martes, junio 20, 2006

Cuando fui al fin del mundo...


Hace unos momentos me estaba acordando de cuando fui al fin del mundo. El 'fin del mundo' (le bout du monde) era un lugar en Saint-Flour, Francia, donde acababa un paseo al lado de un arroyo. Seguramente fue nombrado así por algún sanflorentino que jamás se había atrevido a atravesar ese lugar, sería el final del mundo en el que vivía y no le interesaría ir más allá. Yo, por ejemplo, creo que el fin del mundo es China, las islas del Pacífico Sur o Australia, pero al menos esos puntos son cercanos a mi nadir, haciendo planetaria mi concepción del fin del mundo. Pero, no importa, el nombre era tan gracioso y la compañía tan agradable que esa caminata en una fría tarde de otoño me creó un recuerdo, de esos que hasta cierto punto son indelebles. Como el del día cuando estaba en el Jardín de Niños que me dijeron que había un cuartito oscuro donde encerraban a los niños que se portaban mal. Ese recuerdo tampoco se ha borrado nunca, ni siquiera ha perdido su nitidez, conservando en perfectas condiciones en mi memoria no sólo lo que estaba viendo sino también lo que me estaba imaginando.
El caso es que ese día fui al fin del mundo acompañado de Laia, una fisioterapeuta catalana, y Sandra, una francesa con la voz más delicada que he escuchado (aparte de la de Teresa Salgueiro, claro) que trabajaba en una Aseguradora y que ahora se encuentra en pleno chômage. La plática fue casual pero a la vez alcanzó esos puntos de 'profundidad' muy humana en la que por alguna extraña razón te sientes con el humor de hablar de cosas como la muerte, que curiosamente solemos evitar, a pesar de su relevancia y su perpetua actualidad. El tema salió por la canción No es serio este cementerio de Mecano y por la explicación que pude dar de la fiesta de muertos, de la manera en la que se celebra en algunos lugares del centro y sur de México. A Sandra le parecía extraño que se pudiera hablar de la muerte con tanta naturalidad e, incluso, con algo de comedia. Yo, que quise jugar de culturalmente abierto, trataba de explicar que tiene que ver con una cosmovisión diferente, no sólo se ve diferente la muerte, sino también la vida. En lo profundo de mis entrañas, sin embargo, compartía el punto de vista de Sandra y no podía deshacerme auténticamente de la visión de la mayor parte de las culturas cristianas que, paradójicamente, temen y sufren la muerte cuando deberían alegrarse porque la vida eterna, que inicia con la muerte terrena, es la que realmente importa, según su teología y doctrina. Fue interesante estar en el fin del mundo y hablar de la muerte que, finalmente, es el final de cada mundo.

1 comentario:

Yayo Salva dijo...

Es cierto, Rafa (¿puedo llamarte así?): la muerte como tema de reflexión no es frecuente entre los jóvenes, quizás porque por ley de vida parece un suceso lejano y, en todo caso, ajeno. En la mayoría de expresiones religiosas esa idea del tránsito al más allá, a otra dimensión del ser a través de la muerte asusta porque el miedo a lo descocido es más fuerte que la fe en esa "otra vida". Dejar lo tangible y conocido (esta vida) por lo imaginario (aunque nos prometa eternidad) no deja de parecer irracional a muchas personas, aunque no sean conscientes de ello. Si, además, se entremezcla la idea de premio o castigo en esa eternidad, la inseguridad se agranda.
Quizás porque he vivido (y vivo) mi vida intensamente y porque no creo en otras posibilidades, la muerte no me asusta. Es, a lo más, un fastidio.
Te felicito por la reflexiones e historias que vas sembrando.