Pues ya resulta tautológico decir "qué rápido pasa el tiempo!!!" pero no se me ocurre más porque ya tengo todas las maletas listas para irme mañana a Hermosillo y en unas semanitas más cruzar la frontera y tomar mi avión para poner en escena la más reciente versión de un huasabeño en Nueva York. Ya les iré pasando capítulo por capítulo cómo se desenvuelven mi ego y mi alter ego como si fuera musical de Broadway, pero sin lo musical porque quienes me han oído cantar saben que por ahí no va la cosa y los que no me han oído yo les puedo asegurar que prefieren quedarse con la duda. Y pues lo de Broadway más o menos porque por esa calle haciendo esquina con la 116th está Columbia University (iunivérrsiti, of cors) que será la sede de mis avatares de provinciano luchando contra las fuerzas del mal en Wall Street y puntos circunvecinos. Y aunque el factor sorpresa no lo desaparezco del todo, ya les puedo ir diciendo quiénes van a ser los villanos que me sacarán canas verdes y radioactivas en la Gran Manzana. El más peligroso se llama Austeridad y promete hacerme unas malas pasadas y ponerme a comer puro hot dog aceitoso y desabrido cotidianamente. Otro que también tiene un pedazo de criptonita para bajarle las energías al Súper Man-món que hay en mí es un tipo de apodo Choque Cultural, que tiene el súper poder mutante de hacerme extrañar el río y los callejones de Huásabas aunque ande en Fifth Avenue, y particularmente en esa calle une sus fuerzas con Austeridad y para qué les platico que si no sale el hombre araña por entre los edificios y me rescata de las garras de esos malvados enemigos capaz y hasta se me pone la piel de gallina. Y la villana que no podía faltar en ninguna de mis historietas es la perversa Nostalgia que sabedora que he dejado pedacitos de corazón en cada capítulo que cierro de mi cómic, se aprovecha y nada más me descuido me captura entre sus garras y la piel de gallina no es nada comparada con los estragos que bien dispuesta está a causarme cuando me dejo.
Pero eso será en el medio plazo porque mi futuro inmediato será irme a Hermosillo a recontrarme con mis Súper Amigos y unirme a la Liga de la Justicia que está reunida en mi casa en Consejo General y planeando hacer algo para que las vacaciones de los sobrinos estén a la altura de las circunstancias. Y mientras tanto no puedo conciliar el sueño y la emoción me tiene como dice mi tía Celina "con el ojo pelón".
lunes, julio 31, 2006
domingo, julio 23, 2006
La venganza de los nerds (enésima versión)
Dudé mucho antes de revelar al público lector de blogs la vergonzosa historia de las salidas nocturnas que en repetidas ocasiones hemos intentando mis compañeros de la maestría y yo. Pero, esperando que mis compañeros sepan perdonarme, no pude resistirlo porque cada vez estamos afinando la técnica de terminar en desastrosos desenlaces cada vez que intentamos divertirnos en el esquema normal de los bares y el baile.
En la vida real, salir no debe ser un acto complicado. Te pones alguna garra que no se te vea tan mal, te perjumas y sales a la calle buscando amor. Pero por alguna extraña razón la nerdez extrema atrofia algunas vertientes del sentido común. El CIDE ha producido estragos importantes en algunos de los que ahí estudiamos. En unos más que en otros, pero en todos ha tenido desagradables efectos. Por ejempo, te cambia el lenguaje de uso diario y usas profusamente expresiones que, enfrentémosolo, no son de uso común: restricciones institucionales, regresiones, Herbert Simon, administración científica, etcétera. Así, cuando quieres entablar una conversación casual no puedes dejar de usarlos y, la verdad, da uno pena. Y lo peor es cuando notas en la cara de tu interlocutor la expresión de what the hell? y, obvio, pierdes la inspiración y cada vez que quieres hacerte pasar por alguien divertido, terminas hundiéndote más en el lodo de la intrusa terminología de la maestría. Otra manifestación: tus temas de conversación se ven terriblemente reducidos y te sientes de verdad incómodo y fuera de lugar cuando la conversación tiene que ver con la actualidad de los espectáculos y que si Britney Spears o que si Daddy Yanquee. Y la peor manifestación de todas es que eres perfectamente consciente de lo mal que sueles encajar en un antro.
Pero aun todas estas desgracias de un alumno de mi escuela, algunos nos rebelamos y con todo y el destino en contra nos oponemos al status quo de los fines de semana estudiando y, eventualmente, salimos a buscar vida nocturna. Creo que si lo hiciéramos cada quien por su lado las consecuencias no serían tan terribles. Pero, dadas todas las negativas manifestaciones compartidas de nuestra nerdez, solemos pensar que uníos como los proletarios del mundo podremos destruir todos los malos augurios del acto de salir a divertirse que, antaño, era tan sencillo y prometedor.
Pues este fin de semana no fue la excepción y con el pretexto de festejar el cumpleaños de un amigo, lo volvimos a intentar y de verdad tendría que reconocérsenos que cada vez perdemos el pequeño resto de autoconfianza que nos va quedando. Así, el plan consistió en ir un rato a jugar boliche y de ahí pasarnos a La Condesa, barrio trendy de la ciudad de México, con bares, lounges, billares, antros y restaurantes por todos lados. El lugar elegido se llama Malafama, con mesas de billar y música no tan alta como para permitirnos platicar y hacer gala de nuestro humor de poca sofisticación. Ya habíamos ido en otras ocasiones y todo había salido relativamente bien. Pero ese viernes parece que habían liberado a media Chilangolandia y todo mundo había dado a parar ahí y para poder tener nuestra mesa de billar, tendríamos que esperar treinta turnos, como si fuéramos parturientas en algún hospital del Seguro Social. Como no no resultó muy prometedor, nos fuimos a un bar a un lado. Todo iba bien, platicábamos sobre las elecciones que, si bien no era un tema muy cool para la ocasión, entraba sin dificultad en un tema normal para alguien de nuestra edad y con nuestro perfil. Habían asistido a la cita algunas personas que no eran compañeros de la maestría, así que no estaba tan mal. Bueno, al principio... Pero al rato de que me acabé la limonada mineral que había pedido y que nadie más se dignaba a pedir nada, el mesero empezó a preguntarnos con demasiada insistencia si no queríamos algo más. Pues no, llegó un momento en el que no queríamos nada más y nos pareció que sería normal, hasta que el amable garcon nos dijo que no podíamos estar sentado sin pedir nada. Ouch!!! Si te lo planteas bien, nos estaba corriendo. Corriendo!!! de un bar. Hasta ahora en las versiones anteriores de la venganza de los nerds, lo más que nos había pasado era que no nos dejaran entrar a un antro, pero corrernos ya era pasar una línea que no habíamos cruzado.
Los otros presentes hablaron de planes adicionales a ése, por el que tendrían que irse y, oooops, olvidaron invitarnos aunque fuera por politesse. La verdad tampoco se antojaba tanto acompañarlos, pero lo que daba tristeza es ni siquiera tener la opción para que nuestro ego al menos tuviera el placer de rechazar una invitación. Pero el colmo fue cuando nos dimos cuenta que ni siquiera teníamos carro para devolvernos, porque con el compañero que fuimos se había comprometido en otro plan que, evidentemente, no nos incluía. Y, entonces, pasada la medianoche de un viernes estábamos en una calle de La Condesa, bajo una ligera lluvia que no hacía más que añadir elementos de desgracia a la escena de unos loosers abandonados de la mano de Dios. Decidimos entonces al menos hacer un intento de terminar con cierta dignidad y algo de respeto por nosotros mismos aquella noche y volver a intentar entrar al billar que se mencionó en los planes originales. Probablemente ya serían menos de quince turnos los que faltarían para poder sentarnos. Pues no. No hubo manera. Estuvimos parados con cara de perro mojado enseguida de la barra para hacer presión en la lista de espera y ni siquiera así logramos que nos acomodaran aunque fuera en las escaleras. Entonces, propuse lo que me parece es lo más seguro hacer cuando todo está saliendo mal: comer. Y nos fuimos buscando algunos tacos que de acuerdo al dicho "panza llena, corazón contento" pudieran llenar la panza, para así lograr tener un corazón contento. Y camino a la ejecución de ese plan, alguien ve el carro que maneja un operativo del lugar en que trabaja y no sé porqué se apoderó del inconsciente colectivo la idea de que él podría llevarnos a nuestras respectivas casas. Pues fue la consagración de todos los ridículos nocturnos. Hénos ahí, corriendo por media calle como Forrest Gump haciendo aspavientos cual molino de Don Quijote para lograr atraer la atención del tipo y en la cara una sonrisa de "ya la hicimos". Pues después de correr lo que me parecieron varias cuadras el tipo se da cuenta, reconoce al que le va gritando "Chuuuuuckyyyyy". Además, "Chucky", háganme el cabrón favor!!! Quién con ese apodo habría podido ser nuestro salvador temporal??? Pues, el tal Chucky se baja del carro y nos hace la pregunta que activó el más incómodo silencio: "¿Qué andan haciendo?" Había varias respuestas que hubieran parecido razonables como "pues, aquí, divirtiéndonos" pero hubiera sido inverosímil, pues si de verdad estuviéramos divirtiéndonos porqué habríamos de correr en la calle para saludar a un casi desconocido. Además, por alguna extraña razón había libros en las manos de Rodrigo y Teresa. Libros, a esa hora y en ese contexto eran completamente incompatibles con la palabra diversión. Pues la respuesta que se oyó en el aire fue "vagando de un lugar a otro". La connotación de vagando se refería a que no traímos carro y estábamos sutilmente rogando por un aventón. Pero fue tan sutil que el dichoso Chucky en ningún momento ofreció el necesitado aventón. Y como los silencios incómodos se hacían tan frecuentes y prolongados, terminó preguntando "¿Necesitan algo?", jajaja. Qué vengüenza!!! Pues como ya habíamos caído tan bajo por pura dignidad dijimos que no y en medio de un ambiente enrarecido nos despedimos con la cabeza en bajo y seguimos en busca de nuestros tacos, resignados a que lo nuestro no es pertenecer a la diversión de escaparate de la vida nocturna. La mesa en la que nos sirvieron los tacos nos proveyó con todo lo que necesitabamos: un lugar tibio, sustento para la vida y la oportunidad de seguir riéndonos de la ignominia de una noche más en las que las cosas no salían como lo habíamos planeado, sino todo lo contario. Antes de tomar el taxi de regreso caminamos frente a los lugares que ya iban cerrando y que nos mostraban que nuestra tenacidad era más grande que el deseo de aplastarnos de La Condesa y su dizque trendy modelo de vida nocturna.
En la vida real, salir no debe ser un acto complicado. Te pones alguna garra que no se te vea tan mal, te perjumas y sales a la calle buscando amor. Pero por alguna extraña razón la nerdez extrema atrofia algunas vertientes del sentido común. El CIDE ha producido estragos importantes en algunos de los que ahí estudiamos. En unos más que en otros, pero en todos ha tenido desagradables efectos. Por ejempo, te cambia el lenguaje de uso diario y usas profusamente expresiones que, enfrentémosolo, no son de uso común: restricciones institucionales, regresiones, Herbert Simon, administración científica, etcétera. Así, cuando quieres entablar una conversación casual no puedes dejar de usarlos y, la verdad, da uno pena. Y lo peor es cuando notas en la cara de tu interlocutor la expresión de what the hell? y, obvio, pierdes la inspiración y cada vez que quieres hacerte pasar por alguien divertido, terminas hundiéndote más en el lodo de la intrusa terminología de la maestría. Otra manifestación: tus temas de conversación se ven terriblemente reducidos y te sientes de verdad incómodo y fuera de lugar cuando la conversación tiene que ver con la actualidad de los espectáculos y que si Britney Spears o que si Daddy Yanquee. Y la peor manifestación de todas es que eres perfectamente consciente de lo mal que sueles encajar en un antro.
Pero aun todas estas desgracias de un alumno de mi escuela, algunos nos rebelamos y con todo y el destino en contra nos oponemos al status quo de los fines de semana estudiando y, eventualmente, salimos a buscar vida nocturna. Creo que si lo hiciéramos cada quien por su lado las consecuencias no serían tan terribles. Pero, dadas todas las negativas manifestaciones compartidas de nuestra nerdez, solemos pensar que uníos como los proletarios del mundo podremos destruir todos los malos augurios del acto de salir a divertirse que, antaño, era tan sencillo y prometedor.
Pues este fin de semana no fue la excepción y con el pretexto de festejar el cumpleaños de un amigo, lo volvimos a intentar y de verdad tendría que reconocérsenos que cada vez perdemos el pequeño resto de autoconfianza que nos va quedando. Así, el plan consistió en ir un rato a jugar boliche y de ahí pasarnos a La Condesa, barrio trendy de la ciudad de México, con bares, lounges, billares, antros y restaurantes por todos lados. El lugar elegido se llama Malafama, con mesas de billar y música no tan alta como para permitirnos platicar y hacer gala de nuestro humor de poca sofisticación. Ya habíamos ido en otras ocasiones y todo había salido relativamente bien. Pero ese viernes parece que habían liberado a media Chilangolandia y todo mundo había dado a parar ahí y para poder tener nuestra mesa de billar, tendríamos que esperar treinta turnos, como si fuéramos parturientas en algún hospital del Seguro Social. Como no no resultó muy prometedor, nos fuimos a un bar a un lado. Todo iba bien, platicábamos sobre las elecciones que, si bien no era un tema muy cool para la ocasión, entraba sin dificultad en un tema normal para alguien de nuestra edad y con nuestro perfil. Habían asistido a la cita algunas personas que no eran compañeros de la maestría, así que no estaba tan mal. Bueno, al principio... Pero al rato de que me acabé la limonada mineral que había pedido y que nadie más se dignaba a pedir nada, el mesero empezó a preguntarnos con demasiada insistencia si no queríamos algo más. Pues no, llegó un momento en el que no queríamos nada más y nos pareció que sería normal, hasta que el amable garcon nos dijo que no podíamos estar sentado sin pedir nada. Ouch!!! Si te lo planteas bien, nos estaba corriendo. Corriendo!!! de un bar. Hasta ahora en las versiones anteriores de la venganza de los nerds, lo más que nos había pasado era que no nos dejaran entrar a un antro, pero corrernos ya era pasar una línea que no habíamos cruzado.
Los otros presentes hablaron de planes adicionales a ése, por el que tendrían que irse y, oooops, olvidaron invitarnos aunque fuera por politesse. La verdad tampoco se antojaba tanto acompañarlos, pero lo que daba tristeza es ni siquiera tener la opción para que nuestro ego al menos tuviera el placer de rechazar una invitación. Pero el colmo fue cuando nos dimos cuenta que ni siquiera teníamos carro para devolvernos, porque con el compañero que fuimos se había comprometido en otro plan que, evidentemente, no nos incluía. Y, entonces, pasada la medianoche de un viernes estábamos en una calle de La Condesa, bajo una ligera lluvia que no hacía más que añadir elementos de desgracia a la escena de unos loosers abandonados de la mano de Dios. Decidimos entonces al menos hacer un intento de terminar con cierta dignidad y algo de respeto por nosotros mismos aquella noche y volver a intentar entrar al billar que se mencionó en los planes originales. Probablemente ya serían menos de quince turnos los que faltarían para poder sentarnos. Pues no. No hubo manera. Estuvimos parados con cara de perro mojado enseguida de la barra para hacer presión en la lista de espera y ni siquiera así logramos que nos acomodaran aunque fuera en las escaleras. Entonces, propuse lo que me parece es lo más seguro hacer cuando todo está saliendo mal: comer. Y nos fuimos buscando algunos tacos que de acuerdo al dicho "panza llena, corazón contento" pudieran llenar la panza, para así lograr tener un corazón contento. Y camino a la ejecución de ese plan, alguien ve el carro que maneja un operativo del lugar en que trabaja y no sé porqué se apoderó del inconsciente colectivo la idea de que él podría llevarnos a nuestras respectivas casas. Pues fue la consagración de todos los ridículos nocturnos. Hénos ahí, corriendo por media calle como Forrest Gump haciendo aspavientos cual molino de Don Quijote para lograr atraer la atención del tipo y en la cara una sonrisa de "ya la hicimos". Pues después de correr lo que me parecieron varias cuadras el tipo se da cuenta, reconoce al que le va gritando "Chuuuuuckyyyyy". Además, "Chucky", háganme el cabrón favor!!! Quién con ese apodo habría podido ser nuestro salvador temporal??? Pues, el tal Chucky se baja del carro y nos hace la pregunta que activó el más incómodo silencio: "¿Qué andan haciendo?" Había varias respuestas que hubieran parecido razonables como "pues, aquí, divirtiéndonos" pero hubiera sido inverosímil, pues si de verdad estuviéramos divirtiéndonos porqué habríamos de correr en la calle para saludar a un casi desconocido. Además, por alguna extraña razón había libros en las manos de Rodrigo y Teresa. Libros, a esa hora y en ese contexto eran completamente incompatibles con la palabra diversión. Pues la respuesta que se oyó en el aire fue "vagando de un lugar a otro". La connotación de vagando se refería a que no traímos carro y estábamos sutilmente rogando por un aventón. Pero fue tan sutil que el dichoso Chucky en ningún momento ofreció el necesitado aventón. Y como los silencios incómodos se hacían tan frecuentes y prolongados, terminó preguntando "¿Necesitan algo?", jajaja. Qué vengüenza!!! Pues como ya habíamos caído tan bajo por pura dignidad dijimos que no y en medio de un ambiente enrarecido nos despedimos con la cabeza en bajo y seguimos en busca de nuestros tacos, resignados a que lo nuestro no es pertenecer a la diversión de escaparate de la vida nocturna. La mesa en la que nos sirvieron los tacos nos proveyó con todo lo que necesitabamos: un lugar tibio, sustento para la vida y la oportunidad de seguir riéndonos de la ignominia de una noche más en las que las cosas no salían como lo habíamos planeado, sino todo lo contario. Antes de tomar el taxi de regreso caminamos frente a los lugares que ya iban cerrando y que nos mostraban que nuestra tenacidad era más grande que el deseo de aplastarnos de La Condesa y su dizque trendy modelo de vida nocturna.
miércoles, julio 19, 2006
Lo bueno es que no había perros...
Hoy parecía un día muuuuy bueno. Todo bien en Relaciones Exteriores. Todo arreglándose con los trámites de intercambio que me trajeron vuelto loco la semana pasada llevándome inclusive a reconsiderar mi decisión de irme. Una tarde fenomenal: conocí el Colegio de San Ildefonso, tuve una guía muy agradable que nos explicó muy a su manera los murales padrísimos que tiene el otrora centro jesuita. Vi una exposición genial del recientemente fallecido pintor Raúl Anguiano. También una expo de fotografía alemana, que si bien me gustó moderadamente, no tengo ni los conocimientos ni la sensibilidad artística para saber si era buena. Después de eso me fui a la presentación de un libro de un reportero del Newsweek, Joseph Contreras, Tan lejos de Dios, que se refiere a la famosa frase atribuida a Porfirio Díaz: "Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos..." y que hace un análisis de la estadounidenciación de México (ellos usaban el término 'americanización' pero yo me opongo al monopolio del gentilicio de todo un continente para un solo país, ¿quién se cree EE.UU? ¿la gran potencia? Jajaja, pero ésa es ooootra historia). Lo más padre de la presentación del libro fue que lo presentaron Ana María Salazar, que tal vez por ser sonorense me agrade bastante, y que además inició su participación con un tema que compartí totalmente y es el choque que representa para un norteño entenderse con los chilangos cuando estás recién llegado. También presentó Jorge G. Castañeda, anterior Secretario de Relaciones Exteriores y uno de los personajes más polémicos de los últimos años con su transitar de izquierdista biógrafo de íconos de la izquierda latinoamericana a canciller del gobierno de derecha de Fox, con un cambio de apreciaciones políticas bastante interesantes y otros tantos devenires harto controversiales como el giro en su relación con Fidel Castro.
El caso es que se armó una discusión bastante interesante sobre la posición de los mexicanos respecto al cambio de la mentalidad que ha adoptado, por lo menos, los hábitos de consumo de la sociedad estadounidense y ha adquirido algunos de sus principales problemas: la obesidad, el estrés, el SIDA. Pero sin llegar a desprenderse de sus problemas de nación en desarrollo: pobreza, niños de la calle y un etcétera algo largo que mejor dejo ahí so pena de ponerme a llorar. El caso es que el balance de mi día me resultaba completamente positivo: muchos estímulos artísticos e intelectuales, pero claro no todo podía ser perfecto en el mundo de Rafa. Y justo cuando voy saliendo de la presentación ya había oscurecido, pero lo peor fue que empezó a llover, al principio menudito pero al rato me parecía un tifón aquello. Como no quería que se me hiciera más noche empecé a correr de techito en techito, atravesando obviamente tramos bastante lluviosos. Por más que ya he conocido otros climas el hombre de desierto que hay dentro de mí, todavía se impresiona con la lluvia diaria de este verano de la ciudad de México. Además, verano my ass!!! My almost inexistent ass!!! Yo no sé qué pasa con esta ciudad pero no sabe distinguir entre verano = calor e invierno = frío. Debe tener algo como dislexia o daltonismo, pero no para letras o colores, sino para temperaturas. Pues se puso aquello de un frío que el traje y los zapatos todos mojados no ayudaban en nada. Además, andaba muy de traje lo cual en mi paranoica mente significaba que sería un blanco más atractivo para algún asaltante que anduviera ahí medio desocupado y que pensara por mi vestimenta que ya de perdida recibo algún salario, lo cual, by the way, es completamente falso. Esta noche era particularmente falso, porque no traía nada de dinero, sólo para devolverme (y en transporte público, por supuesto, que Metrobús no se raja). Pero tampoco traía la tarjeta del Metrobús así que fue suplicar que un alma caritativa me vendiera un pasaje. Cuando me bajé del Metrobús no llovía así que me sentí muy complacido con el dios del clima. Y en lo que esbozaba una sonrisa de triunfo contra las fuerzas de la naturaleza esperando que se pusiera en verde el semáforo para peatones, oigo un pitido, me hago un poco hacia atrás y pasa el Metrobús a mi lado como alma que lleva el diablo y me ha pegado una bañada con el agua que estaba encharcada en la calle que parecía de comercial de productos contra la desgracia. No fue un salpicón, repito, fue un verdadero baño de agua callejera, revuelta de no sé cuánta cosa. Y ahí sí fue cuando me dije, gracias a Dios que no hay perros por aquí, porque seguro se me acerca, levanta la pata y me arroja sus malolientes meados, para hacer realidad el dicho que superlativiza la mala suerte "nada más faltó que me meara un perro". Pero no, la vida no es tan cruel y no había ningún can cerca. Caminé por Sullivan, la calle famosa por sus prostitutas, rumbo a mi casa, con temor de que me confundieran con una chica de la vida alegre vestida de oficinista mojado. Afortunadamente, no fue así y llegué contento al depa por haber logrado conservar un poco de dignidad y, sobre todo, por no haberme encontrado a ningún perro que quisiera cerrar con broche de oro un día más de esta aventura constante en que se ha vuelto mi vida.
martes, julio 18, 2006
Si no eres feo...
Si hay una frase que detesto con todo el furor de mis entrañas haciendo fisiológico un sentimiento, es la de "si no eres feo". Me la han aplicado en algunas ocasiones y cada vez es peor. Hoy fui a la estética a cortarme el cabello, buscando en un lugar con ese nombre justamente algo de estética para el exterior de mi cabeza, que últimamente tiene menos personalidad que un pepino: eso es por fuera, por dentro creo que el remolino de ideas la hace por lo menos más divertida. Pues nada, que me tocó una de esas desafortunadas estilistas que piensan que es su obligación estar hable y hable, o lo que es peor, pregunte y pregunte. No sé porqué tienden a pensar que uno va a cortarse el cabello a su lugar de trabajo buscando desesperadamente un amigo o confidente. Porque no sé los demás pero yo si de plano anduviera que exploto por comunicarme preferiría buscar alguien con un oficio más adecuado para la conversación, como un psiquiatra o un sacerdote o ya de perdida un perro callejero. Pero, bueno, he aprendido a soportar tanta palabrería peluquera y responder con un poco más que monosílabos mientras pasa el largo tiempo en el que estoy pensando "porqué no se callará y se concentra en hacer algo decente con mi peinado". Pues hoy no fue la excepción y la peluquera (que se mudó al D.F. desde Toluca a los 16 años, junto con una hermana, de las cinco más que tiene, tres casados y dos solteras, y que lleva ya 10 años viviendo en la capital, un poco al norte de Satélite donde es bastante tranquilo para llegar tarde, porque aunque no es muy reventada ya que sale muy cansada del trabajo, a veces sí llega en la madrugada a su casa, tranquila porque su barrio no es peligroso.... y un enorme etcétera de información que nunca solicité y que mi memoria, que no sabe discriminar entre útil e inúil, grabó perfectamente).
El caso es que una vez habiéndole dado a conocer yo también un buen porcentaje de mi biografía, me dio inclusive algunos consejos la mayoría de los cuales internamente tomé como basura pero externamente le agradecí mientras asentía con la cabeza, pero sin moverla muy fuerte para que no me fuera a trasquilar los pelos que ya tienen suficiente con la maldición del esponjamiento inmoral cuando hay humedad para todavía hacerles el favor de agregarles un gallito.
Y en una de tantas oraciones de su interminable arenga profirió el abracadabra que abre los umbrales de mi más furioso enojo: "Si no eres feo". De verdad, lo digo desde lo más profundo de mi alma, que prefiero que me digan que soy horrible y que verme causa comezón en los ojos o lo que sea. Porque esa frase equivale a refregarte en la cara que estás justo en el límite entre ser feo y no, lo cual obviamente te pone bastante lejos de ser guapo o, por lo menos, interesante, (información que prefiero no tener en mente en la cotidianidad) y que con toda su generosidad quien profiere la frase te ha rescatado de balancearte entre la fealdad y la indiferencia de no ser feo. Pero con esa horripilante frase disfrazada de tibio elogio te quitan inclusive el derecho a la personalidad que tiene un feo dejándote de plano sin Juan y sin las gallinas. Y lo que más me molesta es que yo ni le pregunté qué opinaba de mi apariencia, si yo nada más quería un corte de pelo, pero esta bendita mujer no podía dejarme ir sin la indeseada promoción de su vergonzoso peritaje que dejó a mi ego en la ignominia absoluta y 100 pesos menos en la bolsa.
sábado, julio 08, 2006
Las vacaciones y una probable pulga en mi cama
Estoy prácticamente de vacaciones. No oficialmente, pero mi corazón está seguro de que sí, de que estoy viviendo en ese período de catarsis de todas las impurezas que a tu vida le trae tu propia vida. Sucede que estoy haciendo lo que en la maestría llaman "intervención institucional", por más que parezca algo de espionaje o una operación a corazón abierto, no se trata más que de hacer prácticas profesionales. Como soy por un lado necio y por el otro suertudo, las estoy haciendo en la Secretaría de Relaciones Exteriores, en el flamante edificio que acaban de inaugurar frente a la Alameda Central, piso 14 para más referencia. Mi escritorio no tiene una vista glamourosa al Palacio de Bellas Artes, sino a otro escritorio de una secretaria embarazada, a la izquierda, y a una de esas paredes falsas (como de tela y alcochonadas cual si fuera loco en manicomio y gustara de aventarme contra los muros). Toda esa larga explicación no venía al caso, pero espero sirva su función de mantener al tanto a mis proches y que no sirva para espantar a los eventuales que se asoman a mi blog. El punto real era decir que aunque tengo una actividad que desarrollar de lunes a viernes, estoy frente a la maravillosa y ya casi olvidada situación de tener HORARIO. Sí, yo trabajo de nueve de la mañana a tres de la tarde y cuando salgo de la flamante sede de la Cancillería el tiempo es mío, yo puedo decidir qué hago, si voy a ver un oso panda al zoológico de Chapultepec o camino por Paseo de la Reforma, o por el Centro Histórico (con el temor de encontrarme una horda de simpatizantes de López Obrador, pero eso lo hace más folclórico) o bien, puedo tomar una desvergonzada siesta de esas en las que duermes hasta que literalmente se te hinche el ombligo. Y digo que ya casi olvidaba eso, porque en la maestría es rarísimo poder hacerlo, es decir, cuando llegas de la escuela siempre hay algo que leer, escribir, pensar en y no eres verdadero amo de tu tiempo, porque aunque puedas hacer ratos libres, siempre tienes la sensación de culpabilidad de estar dejando de hacer algo importante. Somos normalmente hombres libres esclavizados, pero de una naturaleza un tanto graciosa, porque nuestro dueño no es el propietario de una plantación en Louisiana o de una hacienda de henequén en Yucatán, sino es otra parte de tu self, de tu yo mismo que se apodera de la voluntad y te tiene a sus expensas. Algo como el lado izquierdo del cerebro, aplastando al lado derecho. Y ya tienes las patas tan adentro de la olla que sales más perjudicado si intentas salirte que si decides pasivamente permanecer cociéndote para hacer un lindo "puchero" de humanidad. Creo que no me expliqué bien y puede dar la impresión de un conformismo que devora el espíritu revolucionario de querer un mundo mejor. No tiene nada qué ver con eso, no es nada social ni político, más bien es algo individual, cuando la racionalidad "objetiva" te hace su presa y mide tus emociones, tus placeres y dolores físicos y tus decisiones de vida con el mismo rasero. Bueno, cada vez que me pongo "profundo" termino haciendo el ridículo, pero como ya lo escribí no lo pienso borrar. El caso es que una vez más trataré de volver a mi punto: ahora que tengo horario tengo tiempo del que puedo disponer, que puedo aprovechar o desaprovechar, pero en fin, tiempo libre, ocio, con todas las ventajas que le atribuyó Thomas More en Utopía, antes de que por alguna razón le dieran al término un sentido peyorativo. Y así he hecho algunas cosas provechosas, otras vacuas y otras tantas medio idiotas, pero quién soy yo para juzgarme a mí mismo, eso se lo dejo a las malas lenguas. Y termino mi divagada disertación con la última noticia que mi vida ha producido: todo parece indicar que una pulga ronda mi cama, (todavía tengo otras líneas de investigación como la del mosquito perverso) pero ya van dos noches que la rasquera (comezón) en el pie izquierdo casi me quita el sueño, lo cual es algo extremamente raro para un Barceló, que rara vez duerme en la misma cama que el insomnio y célebres por su adicción a las siestas. Tengo que llamar a un exterminador de bichos o averiguar muy bien qué animalejo ronda por mi lecho, porque quiero ser el único parásito que duerma en mi cama cuando no medie consentimiento para lo contrario...
jueves, julio 06, 2006
Jornada electoral
No pretendo hacer en este breve espacio un remedo de profundo análisis de las elecciones del domingo 2 de julio. En realidad, con la superficialidad que me caracteriza espero no hablar más que de mi experiencia electoral que, creo, ya es algo. Pues resulta que como todo un buen ciudadano que cree que la participación democrática es el mejor mecanismo para mantener a raya la infinidad de errores que suelen cometer los gobernantes, me fui muuuuy tempranito a votar. Porque estando en la ciudad de México, pero con mi credencial de elector domiciliada en mi "verdadero" domicilio, o sea, Hermosillo, Sonora (sí señor!!!, arriba el norte y si no vea el mapa!!! y todas esas cosas de mi fútil y romántico regionalismo) me tocaba ir a votar en una casilla especial. Como no vivo lejos del Zócalo de la capital y ahí se iban a instalar dos, creí que era mi mejor opción. Bueno, el caso es que llegué y sólo había otra patriota señora de Colima, lo cual me hacía el segundo de la fila. Pero en fin, creí que eso sería ideal para votar y poder utilizar el resto del domingo a mi antojo. Pero no fue así, por mi acostumbrado acomedimiento a meterme donde no me llaman. Bueno, directamente no me llamaron, pero como a las nueve de la mañana la casilla de votación seguía sin abrir porque el presidente no había llegado, preguntaron que si alguien quería entrar de emergente. Y ahí voy yo no muy consciente de lo que implicaría, pero con el corazón henchido de orgullo cívico de poder ayudar en las elecciones, como un ciudadano más que responsable porque yo mismo había decidido ayudar. Claro, había asimetrías de información a favor del destino. No tenía idea en ese momento que estaría hasta las dos treinta de la madrugada desempeñando mi flamante cargo ciudadano. Que no recibiera ninguna remuneración tampoco lo hacía malo, ya la satisfacción y cosas de ésas ocuparían ese espacio de egoísmo individualista. El problema real fue que estuve sin probar bocado todo el día, tooooodo el día. Y sin probar bocado me refiero a "sin probar bocado" tan literal como se escucha; nada, niente, nothing, rien. Ni de llevarnos una coca-cola fueron capaces. Hasta las dos de la madrugada que pude salir a una tienda me compré una botella del vital líquido (para mí esa expresión hace referencia a los refrescos de cola) y una barra de chocolate que son los complementos ideales para un ataque de colitis previsible y merecido, que no se hizo esperar a la mañana siguiente. Bueno, aparte de eso, fue estar parado todo ese tiempo, las dieciocho horas que van desde las seis de la mañana (cuando inicié mi jornada como un simple elector) hasta las 2 de la madrugada que terminamos de contar voto por voto con todo cuidado y sin poder hacer la tan anhelada división de trabajo que hubiera agilizado el conteo (que no me salga AMLO ahora con que ese trabajo no cuenta y que hay que volver a contar todo, aunque no haya irregularidades y aunque hayamos [en esa casilla] hecho el conteo frente a dos representantes del PRD y una observadora electoral, pero bueno, ésa es otra historia). Pero en realidad todo el sacrificio estoico que le representó a mi cuerpo dolores y sufrimientos no se compara con la cantidad de malas vibras con las que me enfrenté. Resulta que para votar, tu credencial debería de aparecer en el padrón electoral y resulta que varias personas no aparecieron. Así que pensaban: 1) que yo era el responsable; 2) o que yo podría arreglar su situación; 3) o que yo estaba haciendo fraude electoral; 4) o ya de plano que yo había matado a Colosio. Y tuve que enfrentarme a los gritos y malos tratos de gente que hacía el coraje del año y me lo refregaba en la cara a pesar de lo mejores términos en los que yo les hablaba para explicarles su situación y el hecho de que no podrían votar en esta elección (sin importar que habían estando parados haciendo fila durante cuatro, cinco o seis horas). Lo peor era que de inicio yo sabía que por más que discutiéramos no había manera de que yo les arreglara su situación y lo único que provocaban era que inútilmente la espera se hiciera más larga para los demás ciudadanos. Además, parece que pocas personas saben que la elección la organizan los ciudadanos, que nadie nos paga nada y que fue sólo la responsabilidad cívica de antender al llamado de las autoridades electorales lo que nos tiene ahí, pero todos los que estuvimos en las casillas somos simples mortales, colaborando en un día importante para el país, con nuestras torpezas, nuestra falta de experiencia y sí, hambre, cansancio y en menor medida (admirablemente) nuestros malos humores. No somos los responsables de la mayoría de los errores logísticos, ni del diseño de las elecciones, ni del mantenimiento del padrón electoral, etcétera. Eso parece no entenderlo bien la mayoría: una señora gritó como cuarenta y cinco minutos consecutivos sin parar. Claro que llegó un momento en el que dejé de hacerle caso porque lo suyo parecía más bien un problema existencial y ahí definitivamente yo no podía arreglar nada, pero mi indiferencia aumentaba más su cólera y se hinchaba aún más de lo que su ya robusta figura parecía permitirle. En fin, mucha anécdotas más me acontecieron en el largo día y la aún más larga noche del 2 de julio. Pero terminé muy contento de ver como a mi lado los otros funcionarios de casilla soportaron también siempre con buena cara el reto que representa realizar esa función, sin más motivación que querer a tu Patria y querer que las cosas se hagan bien. Y también cómo miles de mexicanos soportaron las largas horas de la espera, a veces bajo la lluvia, a veces bajo el sol y como después de eso llegaban todavía gustosos a emitir su voto: jóvenes, en su primera vez; ancianos, en su probable última vez, discapacitados, padres de familia con sus hijos pequeños, en fin todos mexicanos y mexicanas ejerciendo, lo que que no debemos olvidar, es todavía una reciente democracia. Mi generación ya creció con elecciones confiables y, probablemente, no valoramos lo que representa saber que tu voto cuenta y que se hará lo que efectivamente diga la mayoría de los que acuden a votar. El margen fue pequeño pero se expresó la voluntad popular y ahora están las instituciones legalmente constituidas para validar lo que la mayoría expresó con su voto. Un candidato está cuestionando la elección, lo veo normal pues perdió por relativamente pocos votos, pero no creo legítimo descalificar un esfuerzo de tantos mexicanos y no confiar en las integridad de instituciones que nos ha costado tantas décadas construir, sólo porque hay una diferencia pequeña, sin más evidencia de fraude que errores de información en el resultado preliminar, pero que los partidos conocieron y acordaron desde hace meses. La cultura democrática sigue avanzando en México y veo con gusto que la mayoría de los mexicanos confía más en las instituciones del país que en la amenaza vedada de las protestas en las calles que es un cauce menos propicio para la racionalidad de las decisiones importantes para todos.
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