- Nunca la vi. Nunca antes la había visto.
- No sé si ya te había dicho lo mal que me caes cuando hablas así, todo enigmático.
- Sí, ya me lo habías dicho.
- Varias veces, ahora recordé. Eso y lo mucho que te vale madres.
- Ser reiterativo es solo una entre tus escasas virtudes.
- Gracias.
- Las que merecías haber recibido... pero la vida, además de bella, es muy injusta.
- Ok, pasábamos este rato en el que era súper cool insultarme y luego qué seguía.
- Te decía que no, que nunca la había visto. Ya sabes, el amor en tiempos de Tinder.
- ¡Ay güey! ¿neta? ¿Tinder? Te tenía en mejor concepto.
- No seas prejuicioso, es muy del siglo XX.
- ¿Y sabes quién más es del siglo XX? Tú, güey. Llevas solo 15 años en el siglo XXI y 30 en el siglo XX. Haz la cuenta y tienes dos terceras partes de razón para usar medios tradicionales de conquista, y solo una tercera parte para hacer uso de una aplicación de celular para "enamorarte" de alguien. Matemáticamente no me extraña que no haya resultado. Además, güey, ¿enamorado?
- ¿Serías tan amable de dejar de decir 'güey' en cada enunciado? Pareces monólogo de Adal Ramones y no es necesario aclarar lo mal que eso te sienta. Bueno, que le sienta a cualquiera.
- Está bien, dejaré de usar muletillas con la única condición de que le bajes la intensidad a tu rollito de emo y me cuentes qué fue lo que pasó. Ya sabes, como una persona de 45 años.
- No estaría nada mal que me dejaras de recordar la edad. Es muy patético tener crisis por la edad, pero heme aquí: también estoy con la crisis de los 45.
- ¡Qué hueva que me estás revolviendo ya dos temas y ya con el de tu ciberenamoramiento me estaba sintiendo saturado! Además no hay tal cosa como la crisis de los 45. A esa edad ya no son horas de crisis de ningún tipo, con el poco tiempo de vida que les queda por delante.
- Voy a hacer la onomatopeya de la risa, porque tu humor no da para un gesto más auténtico. Así mira: ja ja ja. Y antes de que sigas hablando te repito que no la vi nunca, sólo chateábamos. Pero de esas veces... quisiera evitar el cliché pero no puedo, pero es real, tenme paciencia y déjame acabar la explicación antes de escupirme el café en la cara. No voy a decir la frase "sentí como si nos conociéramos de toda la vida", haz cuenta que no la dije, pero eso sentí. O algo muy parecido.
- Prometo dejar pronto de interrumpirte y escuchar tus explicaciones hasta el final, pero solo aclárame una cosa, ¿cuándo y donde aprendiste a hablar como en una película producida por Televisa?
- Hay una parte de mí que no conoces y tal vez pueda parecer un poco cursi, así de inicio, pero hay todo un proceso de racionalización por detrás.
- No la conocía, en efecto, y me está espantando. Mucho. Pero permíteme agregar que sólo por usar palabras como "racionalización" no te estás ayudando. También los actores de Televisa, luego de mucho ensayar, pueden decir palabras con más de tres sílabas. Pero, bueno, síguele.
- Conforme pasaban los meses...
- ¡Meses! ¿Pasaron meses? No sabía que estabas tan grave, güe... güero.
- Sí, pasaron de hecho cuatro meses y no necesito explicarte que conforme pasaba el tiempo se hacía todo más complicado. Yo cada día más clavado con ella pero cada vez más asustado de conocernos personalmente. Y luego las dudas, las dudas idiotas de si ella estará en el mismo nivel de intensidad que yo. Entonces no hablaba de enamoramiento, ni pensaba en esa palabra, porque estaba muy bloqueado. Si nos hubiéramos visto la primera semana todo hubiera estado perfecto, en cualquiera de los dos resultados que puede tener un encuentro de este tipo: si no nos hubiéramos gustado, todo bien, y si sí nos hubiéramos gustado pues tanto mejor. Pero desde el principio fui mucho más cuidadoso con ella porque la conversación inicial fue una cosa sensacional. Esas conversaciones que parece que fueron estudiadas, cada pregunta y cada respuesta era perfecta. Por primera vez desde que abrí Tinder podía leer a alguien sin faltas de ortografía, solo para empezar, pero obvio no era nada más eso: el cerebro de esa mujer, te lo juro, era escultural, sus ideas, su humor. Estaba tan entusiasmado que empecé a prorrogar el momento de vernos, pero empezamos a chatear todos los días, así de cómo amaneciste, qué tal el trabajo hoy y puras de ésas. Empecé a conocer a todas las personas de su vida y a llamarlas por su nombre y todo. A su jefe, para empezar, que es un ojete pero monumental. O a su santa madre que es, cómo decirte, mi Sarita García de la vida real. De verdad que tienen que poner la foto de su mamá en el chocolate Abuelita porque es lo máximo esa señora. A su vecina Mercedes que tiene un gato que se llama Leonardo y un poodle que se llama Bernardino. ¿Ya estás entendiendo, no?
- Ya estoy diagnosticándote, amigo, todo bien. ¿Cómo se llama?
- Voy a hacer como que no oí esa pregunta y al final te explico.
- No, ya en serio. ¿Cómo se llama?
- Es que siempre la llamé por su nombre en Tinder, Starwar para ser más específico.
- ¿Starwars, neta? Güey, ¿si estás al tanto de que es altamente probable que se parezca mucho a Chewbacca? No, no, no, es que estás solo, cuatro meses y ni el nombre le sacaste.
- No fue importante en ese momento, en Internet hay un momento para cada cosa y el nombre puede esperar, no es como antes, ya no nos definen las etiquetas.
- O sea, ya te perdimos. El mundo entero te perdió. Te tuvimos y ya no: una estrella más que se apaga en el firmamento. Estás diciendo muchas sandeces juntas, para una sola tarde.
- Fuera de broma, estoy de acuerdo contigo. Estoy diciendo una bola de sandeces, pero lo peor es que las estoy viviendo. No, eso en realidad no es lo peor: lo peor es que sé que son sandeces, sé lo ridículo que sueno, sé lo ridículo que estoy siendo, tengo perfecta noción del sentido de las cosas, pero no me puedo sustraer de vivirlas, de pensarlas y de auténticamente creerlas. Cuando empezó a ser patético el nivel de confianza que nos teníamos por chat y que había pasado un tiempo absurdamente demorado para encontrarnos, se siguieron un montón de juegos mentales estúpidos de ambas partes. O era ella la que tenía otra cosa que hacer o era yo. No puedo ni quiero explicarte, para efectos de evitarte el aburrimiento, todo este proceso. Al mismo tiempo, conversar, mandarnos notas de voz, fotografías...
- Ah, bueno, por lo menos se mandaron fotos, se "conocen" las caras digamos así. ¿Y sí se parece a Chewbacca o ya se rasuró?
- No seas idiota, es muy bonita. O sea, en una escala de Elba Esther a Cindy Crawford, está más cerca de ésta que de aquélla.
- ¿Cindy Crawford? Amigo, te tengo dos noticias: ya no es 1990 y Selena murió. Sí, la mató la presidente de su club de fans. Y de 1990 para acá esa escala ya se actualizó varias veces, pero ok te entendí, síguele que ya me empezó a interesar tu historia.
[Timbra un mensaje de celular]
- Ya me tengo que ir, luego le seguimos.
- Hey, ¿qué ondas?
- De veras, luego te cuento.
- Ni siquiera pagaste... ok, yo invito.
(Esta historia continuará... o no)