos escarnios que tiene a un país (por lo menos a una de sus generaciones) riéndose de un pobre hombre que está en la antesala de la senilidad pero que sigue instalado al frente de los micrófonos del noticiero más visto en México. El nombre, Joaquín López Dóriga. Los méritos, haber entrevistado a Santa María de Todo el Mundo. La última entrevista, Anthony Hopkins, sir Anthony Hopkins. El entuerto, que no se oyera el micrófono del traductor simultáneo que tenía que interpretarle la entrevista a Hopkins. La mala idea, que a López Dóriga se le ocurriera que podía improvisar con su inglés de Harmon Hall (o de escuela rural, vaya usté a saber). El resultado, ¿juay, juay de Rito? en sustitución de Why the film's name is The Rite? o algo parecido.
Ver al principal presentador de noticias haciendo el ridículo en televisión nacional y convirtiéndose en el centro de las burlas de las redes sociales ipso factamente, no deja de dar un poco de penita. Y mucha risa. Es que ya nadie respeta las canas ni tiene consideración de que en su juventud no era el inglés sino el latín la lingua franca. Teniendo en cuenta esos elementos, todavía cabe preguntarnos, ¿entonces, juay? ¿juay da risa? :P
martes, febrero 15, 2011
France se pronuncia como Florence
Me une a Francia un gran cariño. Fue el primer país, descontando el mío propio, en el que viví. Desde muy joven me atrajo su lengua (le pupú le mató le gua-guau), su cultura y, ahora de manera muy especial (e inexplicable), sus quesos y jabones. Una de mis grandes sorpresas cuando pasé lo que dura un ciclo escolar de ese lado del charco, fueron más que las diferencias (que las llevaba muy presentes) las similitudes entre nuestros pueblos que se materializaron en una gran facilidad para hacerme amigo de franceses y estrechar mis relaciones con ellos. Para quienes lean los diarios, no les será difícil adivinar porqué traje el tema a colación, pero para los que tienen la suerte de estar sustraídos de los medios mexicanos y, en menor medida, de los franceses haré un breve recuento de la situación sobre la que aventuraré mis disipadas opiniones.
He de aclarar antes de comenzar que en este blog la sobre simplificación de la realidad es moneda corriente, como también lo es, paradójicamente, la sobre complejización de la simplicidad. Mi explicación con fines informativos sobre el caso de Florence Cassez es la siguiente: una ciudadana francesa (con apariencia celta-nórdica incluida) fue detenida por la Policía mexicana por estar involucrada con una banda dedicada al secuestro y que era dirigida por el novio de la susodicha (cuya culpabilidad, hasta donde yo sé, está un poquito más que acreditada). La detención tuvo la particularidad de que se volvió a realizar una vez completada para que las cámaras de televisión pudieran ver en vivo y en directo la detención de esta terrible banda dedicada a la comisión de tan terrible delito. Cassez fue condenada por un juez a 60 años de prisión, apeló la sentencia porque ella alega su inocencia, pero aquélla fue confirmada. Posteriormente, presentó junto a sus abogados y el acompañamiento consular de la Embajada de Francia en México un juicio de amparo (el que protege las garantías constitucionales). En este último se acaba de confirmar la sentencia, o más bien dicho, se negó que se deba reponer el juicio por considerarse que no hubo garantías violadas.
El caso de Florence Cassez se volvió para la relación Francia-México (que no es lo mismo que la relación México-Francia) el tema central, por lo que la decisión judicial en el juicio de amparo de hace unos días ocasionó en el Gobierno francés una serie de declaraciones que han recibido muchos adjetivos calificativos. Por ejemplo, la canciller francesa declaró que la decisión (judicial) en el caso Cassez afectaría indudablemente la relación entre los dos países. A ese nivel estamos, lo que digan tus tribunales afectará nuestras relaciones. Por su lado, el presidente francés, conocido por su personal estilo de gobernar, decidió en venganza que se dedicara a la señorita Florence cada evento de lo que iba a ser un hito en intercambio cultural y exhibición de la cultura mexicana en ese país, que había recibido el nombre de Año de México en Francia. Como su nombre lo indica, el 2011 iba a estar consagrado a una importante serie de eventos en los que se difundiría la cultura mexicana en Francia, ante la invitación de este país al nuestro. Pero bajo la amenaza del presidente Sarkozy (descortés dirían algunos) de criticar por el asunto en cuestión a México, en todos y cada uno de los eventos (en los que inicialmente se planeaba que el tema fuera la difusión de su cultura antigua, moderna y posmoderna), fue el Gobierno mexicano el que decidió cancelar las actividades en las que participaría como Estado hasta que se retirara el detallito de la dedicación a Cassez en cada evento del Año de México en Francia.
Hay varios puntos en este asunto que me dejan mal sabor de boca. El primero es por qué tiene que afectarse un evento cultural de esas dimensiones por un asunto que es eminentemente jurídico (y algo diplomático). La idea era llevar a un país europeo importante el mensaje, breve pero complicado, de que México es más que las cotidianas apariciones mediáticas sobre la violencia generada por el narcotráfico. La cultura ha sido para nuestro país el vehículo ideal para mostrar la riqueza y la diversidad que ha estado casi siempre escondida detrás de estereotipos y, nuevamente, sobresimplificaciones con acentos xenofóbicos. A menos que haya control de daños este año la cultura como instrumento para ese propósito tampoco logrará hacerlo. No este año, no en Francia.
El segundo es porqué una relación bilateral entre dos países con economías, poblaciones y vínculos histórico-culturales tan importantes, como los que tienen México y Francia, puede estar determinada por coyunturas sacadas de proporción. Cada asunto tiene su tamaño y sus propios mecanismos para procesarlos dentro de su propia naturaleza. Se entiende que dos hermanos se peleen porque uno le manchó una prenda de vestir al otro, pero ese detalle no debería bastar para que uno dejara de acudir a la boda del otro, con unos grititos sería suficiente, si me permiten la analogía. Cuesta entender porqué un asunto que es judicial termina siendo la piedra angular de toda la relación.
Otro asunto que deja dudas es cómo las autoridades francesas se enteraron y convencieron a prueba de todo de la inocencia de Cassez, cuando los tribunales judiciales de otro país en tres instancias encontraron que estaba acreditada su culpabilidad. Cierto que el sistema de procuración de justicia en México es fuertemente cuestionado por la impunidad y la inequidad, pero el acceso de la ciudadana francesa a todos los recursos legales de defensa fue total. Yo no sé si es inocente o culpable, no soy quien puedo decidirlo, pero sé que en terminos legales su asunto fue juzgado y revisado tres veces con los mismos resultados.
Que un país haga un berrinche por defender a su ciudadana también se entiende, pero cuesta seguir creyendo que los gobernantes, en general, se entreguen a tomar sus decisiones con las vísceras. Que usen los diversos aspectos de la vida de las sociedades a las que gobiernan como si fueran fichas de negociación de un juego de mesa en el que se pueden divertir intercambiando billetitos de papel. No son Napoleones de manicomio (aunque algunos lo parezcan). Lo que hacen afecta para bien y para mal la vida de las personas, por lo que el mínimo requerimiento es que tengan la suficiente capacidad analítica para distinguir entre temas y asuntos diversos. Sí, gobernar es complejo, pero se supone que ya lo sabían cuando aceptaron su cargo. La cosa pública implica que la racionalidad se imponga y que el objetivo último nunca deje de ser el bien común. En el caso que nos ocupa es difícil identificar qué bien común se protegió, o mejor dicho, qué salimos ganando los mexicanos y los franceses.
En lo personal, critico la reacción del presidente francés y, en términos matizados, justifico la posición del Gobierno mexicano en condicionar el apoyo al programa cultural si en cada evento un monito sarkozyano iba a estar criticando el sistema de justicia mexicano. No sólo por dignidad o ataques aterioesclerosos de nacionalismo, sino por no darnos el lujo de pagar más publicidad negativa, como si no tuviéramos suficiente. Claro, mis patrones son los que hicieron esto último, quién sabe qué pensaría si mi mente tuviera menos sesgo en el asunto. Pero en lo que son peras o son manzanas, sigo creyendo que las decisiones públicas deben poderse justificar sobre la base del bien común. Ah, eso y que si Sarkozy se quiere llevar a Cassez nos deje en prenda a Carla Bruni. Así tal vez nos la íbamos pensando.
He de aclarar antes de comenzar que en este blog la sobre simplificación de la realidad es moneda corriente, como también lo es, paradójicamente, la sobre complejización de la simplicidad. Mi explicación con fines informativos sobre el caso de Florence Cassez es la siguiente: una ciudadana francesa (con apariencia celta-nórdica incluida) fue detenida por la Policía mexicana por estar involucrada con una banda dedicada al secuestro y que era dirigida por el novio de la susodicha (cuya culpabilidad, hasta donde yo sé, está un poquito más que acreditada). La detención tuvo la particularidad de que se volvió a realizar una vez completada para que las cámaras de televisión pudieran ver en vivo y en directo la detención de esta terrible banda dedicada a la comisión de tan terrible delito. Cassez fue condenada por un juez a 60 años de prisión, apeló la sentencia porque ella alega su inocencia, pero aquélla fue confirmada. Posteriormente, presentó junto a sus abogados y el acompañamiento consular de la Embajada de Francia en México un juicio de amparo (el que protege las garantías constitucionales). En este último se acaba de confirmar la sentencia, o más bien dicho, se negó que se deba reponer el juicio por considerarse que no hubo garantías violadas.
El caso de Florence Cassez se volvió para la relación Francia-México (que no es lo mismo que la relación México-Francia) el tema central, por lo que la decisión judicial en el juicio de amparo de hace unos días ocasionó en el Gobierno francés una serie de declaraciones que han recibido muchos adjetivos calificativos. Por ejemplo, la canciller francesa declaró que la decisión (judicial) en el caso Cassez afectaría indudablemente la relación entre los dos países. A ese nivel estamos, lo que digan tus tribunales afectará nuestras relaciones. Por su lado, el presidente francés, conocido por su personal estilo de gobernar, decidió en venganza que se dedicara a la señorita Florence cada evento de lo que iba a ser un hito en intercambio cultural y exhibición de la cultura mexicana en ese país, que había recibido el nombre de Año de México en Francia. Como su nombre lo indica, el 2011 iba a estar consagrado a una importante serie de eventos en los que se difundiría la cultura mexicana en Francia, ante la invitación de este país al nuestro. Pero bajo la amenaza del presidente Sarkozy (descortés dirían algunos) de criticar por el asunto en cuestión a México, en todos y cada uno de los eventos (en los que inicialmente se planeaba que el tema fuera la difusión de su cultura antigua, moderna y posmoderna), fue el Gobierno mexicano el que decidió cancelar las actividades en las que participaría como Estado hasta que se retirara el detallito de la dedicación a Cassez en cada evento del Año de México en Francia.
Hay varios puntos en este asunto que me dejan mal sabor de boca. El primero es por qué tiene que afectarse un evento cultural de esas dimensiones por un asunto que es eminentemente jurídico (y algo diplomático). La idea era llevar a un país europeo importante el mensaje, breve pero complicado, de que México es más que las cotidianas apariciones mediáticas sobre la violencia generada por el narcotráfico. La cultura ha sido para nuestro país el vehículo ideal para mostrar la riqueza y la diversidad que ha estado casi siempre escondida detrás de estereotipos y, nuevamente, sobresimplificaciones con acentos xenofóbicos. A menos que haya control de daños este año la cultura como instrumento para ese propósito tampoco logrará hacerlo. No este año, no en Francia.
El segundo es porqué una relación bilateral entre dos países con economías, poblaciones y vínculos histórico-culturales tan importantes, como los que tienen México y Francia, puede estar determinada por coyunturas sacadas de proporción. Cada asunto tiene su tamaño y sus propios mecanismos para procesarlos dentro de su propia naturaleza. Se entiende que dos hermanos se peleen porque uno le manchó una prenda de vestir al otro, pero ese detalle no debería bastar para que uno dejara de acudir a la boda del otro, con unos grititos sería suficiente, si me permiten la analogía. Cuesta entender porqué un asunto que es judicial termina siendo la piedra angular de toda la relación.
Otro asunto que deja dudas es cómo las autoridades francesas se enteraron y convencieron a prueba de todo de la inocencia de Cassez, cuando los tribunales judiciales de otro país en tres instancias encontraron que estaba acreditada su culpabilidad. Cierto que el sistema de procuración de justicia en México es fuertemente cuestionado por la impunidad y la inequidad, pero el acceso de la ciudadana francesa a todos los recursos legales de defensa fue total. Yo no sé si es inocente o culpable, no soy quien puedo decidirlo, pero sé que en terminos legales su asunto fue juzgado y revisado tres veces con los mismos resultados.
Que un país haga un berrinche por defender a su ciudadana también se entiende, pero cuesta seguir creyendo que los gobernantes, en general, se entreguen a tomar sus decisiones con las vísceras. Que usen los diversos aspectos de la vida de las sociedades a las que gobiernan como si fueran fichas de negociación de un juego de mesa en el que se pueden divertir intercambiando billetitos de papel. No son Napoleones de manicomio (aunque algunos lo parezcan). Lo que hacen afecta para bien y para mal la vida de las personas, por lo que el mínimo requerimiento es que tengan la suficiente capacidad analítica para distinguir entre temas y asuntos diversos. Sí, gobernar es complejo, pero se supone que ya lo sabían cuando aceptaron su cargo. La cosa pública implica que la racionalidad se imponga y que el objetivo último nunca deje de ser el bien común. En el caso que nos ocupa es difícil identificar qué bien común se protegió, o mejor dicho, qué salimos ganando los mexicanos y los franceses.
En lo personal, critico la reacción del presidente francés y, en términos matizados, justifico la posición del Gobierno mexicano en condicionar el apoyo al programa cultural si en cada evento un monito sarkozyano iba a estar criticando el sistema de justicia mexicano. No sólo por dignidad o ataques aterioesclerosos de nacionalismo, sino por no darnos el lujo de pagar más publicidad negativa, como si no tuviéramos suficiente. Claro, mis patrones son los que hicieron esto último, quién sabe qué pensaría si mi mente tuviera menos sesgo en el asunto. Pero en lo que son peras o son manzanas, sigo creyendo que las decisiones públicas deben poderse justificar sobre la base del bien común. Ah, eso y que si Sarkozy se quiere llevar a Cassez nos deje en prenda a Carla Bruni. Así tal vez nos la íbamos pensando.
miércoles, febrero 02, 2011
Stereo-typing
Me gusta escribir en el blog, aunque tengo una especie de rito que consiste en esperar a tener al menos un comentario en la última entrada para lanzarme a hacer otra. Esta vez (como muchas otras) será la excepción. Porque tengo ganas de escribir y estos nudillos se mueven como si necesitara ansiolíticos (y tal vez los necesite pero no los pienso tomar). Para no variar, hoy comentaré el último escándalo que mancilló la delicada sensibilidad mexicana. Somos jarritos de Tlaquepaque los mexicanos, nos quebramos fácilmente, y la mejor manera de lograrlo es utilizar el estereotipo más ramplón que existe: el indígena dormido, cubierto con su zarape multicolor, recargado en el cactus. No sé de dónde provenga el estereotipo, por cierto, y me cuesta creer que alguna vez haya sido apegado a la realidad porque recargarse en un cactus, bien lo sabe Dios, no es cosa que pueda hacerse con facilidad debido a las espinas altamente punzocortantes que los adornan.
En esta ocasión tocó a tres ingleses de cuya existencia me acabo de enterar justamente por el escándalo y que tienen un programa que se llama Top Gear de la BBC de Londres. Dicen algunos que han comentado la nota que es "buenísimo", aunque dada la poca relevancia que en mis intereses tienen los autos deportivos y las pláticas sobre motores es poco probable que, sea bueno o malo, me pusiera un día a verlo. Pero esto de los escándalos no es cosa nueva, ya en otro tiempo le tocó a un cantante italiano decir que las mexicanas eran feas y bigotonas, sólo para venir a enterarnos un poco después que de cualquier manera a él no le desagradaban los bigotes, if you know what I mean. Después, la publicidad de una hamburguesa que se llamaba Texican que también utilizaba estereotipo genérico de mexicano, que tampoco gustó en la República.
El caso es que ahora fue turno de tres ingleses cuyos nombres desconozco y no es mi intención conocer. Como la curiosidad es una cosa tan poderosa que hasta mató al gato, cuando todos sabemos que tiene siete vidas y que no cualquier cosa lo mata, me fui a ver qué habían dicho en tal programa. Y, la verdad, sí me enojé. A lo mejor fue que andaba yo medio enchilado por razones que no tuvieran nada qué ver con el asunto, pero esos condenados gordos me cayeron en la punta del hígado (que, bien a bien, no sé dónde quede, pero se ha de sentir horrible que algo te caiga en la punta del hígado, figúrense nomás, con todo lo que le toca sufrir con las borracheras).
Yo me considero bastante resistente a las burlas hacia mi persona y, cuantimás, a las de mi país. Por eso acudí a la fuente primaria en cuanto empecé a oír los rumores de una carta en la que el embajador de México ante Reino Unido pidió a la empresa una disculpa pública. Estaba casi seguro de que los comentarios más bien me iban a hacer reír y no llorar. Pues ándale que no fue así. Tal vez fueron razones hormonales, insisto, pero esta vez sí me cuajó un poquito el intestino (y buena falta que me estaba haciendo porque lo había traído más bien perezoso).
Como una cuestión de principios (porque siempre es bueno tenerlos, aunque sean unos cuantos) creo que los estereotipos no deben ser desplegados, sino discutidos públicamente. No creo que las generalizaciones de un grupo o de un tipo de gente deban de ser prohibidas ni mucho menos, porque en ocasiones algo de verdad encierran y aun cuando no, son bastante divertidas. El humor, seamos honestos, es también un valor social (y éste es otro principio que tengo). En efecto, hasta las ciencias sociales han sido un montón de estereotipos durante mucho tiempo. Pero también creo en la idea de progreso humano, para el cual el respeto a la diversidad entre nuestras sociedades y en el interior de nuestra sociedad es básico para avanzar (ésta debe de ser la tarde en la que saco a pasear a mis principios). Y para respetar al otro, al que es diferente, lo primero que nos toca es ser cuidadosos en cómo le llamamos, en qué adjetivos les damos, porque las etiquetas que empleamos crean una "realidad social" y esa realidad social puede ser el odio, el desprecio, la animadversión a grupos de personas. Aquí ya estamos hablando de algo serio. El humor es bueno, pero odiar y discrimar no. La línea puede ser delgada o borrosa, pero eso no nos autoriza a desconocer que esa línea existe y que traspasarla puede molestar o hacer sufrir a los demás. Toca preguntarse otra vez entre el cínico "que se aguanten, que le cambien al canal" o pensar en limitar nuestro propio discurso como una manera de hacer efectivo nuestro respeto a los demás.
Habrá quienes defiendan una libertad de expresión que no sea limitada ni siquiera por los discursos de odio ni por las apologías de los delitos. En mi opinión, es válida la posición de la libertad de expresión a ultranza, pero cuando hay espacios para discutir los argumentos y las razones del otro (cuando existen). También es diferente la responsabilidad entre quien habla para sí o su círculo cercano y quien lo hace para un medio de comunicación que puede llegar a millones de personas. La carga ética es muy diferente. Tampoco creo que el hecho de que nosotros usemos estereotipos de los demás nos desautoriza a criticar los que emplean contra nosotros. Por lo contrario, eso nos da la oportunidad de saber que no se siente bonito (la empatía, que le llaman) y que también debemos cuestionarnos los estereotipos que nosotros usamos, cuantimás cuando son negativos. No creo en un mundo en el que todo sea políticamente correcto, qué pereza, pero sí uno en el que hagamos esfuerzos por respetar más al otro (John Lennon no ha muerto... creo). Normalmente la gente se lo merece
En esta ocasión tocó a tres ingleses de cuya existencia me acabo de enterar justamente por el escándalo y que tienen un programa que se llama Top Gear de la BBC de Londres. Dicen algunos que han comentado la nota que es "buenísimo", aunque dada la poca relevancia que en mis intereses tienen los autos deportivos y las pláticas sobre motores es poco probable que, sea bueno o malo, me pusiera un día a verlo. Pero esto de los escándalos no es cosa nueva, ya en otro tiempo le tocó a un cantante italiano decir que las mexicanas eran feas y bigotonas, sólo para venir a enterarnos un poco después que de cualquier manera a él no le desagradaban los bigotes, if you know what I mean. Después, la publicidad de una hamburguesa que se llamaba Texican que también utilizaba estereotipo genérico de mexicano, que tampoco gustó en la República.
El caso es que ahora fue turno de tres ingleses cuyos nombres desconozco y no es mi intención conocer. Como la curiosidad es una cosa tan poderosa que hasta mató al gato, cuando todos sabemos que tiene siete vidas y que no cualquier cosa lo mata, me fui a ver qué habían dicho en tal programa. Y, la verdad, sí me enojé. A lo mejor fue que andaba yo medio enchilado por razones que no tuvieran nada qué ver con el asunto, pero esos condenados gordos me cayeron en la punta del hígado (que, bien a bien, no sé dónde quede, pero se ha de sentir horrible que algo te caiga en la punta del hígado, figúrense nomás, con todo lo que le toca sufrir con las borracheras).
Yo me considero bastante resistente a las burlas hacia mi persona y, cuantimás, a las de mi país. Por eso acudí a la fuente primaria en cuanto empecé a oír los rumores de una carta en la que el embajador de México ante Reino Unido pidió a la empresa una disculpa pública. Estaba casi seguro de que los comentarios más bien me iban a hacer reír y no llorar. Pues ándale que no fue así. Tal vez fueron razones hormonales, insisto, pero esta vez sí me cuajó un poquito el intestino (y buena falta que me estaba haciendo porque lo había traído más bien perezoso).
En el caso que nos ocupa (el plural es meramente una licencia literaria que me concedo), esos tres ingleses al presentar un carro deportivo mexicano, al cual bautizaron como Tortilla (hasta aquí iba todo bien) decían que los carros deben de ser como los nacionales de donde provienen, o sea, para el caso de México: flatulentos, perezosos y gordos. No tengo una idea muy estudiada del asunto, pero en mi experiencia con mexicanos y extranjeros, no encuentro a los primeros más flatulentos que el resto del mundo. Mucho menos los encuentro más perezosos. Gordos sí, la verdad, bastante, pero es que el sedentarismo asociado a nuestra compulsión cultural con la comida no nos sentó nada bien. No tengo claro si los tres chiflados del automovilismo conozcan México o los mexicanos pero detecté más que un uso, un abuso del estereotipo. Además, los encontré vulgares y sosos, pero tal vez es sólo porque no coincidimos en tipo de humor (hasta Mister Bean me hace reír más, aunque tal vez sea porque casi no habla).
Como una cuestión de principios (porque siempre es bueno tenerlos, aunque sean unos cuantos) creo que los estereotipos no deben ser desplegados, sino discutidos públicamente. No creo que las generalizaciones de un grupo o de un tipo de gente deban de ser prohibidas ni mucho menos, porque en ocasiones algo de verdad encierran y aun cuando no, son bastante divertidas. El humor, seamos honestos, es también un valor social (y éste es otro principio que tengo). En efecto, hasta las ciencias sociales han sido un montón de estereotipos durante mucho tiempo. Pero también creo en la idea de progreso humano, para el cual el respeto a la diversidad entre nuestras sociedades y en el interior de nuestra sociedad es básico para avanzar (ésta debe de ser la tarde en la que saco a pasear a mis principios). Y para respetar al otro, al que es diferente, lo primero que nos toca es ser cuidadosos en cómo le llamamos, en qué adjetivos les damos, porque las etiquetas que empleamos crean una "realidad social" y esa realidad social puede ser el odio, el desprecio, la animadversión a grupos de personas. Aquí ya estamos hablando de algo serio. El humor es bueno, pero odiar y discrimar no. La línea puede ser delgada o borrosa, pero eso no nos autoriza a desconocer que esa línea existe y que traspasarla puede molestar o hacer sufrir a los demás. Toca preguntarse otra vez entre el cínico "que se aguanten, que le cambien al canal" o pensar en limitar nuestro propio discurso como una manera de hacer efectivo nuestro respeto a los demás.
Habrá quienes defiendan una libertad de expresión que no sea limitada ni siquiera por los discursos de odio ni por las apologías de los delitos. En mi opinión, es válida la posición de la libertad de expresión a ultranza, pero cuando hay espacios para discutir los argumentos y las razones del otro (cuando existen). También es diferente la responsabilidad entre quien habla para sí o su círculo cercano y quien lo hace para un medio de comunicación que puede llegar a millones de personas. La carga ética es muy diferente. Tampoco creo que el hecho de que nosotros usemos estereotipos de los demás nos desautoriza a criticar los que emplean contra nosotros. Por lo contrario, eso nos da la oportunidad de saber que no se siente bonito (la empatía, que le llaman) y que también debemos cuestionarnos los estereotipos que nosotros usamos, cuantimás cuando son negativos. No creo en un mundo en el que todo sea políticamente correcto, qué pereza, pero sí uno en el que hagamos esfuerzos por respetar más al otro (John Lennon no ha muerto... creo). Normalmente la gente se lo merece
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