miércoles, noviembre 28, 2007

Ser o no ser... feo


Pues quezque dijo un juez de baile argentino que trabaja para Televisa, de apellido algo así como Lefauci, que los mexicanos somos los más feos del mundo y que los lindos sólo están en la televisión. Así que ni cómo salvarse: soy mexicano y no salgo en la televisión. Entonces yo me puse a pensar, después de un veredicto de tal envergadura, si de plano estaremos tan feos. El primer pensamiento que cruzó por mi mente fue: yo creo que los filipinos están más feos que nosotros y los coreanos (ni cómo ayudarles), según yo, también nos ganan. Mi segundo pensamiento fue: pero, Rafa, es muy vituperable ceder a los cánones de belleza de evidente influencia europea y, por tanto muy exluyente, con el que se juzga frecuentemente lo bonito y lo feo. Pero, entonces, mi tercer pensamiento fue: si en el caso mexicano los bonitos están solamente en la televisión, quiere decir que el actor Miguel Galván, conocido como "el de la tartamuda" está más lindo que yo. Y entonces se aproximó una depresión severa, porque una cosa es estar responsablemente consciente de que uno no es un Adonis y, otra, muy diferente, es estar más feo que el de la Tartamuda, que es, eso sí, un crimen estético insondable. Y sumido en esas cavilaciones me acordé que tenía que ponerme a trabajar.

lunes, noviembre 26, 2007

Que esto y que l'otro

Mi espalda dijo que ella ya no aguantaba y empezó a doler. Me dijo: "el cuerpo también tiene memoria y yo, la verdad, no perdono". Y así diciendo, me hizo acordarme de hace tres años cuando cargué "apapuchi" (dialecto sonorense para decir, cargar sobre la espalda) a una española con el tobillo roto cuyo nombre no recuerdo, pero seguro se llamaba o Pilar o Inmaculada (o Penélope Cruz sugirió mi optimismo radical). Durante dos cuadras la cargué en la ciudad que alberga a la llantera Michellin, Clermont-Ferrand, en la región francesa de Auvernia. Y por si eso fuera poco, subí larga escalinata con la susodicha mujer a cuestas, que debo aclarar que traía consigo un ligero sobrepeso. Y ayer mientras destendía las sábanas que había lavado un día anterior, la contractura muscular no se hizo esperar y me dijo algo así como "booooh" (con ciertas reminiscencias a Gasparín) y no me ha dejado descansar desde entonces.

Y así, adolorido, me fui a comer carne asada y luego me fui a un concierto de Alejandro Fernández, también conocido como "El Potrillo" porque es hijo de Vicente Fernández que, infiero yo, viene a ser como "El Caballo". El tipo es algo así como la reinterpretación del macho mexicano, sólo que en onda más estética. En honor a la verdad, no soy yo muy fans del mencionado equino pero recibí una oferta que (a la manera de la mafia italiana) no pude rechazar. Básicamente, se trataba de un lugar bastante decente en el enorme Auditorio Nacional que era GRAAAATIS. Yo no sé ustedes, pero si algo me sale gratis difícilmente lo rechazo. La reseña es la siguiente: el tipo cantó tres horas, con tres vestimentas diferentes y tres géneros musicales: pop, mariachi y algo que yo apodo "guapachoso/tropical". Mi parte favorita con mucho fueron las rancheras, los clásicos de clásicos de José Alfredo Jiménez, Juan Gabriel y Martín Urieta que canté como un verdadero poseído del folklore mexicano. La parte de la que hubiera podido prescindir fueron los millares infinitos de decibeles producidos por los gritos de las mujeres que idolatran al cantante y que perdían todo intento de ser racionales con sus movimientos sepsis y sus pantalones ajustados. El hormonómetro marcaba muy alto y se acercó peligrosamente al nivel HFC (Histeria Femenil Colectiva) que es, de todas, la histeria más peligrosa.

Un día antes habíamos decidido ir al Cirque du Soleil, al espectáculo Quidam. Pero se nos había olvidado que aunque nosotros seamos sonorenses de vida tranquila y apaciguada, vivimos en una ciudad en la que la única constante son las aglomeraciones humanas en todo lo que haya, se presente, se venda o se compre. Y tres horas antes del espectáculo se nos hizo buen tiempo de ir a comprar los boletos, sólo para enterarnos que las localidades estaban agotadas hasta el 13 de diciembre - "¿Gusta uno para esa fecha?". No, señorita, y ahora en la tarde con qué nos entretenemos. Entonces, se decidió que iríamos al teatro a ver una obra que se llama Defendiendo al Cavernícola. En ella, aparece (únicamente) un actor del cine mexicano ochentero, prosaico y desafortunado, que se llama César Bono. El actor no era para nada buena referencia, pero a varios nos habían recomendado la obra, así que pensé para mí "shit happens" y nos arrancamos al teatro a ver la dichosa obra. Baste decir que nos reímos todo lo que duró, que fueron dos horas. Es una serie de reflexiones graciosas sobre los roles y manera de ser de los hombres y de las mujeres al interior de la pareja, con base en la inercia histórica que traemos desde que éramos hombres (y mujeres) de las cavernas. Evidentemente, se sobreexplotaron los clichés pero como para nada son mejores los estereotipos que para hacernos reír, salí divertido y sin culpas.

El resto de la semana había sido andar del tingo al tango: trabajo, curso, gimnasio y todo combinado con cumplir con el buen amigo Marcos que estudia en Georgetown y vino a México, aprovechando sus días libres con motivo del Día del Pavo (como lo llaman los paisanos que viven en los EE.UU. y que los gringos más épicamente llaman El Día de Acción de Gracias). Todo esto sin haberme recuperado del viaje a Hermosillo que fue una acumulación explosiva de alegrías con felicidades y tan entrañable que la tarde antes de regresar la garganta se hacía nuditos, con ganas de que mágicamente yo no me tuviera que ir de mi tierra, o que todos se vinieran conmigo a estos chilangos lares que ahora habito. Y así va pasando la vida rimando con una prosa medio dispar y que se resume en la dispersa conversación unilateral de aquel borrachito que decía "y que esto y que l'otro y pa'allá y pa'acá y que fue y que vino, ¿me entiende compadre?"

jueves, noviembre 22, 2007

Souvenirs d'enfance

Hoy me comí un dulce de limón con relleno de chocolate. Me supo a Navidad cuando era niño. A entusiasmo desbordante por comerme todos los dulces que había a disposición en esas fechas, contrastando con la austeridad de golosinas que distinguían al resto del año. Sabía a tener frío y a andar un poco mocoso. A tener la carita contenta por haber estrenado lo que Santa Clós te hubiera traído. A contestar con tanta alegría la pregunta ¿qué te amaneció? (para referirse al regalo que amanecía el 25 de diciembre abajo del árbol o enseguida del Nacimiento). A esa temporada invernal en que comíamos naranjas del huerto de mi nana, sentados en la banqueta de enfrente de la casa para calentarnos con los rayos del sol.

Sabía bonito, sabía feliz, sabía a túnel del tiempo (¿no que no existía?).

viernes, noviembre 16, 2007

Top 10

Para festejar que este fin de semana me voy a la mismísima antítesis del paraíso terrenal, o sea, Hermosillo (que tanto me gusta!!!), me dispongo a enunciar los frivolísimos y arbitrarios Top 10 de... ni más ni menos que... ta-ta-tatán... CARICATURAS!!! Porque ¿quién no fue un niño que se orinaba en la cama por miedo a ir al baño (y/o por frío) y no se deleitó en su cama con olor a amoníaco infantil viendo dibujos animados (eufemismo cursi para decir caricaturas)? Así, procedo a iniciar el conteo (regresivo para que la emoción vaya creciendo conforme se acerquen a mi clásico de clásicos caricaturesco).

En la posición número 10 se encuentra: (se escuchan a lo lejos las fanfárreas para el que apenas logró ingresar a tan distinguida lista): Los Súperamigos (o sea, shúper, shúper amigos)... también conocidos como La liga de la justicia. Sí, es que todo lo arreglaban en el mundo!!! Yo quería ser como ellos y varias fundas de almohada se convirtieron en capas, que era lo único que necesitaba para salvar a este universo de los feroces ataques con los que los superenemigos me ponían tan tenso, casi al punto de detonar colitis infantil.

En el 9° lugar y delatando mi nerdez existencia desde el inicio de los tiempos... El Show de Cantiiiiinflas. Quien se paseaba sin importarle los límites del espacio y del tiempo por antiguos imperios y civilizaciones de todo el planeta, con sus pantalones a la cadera (como el hombre avanzado para su tiempo que siempre fue) y sus simpáticos bigotitos.

En el no menos honroso 8° sitio encontramos a los clásicos Picapiedra, con los que junto a Los Supersónicos Hanna Barbera convenció al mundo de que no importa el tiempo: la humanidad es y seguirá siendo la misma, la única diferencia será lo rudimentario o lo moderno de los accesorios que nos rodean.

Y la 7° posición va para... (aguanten la respiración)... El Pájaro Loooooco. Ese simpático pajarraco demente, cuyo cinismo no ha sido jamás igualado en la pantalla chica ni en la mismísima vida real.

El 6° lugar (aunque no debería decirlo) se lo han ganado a pulso de cursilería los reales y verdaderos Ooooositos cariñositooooos. Sé que es muy peligroso para mi reputación reconocer que veía tan afeminadas caricaturas pero los esterotipos de género no habían permeado aún en el inocente niño mion que se regocijaba con los dibujos en las panzas óseas (de oso), que tan bien retrataban sus personalidades y que tan fluidamente se desenvolvían en su mundo de nubes.

En la posición número 5 encontramos a los mismísimo Pituuuufos, seres de un tono azulado en plan de comunidad hippie, en la que, al parecer, Pitufina era el recurso más compartido. Dicen ahora las malas lenguas que hasta el pitufo más anciano pudo echar mano de la promiscua pitufa cuya vanidad sólo era superada por Vanidoso, cuyo espejito no hacía sino delatar una preferencia que evidentemente no incluía a Pitufina.

El 4° sitio se lo lleva ni más ni menos que el desagradable pero de buen corazón ogro verde de Dreamworks.... Shreeeek. No sobra aclarar que para cuando adquirí su gusto ya no mojaba la cama, pero que me atrapó por sus escatológicas e impertinentes ocurrencias que desdecían todos los valores morales y estéticos que Walt Disney había logrado inculcarme a lo largo de miles de horas en cuentos de princesas, en los que todo era tan claro y acababa tan bien.

Y ya entrados en el cuadro de honor, el tercer lugar se va para una caricatura que nadie conoce (lo cual me hace pensar que sólo la imaginé, pero fueron tantos años que si alguien me convence de que así fue saco cita inmediatamente con el mejor psiquiatra del rancho para que exorcise de una visión tan nítida)... el tercer lugar, insisto, es para... Pheline (léase pe-li-ne). Era una niña que luchaba contra tormentas de nieve en tierras nórdicas, huérfana de su padre y después de su madre que murió de pobreza en el "carromato" (casi un personaje por propio derecho) en el que transportaba el equipo fotográfico que les daba para mal comer. El mejor amigo de Pheline era el burro que arrastraba el carromato, transportándola hasta encontrar a su millonario e industrial abuelo inglés que había desheredado a su padre por haberse casado con una pobretona (oh no! qué asco!). Pues con Pheline sufría yo mucho, pero de ese sufrimiento tan bonito que se puede acompañar con burritos de frijoles (que me preparaba rápidamente en los comerciales).

El 2° lugar de esta lista es también para un clásico de clásicos... Laaaa Paaaantera Roooosa... Tan graciosa, con sus ojotes desorbitados expresando profunda interrogación. Y ese andar, ese ritmo para mover su cola que tan bien combinaba con el turún turún turúuun turún-turún-turún turún-turúuuuuun-tururururún. Chapeau!

Y en primerísimo lugar... los inigualables... los emocionantes e intrépidos... Thuuuunder Caaats. Sí los Thunder Cats fueron un placer indescriptible durante toda mi niñez y vinieron a compensar las afrentas a mi virilidad que me inflingieron los Ositos Cariñositos. Mi consentido: Leono, a la par de Chitara que representaba la impresionante rapidez del animal terreste más veloz del planeta, la chita. Los felinos también ayudaban mucho a que el mundo (que yo pensaba que el suyo y el mío eran el mismo) no se viniera abajo por la maldad indecible del espantoso Moon-Ra.

Y así termina la primera y única edición de la ceremonia de premiación a las diez mejores caricaturas de mi historia, que tanta falta le estaba haciendo al mundo.

miércoles, noviembre 14, 2007

Sí, sí... que se case la gente

Este fin de semana nos fuimos al estado de Hidalgo a la boda de una estimadísima amiga y compañera de la maestría. Yo tenía hasta cierto punto reserva sobre las bodas porque me da la impresión de que asistir a los matrimonios de tus amigos te inicia en el rito y luego te exige que tú mismo te sientas presionado para pertenecer al selecto grupo que sigue armando sus respectivas familias a través del matrimonio. Pero, nah!!! Cuál presión? a la hora de la hora te la pasas padrísimo, comiendo, bailando, bebiendo y todo a expensas de los estimados novios. Deseo aclarar que esta foto no tiene que ver con la idea expresada en el popular dicho "se le está yendo el tren" para referirse a las últimas oportunidades para conseguir pareja para matrimoniarse, sino solamente a que, frente al tranquilo hotel/hacienda en el que nos hospedamos, pasaba el tren y no dejé pasar la oportunidad para fotografiarme con él.

Como les decía la boda no era en la ciudad de México, sino que había que transladarse al estado de Hidalgo, que no está lejos del Distrito Federal, por el contrario, uno de sus municipios forma parte de la zona metropolitana de la ciudad de México. Pero al lugar al que íbamos sí implicaba alejarse de la mega urbe, para fortuna de nuestros estreses. Hidalgo está ubicado también en el altiplano central (creo) y traigo este dato a colación porque efectivamente el paisaje se regalaba bastante plano con algunas colinas muy tersas plantadas con terrazas de un cactus de nombre maguey y de apariencia muy estética, cuya savia se usa para la elaboración de una bebida alcohólica muy tradicional (y viscosa) del centro de la República: el pulque. Los paisajes son suaves y de colores mate, semejando ciertas imagenes de la Toscana, en Italia. El viaje mismo, entonces, fue un lujo, sobre todo porque en un par de ocasiones me bajé a algún puesto carretero a comprar una delicia de la gastronomía local que se llama "paste", que son unos panes hecho de hojaldre (mil hojas) con muy diversos rellenos, dulces o salados: papas con chorizo, pollo con queso, rajas de chile, mole, cajeta, largo etc. Como lo sugiere la palabra altiplano, los terrenos son, además, muy altos, lo que ocasiona que la temperatura baje muchísimo (y así sucedió, como ya les contaré más adelante).
Un problema frecuente conmigo es la obsesión con llegar temprano a todos lados. Esta vez no pudo ser la excepción, por lo que sugerí (sin que nadie prudente me lo desaconsejara) que partiéramos temprano, a las diez de la mañana para desasosiego de mi intento de desvelarme el viernes. Y así fue, algunas horas antes de la fijada para la boda ya estábamos en el lugar en el que habría de ser la unión civil: la ex-hacienda de Xala, hacienda que lo fue, real y verdadera, desde el siglo XVI (e insisto, en México, excepto por los vestigios prehispánicos, una construcción de esa época es realmente muy antigua, pues fue apenas posterior a La Conquista). La actividad que nos pareció más adecuada para pasar es rato fue montar bicicleta, pero no nos fue posible porque todas las que nos podían rentar en el hotel se encontraban en terrible estado de ponchamiento. Así, tuvimos que urgar a los alrededores de la apartada ex-hacienda (que está como en las inmediaciones del monte absoluto). Lo que encontramos fue suficiente: un lago, supongo, artificial con níveos patos y todo, que estaba enfrente de un área de juegos. Entonces, nos inventamos que no habíamos tenido infancia y decidimos retar los estereotipos relacionados con la edad, el nivel académico y la madurez, subiéndonos a todos y cada uno de los juegos infantiles (por así decirlo). Si bien lo dice la gente, lo de que la ociosidad es la madre de todos los vicios (y la televisión el vicio de todas las madres).

De cualquier manera, la sensación fue extremamente reconfortante, estábamos en un lugar completamente solo, parecía incluso desolado. Los ruidos a los que, en aras de la civilización y el progreso, nos hemos habituado son realmente molestos cuando los comparas con lo que yo llamo el sonido del silencio. Esa especie de estado de tranquilidad absoluta, aderezada con el susurro que provoca el viento cuando frota las copas de los árboles (tan diferente del ruido metálico que está haciendo una secretaria a mi lado tratando de acomodar un cajón). En fin, fue contemplar el ritmo de un mundo que te resulta ajeno, pero te atrapa fácilmente en sus cómodos brazos, tanto la plática cómoda de los locales, el silente nado de los patos hasta, eventualmente, el romántico ruido que hace el tren al acercarse a los pueblos ferrocarrileros. Todos esos pequeños detalles llegan a constituir un nuevo hábitat, que no sé si por ser yo un retrógrado consumado, lo considero más humano que el paso injustificadamente veloz de las grandes ciudadas atrofiadas por la acumulación de vicios de sus abundantes pobladores.

Puntuales como habíamos sido para llegar al lugar lo fuimos para establecernos en el jardín en el que se oficiaría la ceremonia civil, a pesar de las dificultades para caminar que experimentaron Gaby, Tere y Jimena, que con sus tacones altos batallaban para moverse en los empedrados y el césped, cual Bambi recién nacido. Sólo para enterarnos por las propias circunstancias que habíamos llegado una hora antes de lo indicado. En fin, hacía un sol resplandeciente que, en mi optimismo, aproveché para "broncearme", a pesar de saber que mi piel no es muy afecta a los tonos interesantes y le encanta ser de tono fúnebre. La ceremonia fue muy bonita, con estentórea contradicción del oficial del Registro Civil del estado de Hidalgo incluida, quien dijo algo así como: "el matrimonio es el único medio de formar a la familia" lo cual por ser empíricamente tan falso tuvo que matizar con un "aunque existen otros medios válidos de formar la familia" (ora, pues, que sí o que no, porque yo ya no entendí).

Fuera de cualquier discusión sobre la relación social del matrimonio y la familia estábamos muy contentos por Marco y Judith que se veían radiantes de felicidad (oh no! redacto igual que la prensa rosa). Y nada mejor para compartir la felicidad que acudir (tan temprano como siempre) a la fiesta que con baile y una deliciosa cena, obra también de la gastronomía local, nos tuvo toda la noche y hasta la madrugada muy retecontentos. Yo estaba, para empezar, fascinado con la entrada que fueron unos impresionantes tlacoyos de haba, con una salsa que de tan buena daba miedo (sobre todo cuando tienes el tracto digestivo un tanto cuanto hecho pedazos). Después un consomé que, por ser de borrego, tuve a bien dejar para la próxima, porque creía no ser muy afecto a comerme a tan tierno animal. Aunque después los tacos de barbacoa (también preparada con el tierno animal) terminaron encantando a mi paladar, que todo el tiempo difiere con mi estómago (y las revistas saludables) sobre lo que se debe comer. Afortunadamente, estuvo el baile muy largo para poder quemar el posible exceso de grasa, en el que habíamos incurrido.

Resulta que ya no me acordaba, pero bailar es muy divertido. Así, mis piernitas desincronizadas tuvieron a bien moverse a ritmo de cumbia, de banda, de salsa y hasta country y reggaeton (género que, a pesar de toda su abominable misoginia, frivolidad y bajo nivel intelectual, es indudablemente un signo de nuestros tiempos... y, siendo así, cómo negarse a imitar los simpáticos pasos de cantantes sin talento que, por alguna extraña razón, se tocan los genitales en público y lo hacen, además, con una antiestética vestimenta a base de pantalones tan sueltos que sin la ayuda de un cinto estarían en los tobillos, gorras que de tan mal puestas seguro les deforman el cráneo y grandes cadenas [quiero pensar que de algún metal barato] cuyo peso es indirectamente proporcional al de sus cerebros). Bueno, la idea central es que bailamos hasta sudar a chorros, a pesar de que la temperatura en el exterior del salón era de -1°C. Pero el éxito mayor fue que prácticamente tuvieron que corrernos porque había estado tan buena la fiesta, que los ex-nerds que somos los compañeros de la maestría, no queríamos irnos sino hasta que nos tocaran algo de pop, que fue el género que brilló por su ausencia toda la noche y cuya frugalidad no negarán que también se extraña.

Y todo habría sido perfecto, si no es porque un imberbe asistente a la boda, que estaba más perdido que nosotros por esos lares hidalguenses, se le ocurrió la brillante idea de seguirnos para llegar al apartado hotel que alberga la ya mencionada ex-hacienda de Xala. No hubiera habido mayor problema si no fuera porque, sin saber cómo, de pronto nos internamos en un camino de terracería adyacente a la ex-hacienda. Cuando nos percatamos del desaguisado, nos dispusimos a dar reversa, pero en una pirueta que dio nuestro fiel seguidor en su pesado Ford Mustang cayó en un hoyo, en el que se siguió hundiendo por su tenaz intento de aplastar el pedal de la gasolina con la idea (absurda si sabes un poco cómo funcionan los atascones) de salir del hoyo. Así, nos bajamos los ahí presentes de los tres carros que componían la desafortunada caravana, que en total éramos como doce, a tratar de levantar en peso el carro que yo calculo pesa al menos una tonelada. Al no funcionar esa idea se idearon diversos estrategemas, todos de muy absurdos diseños si se toma en cuenta que la física se rige por ciertas leyes que unos cuantos desvelados en Hidalgo no pueden hacer cambiar. Cabe recordar que estábamos bajo cero, lo cual nos era constantemente recordado por el ardor que causa el frío, que no te deja ni moverte ni pensar adecuadamente cómo sacar a un Mustang atascado en despoblado, y por el hielo que se había formado en los carros. Lo más triste fue que después de tanto sacrificio humano terminamos fracasando en el intento. Una vez que casi atascábamos un segundo carro y que las llantas del Mustang ya estaban volando y era la carrocería la que se sostenía en el suelo, optamos por lo más razonable: esperar al día de mañana para que un carruaje adecuado sacara a nuestro amigo recién hecho de su atoramiento.

El domingo siguiente despertamos descansados después de haber podido calentar los témpanos de hielo en los que se habían convertido nuestros cuerpos por la experiencia de la madrugada anterior. Y nos disponíamos a partir de regreso a la ciudad, cuando en la recepción nos informaron que teníamos una invitación a "desayunar" de parte de los novios. En realidad era lo que en Sonora llamamos post-boda y, por aquí, torna-boda, que es la celebración del día después de la boda, en plan más cómodo e informal. La comida hidalguense estuvo otra vez de lujo y hasta terminé tomando pulque (muy tradicional en Hidalgo, con todo y su viscosidad) y hasta cantando canciones de Paquita la del Barrio y Vicente Fernández con karaoke, a pesar de los malos tonos y ronca voz que fueron causados por los estragos de la noche anterior (no de mi falta de talento musical).

Por esta razón, yo le pido a la gente que sí, que se case y, en la medida de lo posible, que me invite y es que soy una monada bailando regaetton!!!

viernes, noviembre 09, 2007

Mi única patria es la lengua

Con motivo de la gira conjunta de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, que dieron su concierto en la ciudad de México a finales de octubre (¡hasta el presidente Calderón se presentó a la cita! Y yo no y no sé bien porqué, tengo un par de semanas tratando de saberlo y no estoy ni cerca de conseguirlo). El caso es que con ese motivo, estarán saliendo a la venta semanalmente en los puestos de revistas, a manera de fascículos (no sé si vaya con 'sc' y tengo flojera de ir al diccionario a revisarlo), doce libritos, con su respectivo disco compacto, de estos cantautores. O sea, veinticuatro discos. De tal manera que estoy estoicamente emocionado (sin brincos ni lloriqueos, pues). El primer tomo me costó 50 pesos y es el álbum física y química de Sabina. Los libritos están monos y son como estuches de los discos, así que se verán lindos una vez que termine mi colección. Aunque inicialmente consideré que todos iban a costar 50 pesos, después mi parte más racional me informó que ése debe ser el precio de introducción para que te engranes con la colección y ya los últimos calculo que me los terminarán vendiendo a unos 548 millones de pesos, cuando sea demasiado tarde para dar marcha atrás a la complexión de mi colección. Y como estoy más resuelto y enfermo mental que cualquier consagrado filatelista, ya me hice el propósito inamovible de que la terminaré.

Me gustan mucho las canciones de Sabina y Serrat, la música y la letra. Y con la impertinencia que me caracteriza, declaro que no pienso tratar de disculparme por que me gusten o disculparlos por que se hayan auto-copiado sus esquemas, por ya no estar en su período creativo, por ser tan clichés, o cualquier otra razón por la que he escuchado a muchos denostarlos. Me gustan y punto, no los idolatro. Y como soy autocomplaciente, admiro y ¿quiero? a cualquier artista (o artisto) que desate en mí cualquier tipo de placer, reflexión o pensamiento trascendente (los muy pocos que tengo). La verdad, me llegan hasta a caer mal las opiniones de los que con una ceja levantada desaprueban toda la obra de alguien por alguno de sus defectos. Pues ¿pa' qué sirve el perfeccionismo si cada obra artística puede establecer una relación casi autónoma con el que la ve o la disfruta?

A pesar de todas sus inconveniencias, Sabina me saca la carcajada cada rato al poner oído a lo que dice en sus canciones, como una que oí ayer que dice algo como "amor es el nombre del juego en el que dos ciegos juegan a hacerse daño". O me encantó lo que contestó en una entrevista y que da título a esta entrada: "me di cuenta al volver (de Buenos Aires y de México, D.F.) que la lengua es la única Patria". Este punto me encantaría explorarlo en una entrada independiente, ahora que la red de blogueros de la que formo parte prescinde completamente del concepto de nacionalidad (mandando al diablo cualquier soberanía). Y cada vez que canta "Peor para el Sol, que se mete a las siete a la cuna del mar a roncar, mientras su servidor le levanta la falda la Luna", la canto con él con mucha pasión (y fea voz), aunque no le esté levantado la falda a ninguna luna en ese momento... ¡Larga vida a Sabina y a Serrat, y a los 24 discos que se supone que voy a comprar!

jueves, noviembre 08, 2007

Brevedad leve

He estado dilucidando la cuestión de si debo ser más breve. Hablar menos. Escribir más conciso. La principal razón que favorece esta postura es la expresada en los populares refranes "en boca cerrada no entran moscas", "el pez por su boca muere", "blog extenso pierde lectores" (ja, este último lo acabo de acuñar con el fin de hacer más sólida mi argumentación). Así que si esta entrada resulta corta, será que se ha impuesto esta postura, si no lo logro y sigo haciendo entradas más largas de lo que sugiere el buen decoro, diremos que soy un extenso irreprimible y que, asumido como tal, seguiré hablando más de la cuenta y cantinfleando ideas al momento de escribir.

No es la primera vez que el fantasma de la seriedad y de la concisión se dispone a atacarme. Particularmente en la preparatoria, varios días al momento de levantarme (o al cepillarme los dientes, qué sé yo) hacía el propósito de ser más serio. Me disponía a hablar sólo lo necesario (o sea, muy poco) durante todo el día. Al momento de llegar al camión escolar saludaba sólo con alguna tímida sonrisa, el trayecto hacia la escuela lo ocupaba en mirar el paisaje de una carretera que ya me sabía de memoria y que no cambiaba lo suficiente a lo largo del año como para darme una razón válida para entretenerme. Evitaba iniciar cualquier conversación matutina, de ésas en las que se comentan los pormenores de la tarde anterior y que tan sabrosas resultan como preámbulo para el resto de las conversaciones del día, antes de que el profesor de la aborrecida clase de las siete entrara y ordenara silencio.

Debo decir, con toda la pena que me provoca, que nunca llegué siquiera a las diez de la mañana cumpliendo mi propósito, ya sea porque terminaba olvidándoseme o porque de plano alguien había iniciado algún tema cuya comenta no pudiera resistir. Y, así, sin esperanzas de rehabilitación volvía a constituirme como el payaso de la clase, a hablar tonterías sin descaro y, como siempre, a extenderme sin misericordia del aburrimiento ajeno en las participaciones en clase (es que jamás aprendí a ser sujeto pasivo en ninguna discusión, por eso las conferencias nunca me han agradado mucho).

Habiendo dicho esto, me comprometo a mí mismo a hacer entradas más cortas y evitar todas las digresiones innecesarias (y pocas pasarían la prueba). Sé bien que a las diez de la mañana de hoy mi férreo compromiso habrá languidencido y lo echaré al saco del olvido, tal y como hice siempre en la preparatoria, pero si la intención en algo cuenta... si en algo contara... ya tendría ganado el paraíso.

lunes, noviembre 05, 2007

De puente


Este fin de semana tuvo la brillante idea de ser el doble de largo de los normales. Resulta que por el día de muertos y la proclividad de los mexicanos a los días feriados, tuve un maravilloso puente de cuatro días, el cual evidentemente tenía que disfrutar para salir de la capital y procurarme alguna ruta de escape. El destino seleccionado fue el estado de Michoacán, que está ubicado en donde la sirena recarga su cadera, si consideramos que el mapa de México es como una sirena en pose sexy con la cadera doblada, siendo el brazo de apoyo la península de la Baja California y la aleta de pescado (que tan útil les resulta a las sirenas para nadar), la mismísima península de Yucatán. La cabeza la tiene la pobre sirena undida en el mapa de Estados Unidos, lo cual le impide salir en la foto. En fin... una vez desahogado mi delirio geográfico-mítico procedo a relatar lo que fue este viaje de tan bien aprovechado puente.

Nuestra base de operaciones fue una ciudad de Michoacán que se llama Uruapan (como Europa, pero en purépecha, jeje). Hasta ahí llegamos el mismo jueves no sin antes pararnos en la carretera a un restaurante de tradición carretera. La primera recomendación para un restaurante es que la carta no esté en inglés u otro idioma extranjero. Eso más o menos garantizará que no esté dirigido a turistas, lo cual no es porque sea yo xenófobo, sino porque el incentivo del restaurantero a esforzarse al máximo se reducen cuando los comensales no son los locales, que podrían hacer exitoso el lugar si aprueban con su regreso el sazón de la comida. También permite que todo sea más genuino y que los precios sean más moderados. La segunda forma de un lugar de auto-recomendarse es que esté muy concurrido, por obvias razones. Pues este restaurante cumplía con ambas dos características y una tercera, aunque inverosímil, fue estar enseguida de una gasolinera. Omitiré detallar lo excelsamente exquisito que estaba lo que comimos, para no despertar a mis glándulas salivales que ahora mismo están batallando con un insignificante chicle de yerbabuena de la marca Clorets que me costó 10 pesos, por razones que prefiero no mencionar so pena de soltarme llorando por causas diversas, siendo una de ellas tener un corazón de pollo.

Una vez llegados a Uruapan nos dispusimos para irnos a pasear por algunos pueblos rivereños del lago de Pátzcuaro (uno de los más grandes y emblemáticos del país), en donde se celebra el día de muertos de manera muy tradicional, tradiciones que posteriormente intentaré describir. Cabe anotar que ya era de noche, cabe anotar que estábamos a muchísimos metros sobre el nivel del mar (muchísimos, pero no me acuerdo tanto, sólo de que eran muchísimos) y cabe anotar que cerca del agua con las dos condiciones anteriores hace un frío que te ..., que te ..., que te ... (no me decido a ser procaz para esta entrada, pero el caso es que hacía un frío que podrías llorar con él o por él, sobre todo si, como yo, tienes un corazón de pollo).

Antes de continuar debo decir a quienes no lo sepan que Michoacán (en especial Pátzcuaro) es muy conocido por su fiesta de muertos (fiesta en el sentido literal de la palabra, que fue de lo que me vine a enterar hasta que estuve ahí). De tal manera que estaba aquello abarrotado de individuos de todas condiciones y niveles de soportariedad (palabra que acabo de acuñar para referirme a los diversos grados en los que una persona puede ser soportable para otra). En vez de ir al pueblo de Pátzcuaro, nos dirigimos a uno cuyo nombre parece salido de la mismísima dinastía Ming, pero que es tan michoacano como Lázaro Cárdenas. Se llama el lindo pueblito Tzintzuntzan (si les da gracia, pues no los culpo porque, por vida de Dios, el nombre es raro). Ahí llegamos, después de caminar bajo el desamparo de la temperatura al cementerio que es, como ustedes de podrán imaginar, el lugar más propicio para celebrar a los muertos. La idea de la fiesta de muertos es que los "ídem" bajan a la tierra (o suben, agrego yo, porque uno nunca sabe a dónde fueron a parar) durante esa noche (del primero al dos de noviembre) para volver a degustar sus placeres gastronómicos favoritos. Así que, dada la colectiva visita de individuos del más allá, los familiares se congregan alrededor de la tumba de sus seres queridos (por así decirlo queridos, porque las relaciones familiares son más complejas que eso). Encienden retehartas velas y adornan las tumbas con unas decoraciones padrísimas a base de una flor muy bonita que es como un clavel pero más grande y de un color anaranjado potentísimo. El resultado es visualmente impresionante. El cementerio de Tzintzuntzan (si les sigue dando gracia, todo bien, yo apenas lo voy superando) se ve increíble, es bastante grande porque sé de buena fuente que mucha gente se ha muerto antes que nosotros. Pero la sensación es increíble, a la luz de los muchos miles de velas que iluminan las anaranjadas flores de ortografía complicada, algo así como Cempasúchitl, pareciera que todo está en llamas bajo la niebla que se forma por la cercanía del frío lago. Además la gente está quemando copal (que no sé qué sea pero hace las veces de incienso) y sobre las tumbas ponen la comida favorita de su fiel difunto. Así que los olores son impresionantes, casi indescifrables, huelen las canastas de las frutas, huelen la cera y la madera de las fogatas que se están quemando a los alrededores o adentro mismo del panteón, huele el copal a inmolación y también huele a alma de muertos felices de volver a ver al cónyuge, a los hijos, al compadre o de ver por primera vez a un turista sonorense que con cara de satisfecho asombro admira lo artístico de las ornamentaciones mortuorias (¡con el gusto que les ha de dar!).

Pero no es todo lo que había que ver en este pueblo que preferimos por sacarle la vuelta a la isla de Janitzio, que está en frente del Pueblo de Pátzcuaro y cuyo único acceso es por lancha. Las lanchas te acercan a ese lugar misterioso que, por ser insular y diferente, ha tenido mucho éxito en atrapar a una abundante colectividad de turistas nacionales y extranjeros que supongo se regocijan de salir de su mundo y entrar a otro diverso, al menos en la noche en que los muertos de la rivera del Pátzcuaro vuelven también a regocijarse, abandonando los avernos para ver de nuevo la vida que dejaron en manos de la muerte. Pero la lógica no cuadró mucho, porque Tzintzuntzan, por su parte, siendo un pequeño pueblo de dos mil habitantes atrae a decenas de miles de visitantes para esa noche que, aunque gélida, le da al alma un poco de lo que necesita, a través de la magia y la tradición. Entre las muchedumbres perdidas en el espacio y las almas alcoholizadas (sólo me refiero a los vivos) avanzamos para ver un monasterio impresionante, del siglo XVI, con un atrio gigante y aislado que fue sembrado con unos olivos regalo directo del Rey de España (de ese tiempo) y que se conservan como testigos centenarios de la Colonia, la Independencia, la Reforma, la Revolución y hasta el triunfo de Fox sobre la "dictadura" priísta. La oscuridad de las inmensas dimensiones del atrio, sólo perturbada por velas que revelaban los senderos para llegar a una tétrica (supongo) representación de Don Juan Tenorio de Zorrilla, tradicional para esta noche por lo bien que combina su tema (que trata, entre otras cosas, de muertos que visitan nuestro normalmente imperturbado mundo). Los troncos de los olivos son tan anchos y tan tumultuosos que estuve tentado a pensar que eran los olivos donde el mismísimo Jesucristo lloró sangre, pero la poca coherencia que me queda y una noción vaga de la distancia que media entre Michoacán y Jerusalén, me trajo de vuelta a la cuenta de que, aunque bonita, mi idea era absurda.

También hizo su aparición en el pueblo la afición mexicanísima de poner tianguis y venta de frituras en todo lugar en el que "dos o más se reúnan en mi nombre" y había artesanías, bailables típicos, productos made in China con pintura de plomo y todo, unos panes de colores radioactivos que Roberto y Azuvia se atrevieron a probar, sólo para confirmar lo que visualmente era obvio: que sabían muy desagradables. Subimos también a unas pirámides de base redondas (lo que geométricamente las convertiría en conos, pero como que se oye feo) y que al parecer sólo tenían la función de monumentos mortuorios, pero con una vista preciosa al lago (que me tuve que imaginar porque era de noche y porque había una cantidad de borrachos que no me dejaban inspirarme).

De ahí, nos fuimos a visitar otro cementerio en otro pueblo que está aún más cerca del agua (con esto leáse 'donde hace maaaás frío'). Fue genial porque en este pueblito que se llama Ihuatzio casi no había visitantes foráneos, sólo locales sentados alrededor de las tumbas de sus muertos y que pasarían la noche entera bajo las inclementes condiciones climáticas que ya les describí, como hacen cada año. La vibra era aún más intensa, las mujeres mayores estaban arrodilladas en el suelo cubiertas con sus rebozos, mientras rezaban y convivían con su familia al lado de ollas de comida preparadas para alimentar la fiesta de los vivos y que olían delicioso. El frío era tanto y se colaba hasta por los pies, que decidimos dar por satisfecha nuestra ansía de tradiciones de día de muertos y buscar el calor de un restaurante (que estuviera abierto en la madrugada) y nos protegiera del frío y, por si acaso, de algún muerto que en desacuerdo con la canción de Mecano, No es serio este cementerio, decidiera acompañarnos más lejos de lo que mi nerviosismo aconsejara.

Después de un día tan ajetreado, el día siguiente fue mucho más placentero, nos fuimos de paseo al pueblo de Pátzcuaro, el cual yo no me canso de repetir es uno de los lugares más bonitos de México. Detuvo el tiempo en sus casas y calles, en las gruesas maderas de sus vigas, en el ocre de sus casas y el ladrillo de sus tejas. Y sigue siendo un dignísimo representante del México profundo, rural, bienvivido, tranquilo y amable que las ciudades tienen en riesgo de extinción. También fuimos a un pueblo cercano, aún más tradicional, que se llama Santa Clara del Cobre y que, honrando su nombre, tiene como especialidad un amplísimo número de artesanías hechas de cobre. Pero lo que más disfruté es que, a diferencia de Pátzcuaro que es de vocación turística y que también estaba abarrotado, Santa Clara era un pueblo que vive a ritmo de pueblo. Los locales eran los únicos que llenaban la plaza, entregados a las actividades lúdicas que monopolizan los viernes por la tarde. Las muchachas sentadas en las bancas sonreían picaronas buscando con la mirada a algún apuesto paseante. Los perros movían la cola, buscando que las señoras que cocinaban la comida típica les arrojaran cualquier pedazo que mitigara su hambre, los señores platicaban en las esquinas con la parsimonia exclusiva de quien sabe que el tiempo no es, en realidad, un recurso escaso.

Al día siguiente conocimos un parque natural que se encuentra en el puro centro de Uruapan (que es ya una ciudad mediana) y que hay que verlo para creerlo, se llama Cupatitzio. La exhuberancia de la vegetación sólo es opacada por la casi divina claridad del agua que mana en ese mismo lugar para convertirse en un río que da de beber a la ciudad. Es un paseo agradabilísimo, con cascadas abundantes, fuentes a los lados alimentadas por la misma agua del manantial (que es tan caudaloso que te hace perder la noción de que esa barbaridad de agua esté naciendo en ese punto). En esa región de Michoacán la evangelización fue lidereada por un fraile visionario, Vasco de Quiroga, que no se detuvo para averiguar si los "naturales" (supongo que los colonizadores serían artificiales) tenían alma o no, y emprendió un ambicioso proyecto civilizatorio, basado en el modelo de ciudad propuesto por Santo Tomás Moro, en su clásico libro Utopía, que tenía entre otras características su humanismo como premisa principal del desarrollo económico y urbano. Para más información sobre este punto ver http://en.wikipedia.org/wiki/Vasco_de_quiroga. [Tomás Moro (Thomas More) fue un mártir inglés que fue condenado a muerte bajo el reinado de Enrique VIII por prestarle fidelidad a la Iglesia Católica y que, habiendo sido canciller del reino, organizó su propia defensa, bellísima, pero imposible de antemano porque la orden era hacerlo matar. Es el santo patrón de los abogados.]

Fue un viaje genial: de comer y de beber, una inmensa variedad de opciones; para comprar, un sinnúmero de artesanías de materiales diversos, que hacen de Michoacán uno de los estados más tradicionales del país. El regreso fue igualmente satisfactorio, contemplar los paisajes es una verdadera delicia, ver los campos alternar el dorado, el ocre y el amarillo que bañan de otoño la vista, o ver a las vacas pastar tranquilas, mientras que a lo lejos se alcanzan a ver todavía algunos caballos que trotan en relativa libertad, reafirman el compromiso interno de continuar viajando para ver todo lo que parece que ya no existe, pero que para mi placer se sigue sabiendo revelar, cuando sé ir a buscarlo.