jueves, junio 15, 2006
Wow!!!
Buscando en mi memoria algún adjetivo calificativo que expresara mucha emoción, resultó que lo mejor que se me ocurrió fue Wow!!! que diremos es la interjección que denota sorpresa. Bueno, la Real Academia Española no la tiene registrada, solamente tiene "oh"
(interj. U. para manifestar muchos y muy diversos movimientos del ánimo, y más ordinariamente asombro, pena o alegría). Pero a mí me gustó más wow, que expresa con mayor profundidad mis "movimientos del ánimo". La razón por la que buscaba un término adecuado es porque quería describir mi semana de vacaciones con mucha sencillez y con eso iniciar mi recuento. Pues hace ya dos viernes fue el feliz día que terminé los finales de segundo semestre. Esperé ese día con singular devoción sobre todo durante el último mes de clases. Y era tal la sensación de alivio que me sentía incómodo. Me había desacostumbrado a no tener enfrente una nube negra de pendientes y preocupaciones. Bueno, pero no es tan difícil reacondicionarse a las buenas circunstancias. Y sí, duré como dos días para hacerme a la idea de que esa semana sería puro hedonismo, cínico, desvergonzado hedonismo. Probablemente haría como los romanos al inicio de la decadencia de su imperio, me hartaría de comida y después la vomitaría para continuar comiendo, porque la satisfacción, vista desde ese punto de vista, no es más que el término del placer y yo no quería que acabara. Pero como no soy tan radical, no hice ninguna de esas afortunadas actividades y utilizaba mi tiempo libre viendo capítulos de Friends o caminando ininterrumpidamente durante cuatro horas y media por Paseo de la Reforma y Chapultepec. Pero como soy hombre de acción aproveché una ambigua invitación para ir a la playa y el miércoles partimos con un par de amigas de la maestría y la hermana de una de ellas rumbo a Ixtapa-Zihuatanejo, en el estado de Guerrero, como Andy Dufresne en Sueño de Fuga, The Shawshank Redemption (Frank Darabont, 1994). Y, en realidad, sí era un sueño de fuga: fugarme de las actividades escolares y, sobre todo, de la Ciudad de México con sus perpetuas aglomeraciones y las lluvias vespertinas en el verano, que tanto envidia un huasabeño como yo. Todo fue tan placentero, tan divertido, tan sin complicaciones que, definitivamente, no me fue necesario vomitar como romano para entregarme a las dulces mieles del placer ininterrumpido. Con la obvia excepción del dolor de la piel quemada por el sol playero pero que fue el sacrificio valedor de largas horas tirado en la playa o siendo revolcado por las olas del Océano Pacífico. Podría agregar que el ardor valió la pena porque adquirí un hermoso color de escultura de bronce, pero no es cierto. Lo que adquirí fue un look de Duvalín (no lo cambio por nada, mis polainas) con la panza roja, los costados blanco leche y la espalda marcada como si hubiera usado un traje de baño surrealista, porque me quedaron marcas/manchas que no tenían orden, ni tenían madre. Pero fue el único inconveniente y visto en retrospectiva lo considero menor. El puro camino fue una fuente enorme de satisfacciones. Fue contemplar una buena muestra de la biodiversidad mexicana: bosques (que me siguen dejando boquiabierto a mí, hombre de desierto, cactus y mezquites), una presa llamada Infiernillo en medio de un ambiente árido, palmeras tropicales y árboles de mango a unos metros de unos cactus de figuras caprichosas. Y, como premio, una playa tropical en la que puede llover y hacer calor simultáneamente, tanto que te mojas y no te das cuenta, porque el agua de lluvia llega igual de caliente que el resto del ambiente. Y, después, dedicarse como único acto intelectual a la contemplación asistemática de la naturaleza (y del desarrollo turístico que la acompaña). De regreso, llegamos a uno de los lugares más bellos del mundo, Pátzcuaro, que se abre como un escaparate de la vida tradicional del México profundo, una verdadera ventana al pasado, pero a ese pasado que se extraña, que causa nostalgia, que se gana a pulso la categoría de Pueblo Mágico, que usa la Secretaría de Turismo. Esa noche dormimos en Morelia y puesto que venturósamente era sábado pudimos contemplar la, sin duda, mejor iluminación que hay en México: la iluminación de la Catedral de Morelia, que cada sábado inicia con un espectáculo musical y fuegos de artificio. El domingo siguiente regresamos y llegamos a un centro comercial del tipo outlet en el que pude comprar un traje muy barato para iniciar mis prácticas profesionales al día siguiente en la Secretaría de Relaciones Exteriores (otro wow!!! para mí, jeje), sin tener que parecer uniformado con el único traje que tenía en el D.F., sobre todo porque nadie más lo llevaría, lo cual haría sospechosa la idea de uniforme que es un poco más digna que la de retrato (categoría a la que pronto perteneceré si no agrego algo a mi guardarropa). Y no puedo terminar mi anécdota sin comentar que ya para llegar a la casa todavía pasé por el Ángel de la Independencia, lugar tradicional para celebrar los triunfos de la Selección Mexicana de Futbol (México 3 - 1 Irán) y como ese día les ganamos a los "enriquecedores de uranio", la euforia se hizo presente y yo hasta me emocioné y proferí el último wow!!! del viaje.
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1 comentario:
Hola RBD, Tengo algunas fotos que compartir contigo, y al verlas me hacen decir wow!
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