domingo, agosto 18, 2013

Viajar es deplazarse en espacio y en tiempo

Una de las pocas desventajas que he lamentado de esta carrera que escogí es que uno termina viajando menos. Es paradójico porque uno pensaría que el diplomático la pasa viajando, cuando en realidad es solo que está trabajando fuera de casa.  El punto es que cuando se puede tomar vacaciones uno quiere y necesita ir a reencontrarse con la familia y los amigos de toda la vida, limitándose el tiempo para conocer nuevos lugares. Enfrentado a ese dilema entre dos necesidades que considero irrenunciables, decidí que lo podía convertir en un falso dilema si equilibraba ambas cosas.

Agosto fue, entonces, ocasión para conocer un lugar que en mi mente pertenecía a diversas categorías borrosas y entremezcladas. Cuba. Un país de lo más latinoamericano, a la vez una potencia cultural y un paria del imaginario político-económico. Idílico paraíso revolucionario, enclave de represión autoritaria, modelo de dignidad frente al imperialismo de nuestros días, ejemplo de horrores antidemocráticos. Todo dependiendo de la ideología de quien lo dijera, todos equivocados cuando evadían reconocer que el simplismo conduce al error (no hay navaja de Ockham para definir lugares como Cuba). Yo, como tantos otros, quería conocer el país antes de que se fuera Fidel y su longevidad nos la ha puesto fácil. Lo cierto es que ya no está, porque el presidente ahora es su hermano Raúl, pero al mismo tiempo no se ha ido y creo que en el lapso de toda nuestra vida no se va a ir. Hay gente y eventos que, para bien o para mal, llegan para quedarse durante mucho tiempo.

Lo cierto es que, posturas ideológicas aparte, yo quería conocer esa isla por razones que van más allá de su gobierno. Es un país fotogénico, de gente fotogénica: cada rincón, cada calle, cada callejón con ropa tendida en los balcones es una postal. Parece un país hecho de una inmensa exposición interactiva de fotoperiodismo. Con una banda sonora que nunca puede estar en silencio: pláticas de cualquier tema, son cubano, nueva trova, motores de carros que vieron la vida mucho antes que sus actuales dueños y una larga e interminable lista de sonidos. Sonidos, nunca ruido: una sinfonía para que todo tenga sentido, para atar los cabos de un país tan difícil de entender para el recién llegado. Con dos monedas diferentes, con muy limitado acceso a Internet y otras formas de comunicación que en el resto del mundo se dan por sentadas, con filas que parecen interminables... hasta para pedir un helado en Copelia.

No puedo enumerar todas las cosas que me llamaron la atención porque la exhaustividad, además de aburrida, nunca ha sido mi especialidad. Pero una fue el olor, desde que llegas hasta que te vas. Olor a tabaco y a ron, si me pueden disculpar el cliché que no pude evitar; esencia a antiguo y a productos de limpieza personal uniformes. En Cuba nadie huele a "azul ártico", a "atardecer en la pradera" o a esas genéricas e inexplicables fragancias que uno halla en los aparadores de los supermercados. Supongo que hay un champú de la Revolución y sanseacabó, porque la gente porta un olor parecido, muy identificable. Tampoco hay publicidad en las calles y esa sensación es extrañamente liberadora... hasta que topas con la propaganda del régimen y una sobredosis de las mismas caras barbadas que parecen de otras décadas, que ya no están de moda casi en ninguna parte excepto ahí.

Otra cosa que superó mis expectativas es la riqueza arquitectónica del país, sobre todo de La Habana. La infinidad de casas y edificios preciosos del centro de la ciudad o de barrios como El Vedado dan cuenta de dos cosas: el país ha rendido un culto estricto a la belleza y la clase acomodada del país fue muy numerosa, verdaderamente pudiente. Esto último me llamó particularmente la atención porque Cuba logró consolidar una revolución que terminó siendo socialista antes y más claramente que otros países latinoamericanos con oligarquías más reducidas. Eso sin necesidad de mencionar que lo hizo frente a las costas del país más poderoso del Hemisferio y el más obsesionado por la lucha contra el comunismo. Parece atípico y lo es, como el país mismo.

Lo fabuloso de Cuba es que te permite viajar en dos dimensiones: en el espacio, como es normal, y en el tiempo, lo que es extraordinario. No hay ni qué decir que los preciosos carros estadounidenses de modelos previos al año en que triunfó la Revolución te transportan sin necesidad de ningún añadido al pasado. Pero también hay algo en los hábitos de consumo que es desconcertante aunque parece tan básico: nos hemos acostumbrado a estar eligiendo continuamente y verse privado de esa acción es el verdadero choque cultural. Tal vez es parecido a lo que ocurría antes en otros países latinoamericanos cuando el modelo de sustitución de importaciones y por eso la falta de diversidad de marcas también es un viaje al pasado. La vida parece ir a otro ritmo y la mente está en otras cosas.


Es fantástico cuando viajar se convierte en algo más que conocer un lugar nuevo, en admirar la belleza de lo diferente, en convivir con excelente compañía. Cuando viajar es experiencia de vida, cuando por medio de la técnica del contraste te hace conocerte mejor por vía de conocer la "otredad". Viajar así no necesariamente te cambia, no necesariamente te hace mejor persona, pero te da buenas herramientas para hacerlo.

* Todas las fotos que aparecen en este artículo son de mi amigo Marcos Moreno, a quien pertenecen todos los créditos.