El año en que yo nací (1980) éramos 66 millones de habitantes en México (según los datos del INEGI). En 2008 somos 106 millones (según las predicciones de CONAPO, ya que 2008 no es año censal).
Esto representa un aumento del 60% en la población mexicana tan solo en el lapso de mi vida (que es muy corto, sugiere la parte de mi mente que seguramente se siente amenazada por la crisis de los 30). Así es, 60% más personas ha acumulado este país sólo en el tiempo que yo llevo de vida. Me parece excesivo, abundantísimo, tanto como para sentir un temor parecido al del demógrafo inglés Thomas Malthus, que advirtió "que el poder de la población es indefinidamente más grande que el poder de la Tierra para producir sustento para el hombre".
La tasa de crecimiento actual de la población en nuestro país (1% anual) es ahora lo suficientemente sana como para permitir su adecuada renovación y evitar su envejecimiento en los próximos años (a diferencia de los países de Europa y Japón que ya experimentan severos problemas de envejecimiento poblacional, por sus tasas de crecimiento negativas o en ceros). Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XX la tasa de crecimiento de la población mexicana fue demasiado alta, lo cual impidió, por ejemplo, que el ingreso per cápita se incrementara considerablemente, a pesar de que el PIB aumentaba (en ocasiones, por arriba del 7% anual, -lo cual ahora vemos casi como una utopía-).
Y, para terminar, reitero que estoy consciente de que este dato no viene al caso, pero que mi blog nunca se ha caracterizado por venir al caso... sino todo lo contrario.
lunes, febrero 23, 2009
lunes, febrero 16, 2009
De comienzos...
Es una cuestión de estabilidad o, mejor dicho, de inestabilidad. Pero también es cierto que no hay derecho de manejar los trenes del metro como si fueran microbuses de la Ruta 100. Yo hoy me levanté, como todos los lunes, con un agridulce y ambiguo ánimo, pero dispuesto a ir suavizando mi actitud a lo largo de la mañana para que la semana - que parece iniciar este día (pero que inicia desde el domingo) - fuera una cosa placentera.
Por supuesto que el fin de semana le mete mucho ruido a la vida de uno, así que por más que me lo propuse no pude salir de mi casa a la hora justa para llegar al trabajo a tiempo por la ruta que más me gusta (que es más larga). Entonces, tuve que escoger la ruta que no me gusta (que es más corta) y tomarme un taxi a la estación de metro más cercana. El trayecto en taxi es corto, justo el suficiente para prender mi iPod, acomodarlo en la canción que quiero escuchar y abrir el libro en turno en la página que lo había dejado. Pero hoy no, hoy era un día diferente, era uno de esos días que se anunciaba como que seguro iba a apestar.
Y así fue. Entre el ruido de la canción - mala, noventera - que había escogido, escucho al chofer del taxi como gruñir, muy molesto por algo que no quise preguntar, porque ya saben ustedes que las conversaciones que suelo tener yo con los taxistas terminan siempre muy mal: escatológicas, obscenas o maníaco-depresivas. Entonces, volteé mis ojos a la página del libro que traigo entre manos (Historia del siglo XX, Eric Hobsbawm) pero el chofer seguía expresando corporalmente su molestia con algo. En ese momento eché una mirada hacia adelante, para saber si en el tráfico podría yo encontrar la respuesta y no encontré la respuesta, pero sí mucho tráfico.
En esta ciudad a mucha gente le parece buena idea que cuando tienen un problema laboral, político, económico o, ya a estas alturas, hasta psicológico, es necesario cerrar alguna vialidad. Porque, claro, deben pensar que en esta vida hay que compartir y si uno está molesto, pues es bueno compartir la molestia con todos. Yo no tendría mayor problema si su concepto de compartir su molestia se limitara a hacer del conocimiento público la razón por la que protestan. Pero no, se trata de compartir la molestia causándole molestias al prójimo, sobre todo cuando está próximo. Así fue hoy, no juntaban ni media docena de "protestantes", pero eso fue suficiente para que cerraran la calle que me lleva al metro, causando un atasco de esos que a esta ciudad le sobran.
La ruta para sacarle la vuelta a la toma de la calle fue suficiente como para que perdiera mi margen de puntualidad y se hiciera materialmente imposible llegar a tiempo a la oficina. Llegué al metro y me subí al vagón tan rápido como se abrieron las puertas, cerciorándome de que no hubiera ningún asiento disponible -nunca los hay- en el cual pudiera consagrarme a la lectura con mayor confort. Pues no lo hubo y, de hecho, ni siquiera había algún espacio en el que pudiera sostenerme de manera segura, por lo que permanecí parado, abrí un poco las piernas para mejorar mi posición equilibrista y ocupé mis manos en sostener el libro. Yo ya me sentía en mi elemento, cuando el conductor del metro seguramente vio que se le atravesaban una manada de búfalos o algún otro animal silvestre de la fauna de esta ciudad, porque ha frenado como si la vida le fuera en ello.
¡Y yo con las manos en el libro! Hubiera podido volar por los aires, cual película de acción, de una punta a la otra del vagón, pero en mi camino se interpuso un frágil viejecito que fue a estrellarse contra el tubo del cual venía detenido. No le he quebrado tres costillas porque el Señor es muy grande (aquí me refiero a Jesucristo, porque el señor en cuestión, como ya dije, era muy pequeñito y frágil). Pero eso no fue todo el paquete de mi rídículo matutino de lunes, ya que también incluyó una reacción espontánea de mis reflejos que ocuparon agarrarse de lo que tuvieran más cerca. Y lo que tuvieron más cerca fue una chamarra - nada ajustada - del tipo que venía a mi lado. Me agarré de la chamarra -sin querer- a manera de casi trozarla y sin ningún resultado positivo, porque digo que le quedaba tan grande la chamarra que no sirvió de ninguna manera como sostén o nada parecido. Y a mí sólo me sirvió para granjearme una mirada de recriminación - ya rayando en odio - del tipo que la traía puesta.
Al principio yo no supe cómo reaccionar: si todos debíamos estar enojados con el conductor o si el único culpable era yo, por querer saber más de la historia del siglo XX. De cualquier manera, tratando de ser decente, les ofrecí una disculpa a los dos directamente involucrados por mi súbito desplazamiento, en el que las manos no pudieron en nada amortiguar el golpe. Mas debo decir que dichas disculpas no fueron aceptadas, porque me han mirado con una cara como de "yo a éste lo mato" y no me han pegado, yo creo, porque ambos eran muy pequeños y yo no tanto. Además de que el libro de Hobsbawm está muy grueso y seguro les ha parecido que lo podía usar como arma blanca en mi defensa.
Con esos dos acontecimientos se me ha venido a presentar la semana, como convenciéndome de que esto se va a seguir poniendo feo.
Por supuesto que el fin de semana le mete mucho ruido a la vida de uno, así que por más que me lo propuse no pude salir de mi casa a la hora justa para llegar al trabajo a tiempo por la ruta que más me gusta (que es más larga). Entonces, tuve que escoger la ruta que no me gusta (que es más corta) y tomarme un taxi a la estación de metro más cercana. El trayecto en taxi es corto, justo el suficiente para prender mi iPod, acomodarlo en la canción que quiero escuchar y abrir el libro en turno en la página que lo había dejado. Pero hoy no, hoy era un día diferente, era uno de esos días que se anunciaba como que seguro iba a apestar.
Y así fue. Entre el ruido de la canción - mala, noventera - que había escogido, escucho al chofer del taxi como gruñir, muy molesto por algo que no quise preguntar, porque ya saben ustedes que las conversaciones que suelo tener yo con los taxistas terminan siempre muy mal: escatológicas, obscenas o maníaco-depresivas. Entonces, volteé mis ojos a la página del libro que traigo entre manos (Historia del siglo XX, Eric Hobsbawm) pero el chofer seguía expresando corporalmente su molestia con algo. En ese momento eché una mirada hacia adelante, para saber si en el tráfico podría yo encontrar la respuesta y no encontré la respuesta, pero sí mucho tráfico.
En esta ciudad a mucha gente le parece buena idea que cuando tienen un problema laboral, político, económico o, ya a estas alturas, hasta psicológico, es necesario cerrar alguna vialidad. Porque, claro, deben pensar que en esta vida hay que compartir y si uno está molesto, pues es bueno compartir la molestia con todos. Yo no tendría mayor problema si su concepto de compartir su molestia se limitara a hacer del conocimiento público la razón por la que protestan. Pero no, se trata de compartir la molestia causándole molestias al prójimo, sobre todo cuando está próximo. Así fue hoy, no juntaban ni media docena de "protestantes", pero eso fue suficiente para que cerraran la calle que me lleva al metro, causando un atasco de esos que a esta ciudad le sobran.
La ruta para sacarle la vuelta a la toma de la calle fue suficiente como para que perdiera mi margen de puntualidad y se hiciera materialmente imposible llegar a tiempo a la oficina. Llegué al metro y me subí al vagón tan rápido como se abrieron las puertas, cerciorándome de que no hubiera ningún asiento disponible -nunca los hay- en el cual pudiera consagrarme a la lectura con mayor confort. Pues no lo hubo y, de hecho, ni siquiera había algún espacio en el que pudiera sostenerme de manera segura, por lo que permanecí parado, abrí un poco las piernas para mejorar mi posición equilibrista y ocupé mis manos en sostener el libro. Yo ya me sentía en mi elemento, cuando el conductor del metro seguramente vio que se le atravesaban una manada de búfalos o algún otro animal silvestre de la fauna de esta ciudad, porque ha frenado como si la vida le fuera en ello.
¡Y yo con las manos en el libro! Hubiera podido volar por los aires, cual película de acción, de una punta a la otra del vagón, pero en mi camino se interpuso un frágil viejecito que fue a estrellarse contra el tubo del cual venía detenido. No le he quebrado tres costillas porque el Señor es muy grande (aquí me refiero a Jesucristo, porque el señor en cuestión, como ya dije, era muy pequeñito y frágil). Pero eso no fue todo el paquete de mi rídículo matutino de lunes, ya que también incluyó una reacción espontánea de mis reflejos que ocuparon agarrarse de lo que tuvieran más cerca. Y lo que tuvieron más cerca fue una chamarra - nada ajustada - del tipo que venía a mi lado. Me agarré de la chamarra -sin querer- a manera de casi trozarla y sin ningún resultado positivo, porque digo que le quedaba tan grande la chamarra que no sirvió de ninguna manera como sostén o nada parecido. Y a mí sólo me sirvió para granjearme una mirada de recriminación - ya rayando en odio - del tipo que la traía puesta.
Al principio yo no supe cómo reaccionar: si todos debíamos estar enojados con el conductor o si el único culpable era yo, por querer saber más de la historia del siglo XX. De cualquier manera, tratando de ser decente, les ofrecí una disculpa a los dos directamente involucrados por mi súbito desplazamiento, en el que las manos no pudieron en nada amortiguar el golpe. Mas debo decir que dichas disculpas no fueron aceptadas, porque me han mirado con una cara como de "yo a éste lo mato" y no me han pegado, yo creo, porque ambos eran muy pequeños y yo no tanto. Además de que el libro de Hobsbawm está muy grueso y seguro les ha parecido que lo podía usar como arma blanca en mi defensa.
Con esos dos acontecimientos se me ha venido a presentar la semana, como convenciéndome de que esto se va a seguir poniendo feo.
martes, febrero 10, 2009
Rafael Kent
Uno de los aspectos principales del postmodernismo es la ausencia de reglas fuertes que guíen el comportamiento de las personas o, mejor dicho, que lo caractericen como "socialmente adecuado". Esto ha reconfigurado nociones tan importantes como la de familia, religiosidad, sociedad, etcétera. Pero el postmodernismo, entendido como la ausencia de patrones o estándares claros para un lugar y época, se ha impuesto hasta en las cuestiones más sutiles de la vida colectiva, como la moda.
Hace ya varios años que es muy difícil definir qué es lo que está de moda, porque conviven al mismo tiempo estilos estéticos muy disímiles, sin que ninguno se imponga como más "moderno" que los otros. De hecho, la moda retro (que está inspirada en épocas pasadas) es tan moderna como lo más vanguardista, aunque esto parezca una aberración conceptual.
Para ser sincero, a mí me cae muy bien este fenómeno y no me apena decir que estoy "instaladísimo en la postmodernidad". Realmente no hubiera soportado vivir, por ejemplo, en los ochenta (sí viví, claro, pero era un infante sin obligación social de seguir la "moda ochentera") y verme forzado a traer la cabellera cual rey de la selva, con cantidades industriales de aerosol Aqua Net en el cabello (arrojando a la capa de ozono kilos semanales de Cloro-Fluoro-Carbonos) so pena de verme socialmente excluido. Sin contar las enormes camisas de colores fluorescentes categoría chíngame-la-retina.
Desde finales de los noventa, la moda de calle se hizo evidentemente ecléctica. No digo que si salgo con una lagartija colgada de la oreja las personas no dudarán de mis facultades mentales, pero sí hay mucha mayor libertad para escoger el estilo de vestimenta que usa uno, sin convertirse en "el tipo extremadamente raro del departamento 5-12".
Tomando ventaja de esta situación, yo he decidido hoy salir a la calle con un estilo totalmente "retro" (lo dejo así, porque no puedo ubicar con mucha precisión qué época y qué lugar representa mi disfraz del día de hoy). Yo diría que es una onda como de los cincuenta, pues me he cambiado mis lentes (como ya lo anuncié en la entrada anterior, el mismo día que me dijeron que era trigueñito y me puse muy feliz) y me he escogido unos de los llamados "de pasta", o sea, de marco grueso y vistoso. Para que se den una mejor noción he cambiado mi foto de perfil, para compartir mi nuevo look retro-cincuentero-periodista-superhéroe. Y si esto no fuera poco, me he comprado una corbata de esas delgaditas, que fueron un éxito en épocas pasadas y que ahora han vuelto a aparecer en las tiendas para caballero.
Yo me había inspirado (patético de mí) en Clark Kent, el alter ego de súperman, que me caía mucho mejor que el superhéroe por perdedor y atormentado por sus propias virtudes (no digo que sea mi caso, porque a mí únicamente me atormentan mis defectos y, la verdad, no lo suficiente). Pero resulta que ayer (que todavía no traía mi outfit en cuestión) paso cerca de unas señoritas ¿afro-europeas? que hablaban en francés (no me queda claro cuál es el eufemismo para la "N word" si la persona de color es francesa). Al pasar, comenta una de ellas refiriéndose a mí "mira ese muchacho, se parece a Clark Kent". Yo volteé enseguida a verla y me sonrío con la chica, la cual esconde la mirada como apenada (no se imaginaba que para ese entonces yo ya tenía la idea de disfrazarme al día siguiente como el personaje en cuestión, por lo que el comentario no podría resultarme molesto, sino divertido). Claro que si lo pensaba bien, ese día yo creía ir disfrazado en una onda más bien "fin de milenio", entre El abogado del diablo y el personaje de American Psycho pero, al parecer, causaba una impresión estilística de décadas previas.
De cualquier manera, no me he desilusionado de los cambios de imagen y no les sorprenda, entonces, encontrarme cualquier día por la calle vestido como hippie setentero o, por qué no, à la Louis XIV, sin tener que esperar a que alguien organice una fiesta de Halloween para lucir cuán ocurrente puede llegar a ser un humano cuando lo legitiman ideas, frívolas pero bien concebidas, del tipo "alta costura" o "avant-garde".
Hace ya varios años que es muy difícil definir qué es lo que está de moda, porque conviven al mismo tiempo estilos estéticos muy disímiles, sin que ninguno se imponga como más "moderno" que los otros. De hecho, la moda retro (que está inspirada en épocas pasadas) es tan moderna como lo más vanguardista, aunque esto parezca una aberración conceptual.
Para ser sincero, a mí me cae muy bien este fenómeno y no me apena decir que estoy "instaladísimo en la postmodernidad". Realmente no hubiera soportado vivir, por ejemplo, en los ochenta (sí viví, claro, pero era un infante sin obligación social de seguir la "moda ochentera") y verme forzado a traer la cabellera cual rey de la selva, con cantidades industriales de aerosol Aqua Net en el cabello (arrojando a la capa de ozono kilos semanales de Cloro-Fluoro-Carbonos) so pena de verme socialmente excluido. Sin contar las enormes camisas de colores fluorescentes categoría chíngame-la-retina.
Desde finales de los noventa, la moda de calle se hizo evidentemente ecléctica. No digo que si salgo con una lagartija colgada de la oreja las personas no dudarán de mis facultades mentales, pero sí hay mucha mayor libertad para escoger el estilo de vestimenta que usa uno, sin convertirse en "el tipo extremadamente raro del departamento 5-12".
Tomando ventaja de esta situación, yo he decidido hoy salir a la calle con un estilo totalmente "retro" (lo dejo así, porque no puedo ubicar con mucha precisión qué época y qué lugar representa mi disfraz del día de hoy). Yo diría que es una onda como de los cincuenta, pues me he cambiado mis lentes (como ya lo anuncié en la entrada anterior, el mismo día que me dijeron que era trigueñito y me puse muy feliz) y me he escogido unos de los llamados "de pasta", o sea, de marco grueso y vistoso. Para que se den una mejor noción he cambiado mi foto de perfil, para compartir mi nuevo look retro-cincuentero-periodista-superhéroe. Y si esto no fuera poco, me he comprado una corbata de esas delgaditas, que fueron un éxito en épocas pasadas y que ahora han vuelto a aparecer en las tiendas para caballero.
Yo me había inspirado (patético de mí) en Clark Kent, el alter ego de súperman, que me caía mucho mejor que el superhéroe por perdedor y atormentado por sus propias virtudes (no digo que sea mi caso, porque a mí únicamente me atormentan mis defectos y, la verdad, no lo suficiente). Pero resulta que ayer (que todavía no traía mi outfit en cuestión) paso cerca de unas señoritas ¿afro-europeas? que hablaban en francés (no me queda claro cuál es el eufemismo para la "N word" si la persona de color es francesa). Al pasar, comenta una de ellas refiriéndose a mí "mira ese muchacho, se parece a Clark Kent". Yo volteé enseguida a verla y me sonrío con la chica, la cual esconde la mirada como apenada (no se imaginaba que para ese entonces yo ya tenía la idea de disfrazarme al día siguiente como el personaje en cuestión, por lo que el comentario no podría resultarme molesto, sino divertido). Claro que si lo pensaba bien, ese día yo creía ir disfrazado en una onda más bien "fin de milenio", entre El abogado del diablo y el personaje de American Psycho pero, al parecer, causaba una impresión estilística de décadas previas.
De cualquier manera, no me he desilusionado de los cambios de imagen y no les sorprenda, entonces, encontrarme cualquier día por la calle vestido como hippie setentero o, por qué no, à la Louis XIV, sin tener que esperar a que alguien organice una fiesta de Halloween para lucir cuán ocurrente puede llegar a ser un humano cuando lo legitiman ideas, frívolas pero bien concebidas, del tipo "alta costura" o "avant-garde".
viernes, febrero 06, 2009
Soy trigueñito...
Estoy contentísimo. Me acaban de hacer el día. Seguramente ella ni se enteró, aunque es probable que mi cara se haya deformado un poquito por el gusto, así como de emoción. Resulta que entre las cosas que tenía pendiente conmigo mismo y con mis ojos está el cambiar de lentes (bueno, en realidad el monto de la deuda con mis ojos asciende hasta la operación, pero en tanto se dan las condiciones para que eso ocurra, ya me urgía cambiar mi par de anteojos, ¡sí, anteojos, aunque sea palabra de abuelita!).
Y no me imaginaba que ahí en la óptica me iba yo a encontrar un depósito abundante de autoestima, cuando al probarme unos arillos, me dice una de las vendedoras: "esos se le ven perfecto joven, por su color...". Yo ya estaba empezando a tomar a mal el comentario, porque ha sido desde hace un buen tiempo uno de mis talones de Aquiles el exponerme al sol por hooooras con diferentes sustancias y que nadie nunca note que estoy bronceado, como si no me costara millones de células dañadas, envejecimiento prematuro y mayores riesgos de contraer cáncer de piel. Por lo que le increpé (en un tono respetuoso, pero firme) "¿cómo que por mi color?". A lo que la encantadora señorita respondió "sí, por ser entre blanco y trigueñito".
Me ha dejado sin palabras, reconciliado por la vida, seguro de que las células dañadas y el envejecimiento prematura valen toda la pena y tan contento que es como si en el aire se escucharan las tonadas de Stevie Wonder. Y para festejar publicaré una foto mía de esta semana en el Zócalo capitalino, con la hermosa Catedral Metropolitana y el chueco Sagrario Metropolitano, que parece que está a punto de caerse, pero que ha aguantado estoico toda la Colonia, la Independencia, la consolidación del Estado Mexicano, con la Reforma y la Revolución Mexicana incluidas, ha aguantado el Sagrario sin caerse toda la dictadura completa del PRI y, tan mexicano él, sigue ahí, chueco pero barroco, aguantando todo lo que venga, sin caerse aunque parezca que está a punto de desvanecerse. Y hasta en frente de tan magnánima y churrigueresca analogía de lo mexicano, yo, un contento mexicano trigueñito, que todavía se emociona cuando ve esa bandera tricolor volar por el contaminado cielo de esta ciudad de hierro, cristal y cemento.
Y no me imaginaba que ahí en la óptica me iba yo a encontrar un depósito abundante de autoestima, cuando al probarme unos arillos, me dice una de las vendedoras: "esos se le ven perfecto joven, por su color...". Yo ya estaba empezando a tomar a mal el comentario, porque ha sido desde hace un buen tiempo uno de mis talones de Aquiles el exponerme al sol por hooooras con diferentes sustancias y que nadie nunca note que estoy bronceado, como si no me costara millones de células dañadas, envejecimiento prematuro y mayores riesgos de contraer cáncer de piel. Por lo que le increpé (en un tono respetuoso, pero firme) "¿cómo que por mi color?". A lo que la encantadora señorita respondió "sí, por ser entre blanco y trigueñito".
Me ha dejado sin palabras, reconciliado por la vida, seguro de que las células dañadas y el envejecimiento prematura valen toda la pena y tan contento que es como si en el aire se escucharan las tonadas de Stevie Wonder. Y para festejar publicaré una foto mía de esta semana en el Zócalo capitalino, con la hermosa Catedral Metropolitana y el chueco Sagrario Metropolitano, que parece que está a punto de caerse, pero que ha aguantado estoico toda la Colonia, la Independencia, la consolidación del Estado Mexicano, con la Reforma y la Revolución Mexicana incluidas, ha aguantado el Sagrario sin caerse toda la dictadura completa del PRI y, tan mexicano él, sigue ahí, chueco pero barroco, aguantando todo lo que venga, sin caerse aunque parezca que está a punto de desvanecerse. Y hasta en frente de tan magnánima y churrigueresca analogía de lo mexicano, yo, un contento mexicano trigueñito, que todavía se emociona cuando ve esa bandera tricolor volar por el contaminado cielo de esta ciudad de hierro, cristal y cemento.
martes, febrero 03, 2009
My 25 things
Siguiendo el ejemplo de mi amiga Olga, reproduje en Facebook esta dinámica llamada My 25 things, que en el mundo bloguero no será más que un meme. Como el ejercicio introspectivo suele ser bastante divertido y, en ocasiones, hasta enriquecedor para los demás, lo reproduzco aquí en vista de que mi blog es aguantador de todos mis excesos ególatras.
Así empieza la cosa:
1. No nací en Huásabas, sino en Hermosillo (ambos en Sonora), pero viví los diecisiete primeros años de mi vida en este pueblo de mil habitantes, que ha sido, es y seguirá siendo mi ombligo con el mundo, el lugar al que no puedo dejar de volver.
2. Tengo una familia enorme (en todos los sentidos). Somos siete hijos: dos hermanos, cuatro hermanas... y yo, más los siete maravillosos sobrinos que se han ido agregando poco a poco. Ser integrante de una famlia grande nunca ha sido causa de problemas existenciales, como le pasó al personaje principal de Hormiguitas, que le confesó a su psicólogo que no era fácil ser el hermano de en medio de una familia de siete millones. Sino lo contrario, lo considero una de las grandes bendiciones que he recibido, porque todos son excelentes y hemos logrado cultivar cada uno nuestra individualidad y superado alegremente el reto de la cotidiana convivencia.
3. Estudié Derecho en la Universidad de Hermosillo, una universidad que está, por así decirlo, en peligro de extinción... o, mejor dicho, negándose a morir, después de una muy prolongada agonía. Lo que más valoro de esa entrañable etapa de mi vida, que me marcó más en lo personal que en lo profesional, es que ahí adquirí a mis mejores amigos, a los que conservo como mi más preciado tesoro.
4. Lo que más disfruto hacer es conversar. Y soy un romántico empedernido de la conversación de persona a persona. Aunque los nuevos medios de comunicación me permiten estar más cerca de las personas con las que no puedo convivir cotidianamente, soy muy malo para hablar por teléfono, simplemente no me inspiro. Para chatear no soy tan malo, pero me desespera tener que corregir cuando cometo algún error...
5. Soy un ente naturalmente gregario y aunque disfruto mis ratos de soledad, me siento en mi hábitat cuando la gente que quiero está alrededor mío, haciendo cualquier tipo de ruido (oooots, no... no cualquier tipo de ruido).
6. La pérdida más grande que he experimentado (y aquí la conjugación verbal debe ayudarme a expresar que es algo permanente) es el fallecimiento de mi mamá.
7. El talento que me gustaría tener (y que no tengo en lo absoluto) es saber cantar o, por lo menos, hacerlo entonadamente.
8. Estudié una maestría en Administración y Políticas Públicas y mi tesis (que a nadie convenció) fue sobre los servicios de protección consular a mexicanos en el extranjero :$
9. Trabajo en el sector público, lo cual considero una vocación, y me siento responsable por cambiar las cosas y frustrado cuando no logro cambiar nada.
10. Una de las cosas que me caracterizan es el alto volumen de mi voz. Que si me he tragado una bocina, que si no me enoje, que si le baje dos rayitas... en fin...
11. Viví durante un ciclo escolar en Francia, dando clases de español a adolescentes que no tenían entre sus prioridades aprender español. A pesar del común desinterés de mis alumnos, vivir en Francia fue una de las experiencias más completas que he tenido y mi primer acercamiento con la soledad.
12. Tengo un blog en el que escribo cualquier sarta de tonterías. Escribir en él de manera asistemática y con poco rigor es una de las actividades que más disfruto.
13. Cuando estaba en la primaria, declamaba un "poema" que empezaba así: "Un ratoncito pequeño..." (y hacía con la mano derecha la señal de que era pequeñito. No recuerdo cómo continuaba, pero tengo una gran curiosidad, porque recuerdo perfecto que lo declamé en varias ocasiones... y eso me preocupa.
14. En mi relación con los demás, el principio que más quiero interiorizar es que hay que ver a cada persona como es. Sin embargo, no siempre logro los niveles de empatía que quisiera.
15. Soy adicto a la Coca-Cola. No recuerdo cuándo fue el último día que viví sin tomar aunque fuera una lata.
16. Mis ciudades favoritas son Nueva York, París y Barcelona... y Huásabas, aunque no sea ciudad.
17. Me gusta leer, aunque no leo todo lo que quisiera porque siempre me sobran razones para distraer mi atención en otras cosas. Mi libro favorito es Don Quijote de la Mancha.
18. Mi pasatiempo preferido es ir al cine y la película que más me gusta es El Padrino.
19. Ahora como de todo, pero de chiquito me chocaban las zanahorias y las calabacitas.
20. No soy verdaderamente fan de ningún deporte, aunque me gusta mucho ver las Olimpiadas (sobre todo las ceremonias de inauguración y de clausura... ooots, de plano los deportes no son lo mío). Cuando estaba en la escuela me gustaba jugar voleibol, pero nunca llegué a destacar ni como para formar parte de la banca de mi equipo en una escuela rural.
21. En la preparatoria fui a concursos nacionales de Biología, Química, Física y Matemáticas, en ese orden. Sí, eso quiere decir que soy un ñoño, pero juro que lo hacía, sobre todo, porque los viajes a distintas ciudades de la República me salían gratis y yo quería viajar.
22. Entre mis sueños frustrados están: trabajar en un cine (sí, Cinema Paradiso le hizo mucho daño a mis concepciones laborales), ser mesero en un cafecito y ser barman.
23. Me dan miedo las películas de miedo. Sí, ya sé, ¡qué obviedad! Pero me refiero a que me dan tanto miedo que realmente no soporto verlas. Entre peor calidad tengan, más miedo me causan.
24. Mi programa de televisión favorito es Friends. He visto cada capítulo unas cinco veces, pero me sigo riendo igual que la primera.
25. Si me preguntaran qué llevaría conmigo si naufragara en una isla desierta respondería, sin duda, que a mis amigos (sobre todo para que me ayuden a juntar los cocos con los que modestamente nos alimentaríamos). He hecho amigos diferentes en cada etapa de mi vida y una vez que así los considero ocupan un lugar irremplazaba de esa cosa que le llaman corazón. Son ellos los que me dan la certeza de que mi vida ha valido toda la pena y que aunque sí cambiaría mis errores si pudiera volver a vivir, no prescindiría de ninguno para volver a recorrer el camino.
Así empieza la cosa:
1. No nací en Huásabas, sino en Hermosillo (ambos en Sonora), pero viví los diecisiete primeros años de mi vida en este pueblo de mil habitantes, que ha sido, es y seguirá siendo mi ombligo con el mundo, el lugar al que no puedo dejar de volver.
2. Tengo una familia enorme (en todos los sentidos). Somos siete hijos: dos hermanos, cuatro hermanas... y yo, más los siete maravillosos sobrinos que se han ido agregando poco a poco. Ser integrante de una famlia grande nunca ha sido causa de problemas existenciales, como le pasó al personaje principal de Hormiguitas, que le confesó a su psicólogo que no era fácil ser el hermano de en medio de una familia de siete millones. Sino lo contrario, lo considero una de las grandes bendiciones que he recibido, porque todos son excelentes y hemos logrado cultivar cada uno nuestra individualidad y superado alegremente el reto de la cotidiana convivencia.
3. Estudié Derecho en la Universidad de Hermosillo, una universidad que está, por así decirlo, en peligro de extinción... o, mejor dicho, negándose a morir, después de una muy prolongada agonía. Lo que más valoro de esa entrañable etapa de mi vida, que me marcó más en lo personal que en lo profesional, es que ahí adquirí a mis mejores amigos, a los que conservo como mi más preciado tesoro.
4. Lo que más disfruto hacer es conversar. Y soy un romántico empedernido de la conversación de persona a persona. Aunque los nuevos medios de comunicación me permiten estar más cerca de las personas con las que no puedo convivir cotidianamente, soy muy malo para hablar por teléfono, simplemente no me inspiro. Para chatear no soy tan malo, pero me desespera tener que corregir cuando cometo algún error...
5. Soy un ente naturalmente gregario y aunque disfruto mis ratos de soledad, me siento en mi hábitat cuando la gente que quiero está alrededor mío, haciendo cualquier tipo de ruido (oooots, no... no cualquier tipo de ruido).
6. La pérdida más grande que he experimentado (y aquí la conjugación verbal debe ayudarme a expresar que es algo permanente) es el fallecimiento de mi mamá.
7. El talento que me gustaría tener (y que no tengo en lo absoluto) es saber cantar o, por lo menos, hacerlo entonadamente.
8. Estudié una maestría en Administración y Políticas Públicas y mi tesis (que a nadie convenció) fue sobre los servicios de protección consular a mexicanos en el extranjero :$
9. Trabajo en el sector público, lo cual considero una vocación, y me siento responsable por cambiar las cosas y frustrado cuando no logro cambiar nada.
10. Una de las cosas que me caracterizan es el alto volumen de mi voz. Que si me he tragado una bocina, que si no me enoje, que si le baje dos rayitas... en fin...
11. Viví durante un ciclo escolar en Francia, dando clases de español a adolescentes que no tenían entre sus prioridades aprender español. A pesar del común desinterés de mis alumnos, vivir en Francia fue una de las experiencias más completas que he tenido y mi primer acercamiento con la soledad.
12. Tengo un blog en el que escribo cualquier sarta de tonterías. Escribir en él de manera asistemática y con poco rigor es una de las actividades que más disfruto.
13. Cuando estaba en la primaria, declamaba un "poema" que empezaba así: "Un ratoncito pequeño..." (y hacía con la mano derecha la señal de que era pequeñito. No recuerdo cómo continuaba, pero tengo una gran curiosidad, porque recuerdo perfecto que lo declamé en varias ocasiones... y eso me preocupa.
14. En mi relación con los demás, el principio que más quiero interiorizar es que hay que ver a cada persona como es. Sin embargo, no siempre logro los niveles de empatía que quisiera.
15. Soy adicto a la Coca-Cola. No recuerdo cuándo fue el último día que viví sin tomar aunque fuera una lata.
16. Mis ciudades favoritas son Nueva York, París y Barcelona... y Huásabas, aunque no sea ciudad.
17. Me gusta leer, aunque no leo todo lo que quisiera porque siempre me sobran razones para distraer mi atención en otras cosas. Mi libro favorito es Don Quijote de la Mancha.
18. Mi pasatiempo preferido es ir al cine y la película que más me gusta es El Padrino.
19. Ahora como de todo, pero de chiquito me chocaban las zanahorias y las calabacitas.
20. No soy verdaderamente fan de ningún deporte, aunque me gusta mucho ver las Olimpiadas (sobre todo las ceremonias de inauguración y de clausura... ooots, de plano los deportes no son lo mío). Cuando estaba en la escuela me gustaba jugar voleibol, pero nunca llegué a destacar ni como para formar parte de la banca de mi equipo en una escuela rural.
21. En la preparatoria fui a concursos nacionales de Biología, Química, Física y Matemáticas, en ese orden. Sí, eso quiere decir que soy un ñoño, pero juro que lo hacía, sobre todo, porque los viajes a distintas ciudades de la República me salían gratis y yo quería viajar.
22. Entre mis sueños frustrados están: trabajar en un cine (sí, Cinema Paradiso le hizo mucho daño a mis concepciones laborales), ser mesero en un cafecito y ser barman.
23. Me dan miedo las películas de miedo. Sí, ya sé, ¡qué obviedad! Pero me refiero a que me dan tanto miedo que realmente no soporto verlas. Entre peor calidad tengan, más miedo me causan.
24. Mi programa de televisión favorito es Friends. He visto cada capítulo unas cinco veces, pero me sigo riendo igual que la primera.
25. Si me preguntaran qué llevaría conmigo si naufragara en una isla desierta respondería, sin duda, que a mis amigos (sobre todo para que me ayuden a juntar los cocos con los que modestamente nos alimentaríamos). He hecho amigos diferentes en cada etapa de mi vida y una vez que así los considero ocupan un lugar irremplazaba de esa cosa que le llaman corazón. Son ellos los que me dan la certeza de que mi vida ha valido toda la pena y que aunque sí cambiaría mis errores si pudiera volver a vivir, no prescindiría de ninguno para volver a recorrer el camino.
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