Cuando empiezo a escribir en el blog, la pregunta inicial suele ser en qué categoría escribiré. No es que tenga muchas: normalmente son anécdotas, reflexiones, comentarios al azar, alguna noticia de actualidad que me haya llamado la atención o que considere digna de atención popular. Tampoco es que este blog sea tan público, pero dada su propia naturaleza divulgadora no se puede decir que sea privado. De ahí que hay que responsabilizarse de lo escrito, como hay que responsabilizarse de lo que uno lleva puesto cuando sale de su casa o del peinado (o falta de) que uno vaya a cargar frente a los demás. Por esta razón, en muchas ocasiones la segunda pregunta ha sido qué tan íntimo me puedo permitir ser al escribir. No es que mis sentimientos sean una cosa muy elaborada o interesante, pero cada quien tiene su corazoncito y no parece mala idea tener una serie de asuntos, emociones, desazones que uno se reserve para el fuero interno. No por falta de interés ajeno, claro, porque la curiosidad humana (el chisme, que le llaman, el cotilleo) no conoce de límites. Sin embargo, no parece mala idea tratar de ponérselos.
Desnudarse el alma a cada rato sería, si se me permite la expresión, una suerte de pornografía metafísica de la cual podríamos prescindir porque su utilidad rima con futilidad (y ya tenemos de la otra que, entre otras ventajas, tiene la de ser más previsible). Además, para qué andar luciendo las miserias si uno puede cubrirlas con ropa (ojalá de diseñador, siguiendo con la metáfora, claro está). Ya me puse aquí esotérico, cuando lo único que estoy tratando de hacer es un elogio a la hipocresía. Pero es que es mal visto ser hipócrita: este calificativo - virtud tan humana - tiene muy mala reputación, una carga muy negativa. Ahora lo que está en boga, lo contemporáneo son ideas del tipo: hay que ser como somos, ser sinceros, directos, yo no tengo pelos en la lengua, no me andaré con rodeos... mmmhhh... ¡bullshit! (Maldigo en inglés porque en español me suena muy feo).
Nada en exceso es bueno y uso este lugar común para defender lo indefendible: demasiada honestidad también cansa. Me gustaba más cuando en aras del recato cada quien se callaba un rato sus sentimientos y se hacía oír únicamente por medio de sus acciones. En una escena de La dama de hierro alguien le pregunta a Margareth Thatcher qué sintió cuando hizo no sé qué cosa mientras era gobernante. Con la poca simpatía que me causa Thatcher y los oxidados efectos de su modelo económico de hierro, que estamos padeciendo en buena parte del mundo, rescato su respuesta a esa pregunta. Palabras más, palabras menos, era que no recordaba, porque en esos momentos importaba más lo que hacía que lo que sentía, que era la principal preocupación de las nuevas generaciones. No sólo lo que sentimos es central en nuestras vidas, sino decir-lo-que-sentimos. De modo, que va uno por la vida permanentemente recostado en un diván imaginario del psiquiatra imaginario, que son todos los que nos rodean.
Tampoco estoy yo aquí por la labor de que nos callemos todos los sentimientos, que no darían abasto los cardiólogos para tanto infarto (y sigo con las metáforas). La comunicación fluida e introspectiva puede ser un elemento positivo en las relaciones, pero no tanto como los gestos o las acciones que en efecto tegamos con las personas. Los sentimientos van por dentro, las acciones van por fuera. No porque yo así lo diga, sino porque así venían cuando abrimos el paquete. Ahora todo sucede un poco al revés, no importa tanto lo que hayamos hecho u omitido, mientras sepamos justificarlo sobre la base de cómo nos hizo sentir. Los celulares modernos no podrían entenderse sin los "emot-icons" porque antes que la idea debe quedar claro cuál es la emoción que nos embarga; o sea, esto o lo otro pero así :) o mucho más feliz, mira, así :D o así :( o así ;) o así :s o así :P
Me resulta difícil dejar claro porqué la importancia desmedida que le hemos dado a la expresión de nuestras emociones ha nublado nuestros pensamientos y eclipsado otras características igualmente humanas, pero lo intentaré con el concepto de trascendencia. Se supone que uno de los grandes motores del comportamiento humano es su necesidad de trascender. La propia reproducción es una forma de trascendencia (además de que se siente rico, para no pecar de abstracto) en el que permanecemos por medio de nuestra descendencia. Las emociones nos acompañan en el recorrido de nuestra vida, pero se acaban junto con nosotros cuando la terminamos. Lo que hicimos, en cambio, lo bueno y lo malo, permanece en sus efectos después de nuestra muerte; lo que hacemos transforma el mundo, lo que sentimos se queda en nosotros.
Tal vez la explicación sea larga, pero si de algo vale me sirve para explicar por qué en este blog la pornografía metafísica seguirá siendo poco frecuente. Espero. Si eso es lo que busca, no me queda duda que la podrá encontrar fácilmente. Si no, para todo lo demás existe MasterCard.
jueves, julio 26, 2012
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