Una de las actividades que recuerdo con más gusto durante mis años de niñez y adolescencia son los días de campo. "Día de campo" es la expresión de los paseos a algún lugar a las afueras del pueblo. Aunque si lo pienso bien, todos los días en Huásabas son días de campo, porque el pueblo está en medio del campo, o más bien, forma parte de él. Pero, bueno, poco importa el sentido literal de la expresión, porque hacía referencia a algo más especial. La idea es que había ciertas sedes típicas, las atracciones turísticas de Huásabas: el cajón de los pilares, el aguacaliente, la cruz del diablo o algunos remansos del río como la presa, la presita (que no era lo mismo, porque era más chiquita), el pango, el montegrande y un largo etcétera. Lo mejor de todo era que no se necesitaba gran cosa para conseguir un buen día de campo. Lo imprescindible era el plan de realizarlo que debía ser previo al impulso de salir por ahí. Es decir, salir al río o a los callejones sin la conciencia clara y un lonche abultado no representaba para nada un verdadero día de campo. Como aquel domingo por la tarde que fui con dos amigas a caminar por un callejón nunca antes explorado (por mí) y en el que nos encontramos con lo que tuvimos a bien llamar un lago. Nos sorprendió no haber escuchado antes de ese lugar porque era hermoso y estaba a unos cuantos minutos del pueblo y eso que fuimos caminando. Era impresionante que tenía algunos juncos a la orilla y había patos nadando en él. Además, todo alrededor estaba cubierto de pasto, aquello reververeaba de vida. El lugar, entonces, fue de lo más idóneo para sentarnos a la orilla a disfrutar de lo que habíamos comprado con nuestro tradicional "domingo" (el dinero que reciben los niños particularmente ese día para comprar dulces, golosinas o lo que más satisfaga el apetito infantil de comida chatarra). Yo todo el tiempo me gastaba mi domingo "en que" Maria Luisa. Dos aclaraciones: 1) "en que" se usa mucho en Sonora, particulamente en los pueblos, para decir 'en casa de', aunque también se usa para 'la tienda de', yo no me di cuenta que era incorrecto hasta algunos años después de salir de Huásabas; y, 2) María Luisa Urquijo era una señorita quedada (soltera en edad avanzada), muy piadosa, de cuerpo y cara enjutos que nunca faltaba al Rosario y que todavía usaba un velo de encaje para entrar a la Iglesia, como antaño era la costumbre; su casa estaba en la "calle ancha" y siempre estaba tan pulcra como una gota de agua, el piso de cemento era brilloso como que todo el tiempo acababa de ser encerado, a pesar del ir y venir de los zapatos empolvados de los chamacos; María Luisa vendía dulces para ayudarse económicamente y como los domingos por la tarde las tiendas solían estar cerradas era el día en que tenía mayor concurrencia de niños ávidos de gastarse su "domingo" en toda clase de dulces y tamarindos: chamoys, rielitos, sabritas y sodas. Los dulces estaban en un rincón de la cocina y su casa tenía un olor particular que no podría definir porque para mí ese olor sólo le pertenece a su casa y lo tengo catalogado con el nombre "huele como en que María Luisa". Bueno, como de costumbre, me desvié un poco. Les iba contando que nos sentamos a la orilla del "lago" y disfrutamos de una hermosa vista y de nuestro "lonche" de domingo por la tarde. Afortunadamente era invierno así que no osamos meternos a nadar un rato porque llegando al pueblo, al inquirir sobre tan excepcional lugar nos enteramos de que se trataba de la laguna de oxidación (hasta nos gustó el nombre pero la decepción fue grande cuando nos enteramos de lo que significaba: era el lugar en el que se almacenaban los flujos del drenaje del pueblo para su posterior descomposición y reintegración a la madre naturaleza). Cómo no iba a pulular la vida en ese lugar con tal cantidad de materia orgánica: los patos, los juncos, el pasto y las algas que le daban color verdoso al agua estaban más que satisfechos de tan “noble” fuente de alimentación. Ateniéndome al punto: ése no era un día de campo, porque no lo habíamos planeado, como debe hacerse, había sido fruto de la más pura espontaneidad, pero resultó muy divertido porque de regreso al pueblo nos desviamos al río y a pesar de estar en pleno enero, mediando las temperaturas invernales de la sierra, ocurriósenos meternos un rato al río. Lo que más recuerdo eran los calambres en las piernas y la imposibilidad para dar más de tres pasos en el agua, saliendo del río cada vez que se hacían insoportables. Pues terminamos revolcándonos en unas dunas de arena que estaban a un lado del río y que el sol vespertino había logrado tibiar. Pero los días de campo no eran así, eran mucho más organizados. Eran de tres tipos: familiares, de amigos y organizacionales, es decir, de algún grupo: de jóvenes, de la escuela, del catecismo, etc. Si eran familiares lo más probable es que estuvieran acompañados de una carne asada, con todos los puntos que tiene un carne asada sonorense: guacamole, pepinos, salsa bandera y, por supuesto, tortillas de harina, grandes y chiquitas (de manteca). Si eran entre amigos u organizacionales eran mucho más sencillos, nos poníamos de acuerdo sobre quién lleva cada cosa y listo: unos llevan las sodas (que normalmente estarían calientes para cuando nos diera sed, a menos que algún previsor llevara hielera), otros llevan las sabritas, muchas sabritas, los vasos desechables y no hacía falta más. Aunque si a alguien se le ocurría llevar burritos o sándwiches, su área sería la más solicitada, porque la idea es que al más puro tipo de las primeras comunidades cristianas todo se compartía: juntaba cada quien su aportación con la del grupo y éramos un lonche para todos y todos para un lonche.
Cuando estaba bastante chiquito la tradición familiar era que después de misa de ocho, nos íbamos toda la familia (más otras dos familias a las que nos unía y sigue uniendo una fuerte amistad) al rancho de mi tío Wenseslao, a una parte donde había una cueva cavada por un arroyo y que se llama “La borrachera”, no sé bien porqué pero puedo imaginármelo.
A propósito de los días de campo, rueda en la casa una foto muy graciosa en la que estamos bañándonos en el río Cristóbal, mi hermano menor, y yo. Más que graciosa es vergonzosa porque estoy con unos calzoncitos rojos y un desafortunado pliegue en salvas sean las partes que da la impresión de un acto viril precoz, pero a la vez una cara inocente regocijada con una tranquila corriente de agua que rosa mis pies posados sobre las finas piedras del río como la prueba de los excelsos disfrutes de mi niñez.
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3 comentarios:
Hola Rafa:
Tus narraciones tienen el encanto y la frescura de lo recién descubierto. Y gracejo, mucho gracejo. Aquellos recuerdos, aquellas viejas historias decantadas por los años y endulzadas en tu memoria como un sirope añejo.
Yo también tuve una infancia rural y me siento identificado en muchas de las situaciones que narras. Vuestros "domingos" y nuestras "regalías" son la misma cosa. El ambiente de "en que" María Luisa se parece mucho al de nuestra tienda de La Estanquera y vuestros sabores a los del kiosco de La Amorosa.
Muchas gracias por esa corriente de sensaciones familiares que me producen tus textos.
Un saludo desde Madrid,
Yayo Salva
HOLA
RAFA
AQUI ME TIENES LLORANDO ME DA UN GUSTO ENORME RECIBIR ESTA PAGINA TUYA QUE BELLESA QUE HERMOSO ESCRIBES ENSERIO EN ESTE MOMENTO NO TENGOS LAS PALABRAS EXACTAS COMO LAS QUE TU UTILIZAS PARA EXPRESAR ESTA ALEGRIA Y ORGULLO QUE SIENTO POR TI
ERES UNA PERSONA EXEPCIONAL FELICIDADE Y SABES TE QUIERO MUCHO
TU PRIMA QUE SIEMPRE TE QUERRA COMO SI FUERAS UN HERMANO LUCIA
DURAZO BARCLO.
Hola!!! yo soy de Hidalgo, pero estoy muy interesada en Huásabas, a ver si puedes poner algunas fotos, vale?!
Shuy
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