Vamos a suponer, sólo por un momento, por un momento pequeño, que ella tenía razón. Pero no la tenía. Pensaba, por ejemplo, que cuando ella quería, quería de veras. En efecto llegó a querer -en contadas ocasiones- pero nunca de veras. Quería, como lo hacemos todos, hasta que dejaba de querer y eso no es de veras.
Creía, no sin candidez, que el destino no existe, que uno decide qué hacer y qué ser. Lo creyó hasta el final, pero tampoco tuvo nunca razón. Decidió, como lo hacemos todos, sólo en las márgenes. Lo central y casi todo lo demás algo o alguien más lo puso ahí, en lo que parecía ser su vida, y no dependieron de ella, ni sus méritos ni sus fracasos.
Desperdició, como parece que lo hacemos todos, la oportunidad de vivir, porque nunca creyó que eso fuera una oportunidad. Y también ahí se equivocó. Vivió como si fuera una obligación y le resultó mal la apuesta. Cuando iba a darse cuenta de su error, ya era demasiado tarde y prefirió voltear para otro lado, pensar en otra cosa, llegar hasta el final.
Cuando ya no estaba alguien preguntó, reclamando, como si lo hiciera al aire: ¡Ay, Llorona! ¿Por qué te fuiste? Y se oyó al fondo una de esas voces impertinentes y sin dueño que respondió: ¡porque así es la pinche vida!
martes, abril 14, 2015
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