martes, junio 06, 2006
Mi vida en Huásabas (capítulo 6)
Vista desde la casa de mi tía Plácida...
(Foto de Andrea Castillo, tomada del sitio de Talya www.huasabas.blogspot.com)
Acabo de terminar el capítulo 5 de esta serie que tanto placer me causa escribir, pero aprovechando que tengo una semana de vacaciones trataré de usar mi tiempo provechosamente y seguir contando tantas cosas que hay que decir de un pequeño pueblo de mil habitantes. Además, me motiva el hecho de saber que, contrario a lo que yo pensaba, muchos huasabeños perdidos que como yo vamos por el mundo sin poder ni querer deshacernos de nuestra particular identidad geográfica, han leído lo que he escrito. Esta Semana Santa que pasé en Huásabas me encontré a algunas personas que me dijeron que alguno de mis artículos les había hecho sonreír, soltar una carcajada o, por lo menos, acordarse de su propia vida en Huásabas, que estoy seguro que para cada quien fue y es recordada de manera diferente. Yo, por mi parte, hago lo propio tratando de rescatar mis memorias de cualquier Alzheimer o eliminación de archivos neuronales que vaya a privarme de los recuerdos que aquí plasmo. Y en esta ocasión trataré de saldar de la manera más digna posible una deuda que hace tiempo he venido contrayendo con gente que me ha escuchado hablar de las vivencias de mi tía Plácida y que me ha pedido que las escriba en el blog. Y nada más coherente con mis pláticas de mi vida en Huásabas que las remembranzas de mi tía Plácida. Empiezo con algunos datos biográficos: Placida Moreno Acuña nació hace ya varios años, a principios del siglo XX, de una familia bien acomodada. No sabría decir acomodada en qué, porque yo no vivía en esos dichosos tiempos, pero por lo que he oído resulta la palabra adecuada para describir a los Moreno. Mi tía Plácida era una de las siete hermanas y un hermano varón que componían una familia grande, semillero de una buena cantidad de población en Huásabas, Villa Hidalgo, Granados, Hermosillo, Los Ángeles y Tucson. Sus nombres muy a la usanza eran: Josefina, Mariana, María, Isabel, Soledad, Plácida y Carmela. Ésta última es, por supuesto, mi nana Carmela (mi abuela paterna) que es lo que hace que sea mi tía Plácida. Todas las demás encontraron buenos maridos y contrajeron nupcias y produjeron como ya había dicho una abundante descendencia. Pero mi tía Plácida no tuvo la misma suerte (buena o mala, no soy yo quién para juzgarlo) y quedóse "para vestir santos", señorita "y de las de antes...", soltera o en la forma coloquial y un tanto vulgar: "cotorra". Y no me parece que haya sido nada malo, teniendo tantas hermanas con quien acompañarse por las tardes, meciéndose en la poltrona, fumándose un tabaquito (que era gran fumadora) y conversando hasta que se metiera el sol. Ser soltera tampoco le significó soledad absoluta, ni siquiera en los días de su vejez, pues tuvo gran cantidad de sobrinos a los cuales regañar. Siendo su casa (la misma de sus padres) el lugar de reunión de excelencia de toda la familia siempre habría chamacos pululando que no salían mucho de sus propias casas, por lo que la suya era el lugar adecuado para dar la guerra que hiciera falta. Hay una frase de la tía Plácida que forma parte del vocabulario familiar: "No me haces tú, me hace la silla" que era empleada cuando los niños brincaban o recargaban en la pared la silla puesta en dos patas; mi tía les increpaba "Te vas a caer" a lo que los sobrinos respondían con aire de suficiencia: "No me hago nada, tía". Y el ágil intelecto de la tía Plácida respondía con rapidez "Si no me haces tú, me hace la silla". En fin, había varias frases acuñadas por la tía Plácida que eran muy susceptibles de ser utilizadas en distintas ocasiones. Como por ejemplo "está muy alto para la operación". Resulta que varios años antes de su muerte, la operaron de una ernia, nada grave, en realidad, pero para personas metódicas como ella representó un gran reto. Después de la operación, el doctor le recetó que trajera puesta una faja para que la herida sanara más fácilmente. Pues que se la toma a pecho. Se compró su faja y treinta años después todavía la seguía utilizando. Sobra decir que después de tantos años la faja ya no apretaba pero ni la cintura de una escultura de Botero. Sin embargo, la meticulosidad de mi tía Plácida fue razón suficiente para que la conservara hasta sus últimos días, cuando su organismo ni siquiera recordaba aquella ernia que fue la razón de su existencia. Pero ése no fue el único resquicio de la operación de ernia, pues cada vez que se ofrecía subir un escalón o una banqueta decía con un tono afligido: "¡Ay! Está muy alto para la operación". Frase que también empleó hasta los últimos días que Dios la tuvo con vida. No sé si la soltería tardía pueda ser causa de un carácter obsesivo - compulsivo o, si en el caso de mi tía Plácida fue sólo la consecuencia que derivó en no casarse nunca, pero en la vejez manifestaba algunas características de este padecimiento. Por ejemplo, cenaba a las tres de la tarde, "para que no le fuera a caer pesada la cena". Además, cuenta mi papá que todos los días, cuando iba al rosario (la Iglesia le quedaba enfrente de su casa, sólo tenía que atravesar la plaza que estaba en medio) se devolvía desde la mitad de la plaza a revisar que no se le hubiera quedado abierto el candado, en un ritual casi religioso. Estas y muchas otras andanzas hicieron de mi tía Plácida uno de esos personajes de la familia que todos citan en algún momento, porque sus expresiones son parte del tesoro del lenguaje compartido por toda una familia, incluidos los miembros que no llegaron a conocerla. Yo, por mi parte, hago uso frecuente de sus dichos y de los de mi nana Carmela porque no estoy dispuesto a renunciar a la acumulación de la sabiduría que se esconde más seguido en ésas personas sencillas y especiales que en las publicaciones científicas.
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3 comentarios:
¡Qué bien lo paso con tus historias de Huásabas! La oficina de Información y Turismo del lugar debería darte un trato de honor y quizás alguna pequeña alegría económica porque dan ganas de ir a México y dar una vueltita por allá. Gracias por sacarme la cabeza del trabajo un rato.Un abrazo.
Ay. Me temo que no hay tal oficina jajaja... Pero en fín. Excelente semblanza. Y mira que yo nadamás tengo una ligera idea de haber escuchado hablar de la tía Plácida. Estoy segura que alguna conexión debe haber por ahí entre las pláticas de mi abuela Josefina. A saber. Saludos!
¡Me encantan tus historias! Me he tropezado por casualidad con tu blog y me he quedado "enganchado". Te felicito. Un saludo.
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